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Eduardo Mackenzie*                                                                               

“Especial Camilo Torres Restrepo (1929-1966)

El 13 de febrero pasado, el canal de televisión pública Señal Colombia puso en antena tres documentales con motivo de los 59 años de la muerte violenta del sacerdote-guerrillero Camilo Torres Restrepo el 15 de febrero de 1966, en Santander, durante un combate de la organización armada castrista ELN contra el Ejército de Colombia.

La selección que hizo Señal Colombia de ese material audiovisual fue exclusivamente hagiográfica y destinada a justificar la terrible decisión de ese idealista de 37 años de abandonar su combate político y apelar a la violencia extrema creyendo que así lograría imponer sus ideas “revolucionarias” y la “transformación de las estructuras” del país.

Es hora de salir del mito y de la ficción y abordar una lectura libre de esa cruel aventura. Los apartes que siguen del libro de Eduardo Mackenzie Las Farc fracaso de un terrorismo ofrecen detalles claves de comprensión que la propaganda intenta ocultar.

Las Farc fracaso de un terrorismo (569 páginas) tiene tres ediciones: las dos primeras fueron impresas por Random House-Mondadori, Bogotá, 2007 y 2008. La tercera fue impresa por la Universidad Sergio Arboleda, colección Historia del siglo XX, Bogotá, 2023. El capítulo completo, y sus notas, sobre los orígenes del ELN va de la página 349 a la 371 del libro. Los apartes, sin sus notas respectivas, que siguen, cubren únicamente seis páginas de ese capítulo.”

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Jaime Arenas, uno de los combatientes del ELN, escribirá años más tarde: “Fue en Simacota donde se produjo la primera deserción en las filas del ELN: la de Samuel Martínez, miembro del Partido Comunista y antiguo dirigente de la USO. Martínez había visitado algunos países socialistas y se había infiltrado en la guerrilla por cuenta del partido, quien lo protegió tras su deserción. Pero algunos meses más tarde fue encontrado por la red urbana del ELN y asesinado en los alrededores de Barrancabermeja”. Este fue pues el “acto fundador” de esa guerrilla.

Otras “acciones” siguen, como el asalto a un tren pagador, perpetrado expresamente el 9 de marzo de 1967 para que un periodista mexicano, Renato Menéndez Rodríguez, invitado para la ocasión, pudiera desencadenar una campaña de propaganda internacional en favor del castrismo. Los guerrilleros (alrededor de 80 hombres en uniforme) destruyen una parte de la vía con dinamita y abren fuego sobre el convoy, matando a cinco soldados y a cuatro empleados del ferrocarril. Otras seis personas son heridas. Luego se apoderan del dinero que iba a bordo: los sueldos de los obreros de la red del ferrocarril.

Ese crimen desencadena en Colombia una ola de indignación. Sobre todo porque cinco días antes, en el sur del país, la banda de Tirofijo había atacado una patrulla del Ejército y dejado 17 muertos y heridos entre las fuerzas del orden. El 28 de febrero, otro grupo del ELN de 50 hombres toma por asalto Vijagual, una localidad sobre el río Magdalena, y mata a cuatro policías hiriendo a otros dos. Esa serie de crímenes no tenía nada de fortuito. Entre el ELN y las FARC existía una especie de emulación del terror, único medio para definir cuál de los dos iba a convertirse en la organización hegemónica del “proceso revolucionario” en Colombia. Desde Cuba, Fidel Castro observa esa evolución al mismo tiempo que financia y suministra armas a los hermanos Vásquez Castaño sin tomarlos muy en serio. En esa época, Castro apostaba sobre todo a las guerrillas de Venezuela en lucha contra el gobierno socialdemócrata del antiguo comunista Rómulo Betancourt, quien había decidido, en noviembre de 1961, romper las relaciones diplomáticas con Cuba, cosa que Colombia no se había atrevido a hacer todavía. En abril de 1962, una guerrilla de la provincia de Lara, dirigida por Argemiro Gabaldón, un militante del Partido Comunista Venezolano, había atacado una escuela naval y robado armas. La revista cubana Bohemia, transformada por los plumitivos castristas en herramienta de propaganda violenta y descosida contra Washington y los gobiernos “fascistas” de América Latina, saluda la hazaña.

En cuanto a Colombia, Fidel Castro se muestra circunspecto frente al ELN, hasta el punto de que esa guerrilla no es invitada a la Conferencia Tricontinental, realizada por La Habana en enero de 1966. Pero la llegada al ELN del sacerdote Camilo Torres Restrepo, el carismático fundador del Frente  Unido, quien había ganado la adhesión de las capas pobres de las ciudades y del campo colombianos, y su muerte en combate cinco semanas más tarde, el 15 de febrero de 1966, en Patio Cemento (Santander), hace cambiar de actitud a Cuba: el ELN será representado en la conferencia de la OLAS en agosto de 1967.

La muerte de Camilo Torres será sentida como un drama por los estudiantes de extrema izquierda y por la población más pobre de Colombia. Para ellos, Camilo era una alternativa política providencial, inesperada, casi milagrosa, ante la dureza de la vida política colombiana, ante los partidos tradicionales, insensibles, a su modo de ver, frente a la miseria social, y ante los comunistas y sus desviaciones extremistas. Para ellos, Camilo abría otra vía a la acción política radical, pues Camilo Torres era un místico exaltado, admirador del padre Lebret, y no un político timador y endurecido. Si se excluye el final de su período de activismo en la legalidad, nunca había tenido una posición agresiva sobre el tema de la violencia revolucionaria. Su tesis central, la que cruzaba sus escritos y discursos, era “la opción prioritaria por los pobres”. En Frente Unido, el órgano de su movimiento, lanzado en junio de 1965, escribía: “Lo principal en el catolicismo es el amor del prójimo. [...]. Para que ese amor sea verdadero, es necesario buscar la eficacia [...] La llamada caridad no basta para dar de comer a todos los hambrientos, ni para vestir a la mayoría de los que están desnudos. Debemos buscar los medios eficaces para el bienestar de las masas”.

Nacido en Bogotá el 3 de febrero de 1929 y ordenado en 1954, el sacerdote Camilo Torres era un sociólogo formado en la universidad de Lovaina donde obtuvo una licenciatura en ciencias sociales, en julio de 1958. Es excluido de la Iglesia por sus tomas de posición política muy radicales en 1965. Sale de Bogotá para unirse al ELN y el 15 de febrero de 1966 muere durante un choque con el Ejército cuando intentaba tomar el fusil de un soldado muerto.

Esa muerte es un signo más de la debilidad del proyecto del ELN. Gérard Chaliand observa con razón que la pérdida de cuadros de primer plano en las guerrillas latinoamericanas (Guevara, Camilo Torres, Luis de la Puente, Guillermo Lobatón, Fabricio Ojeda, Carlos Marighela, Yon Sosa, Inti Peredo), porque ellas los exponen en combates que no deberían necesitar su presencia, “muestran la fragilidad de las guerrillas” mientras que “sólo uno de los 50 miembros del comité central del FNL sur-vietnamita cayó en manos del adversario”.

Según Guitemie Oliveri, exsecretaria y colaboradora de Camilo Torres, Ernesto Guevara pasó algunos días en Colombia “a finales de 1965” pero no pudo ver al cura rebelde pues éste “había ya partido para la guerrilla”.

Camilo no era marxista. En mayo de 1965 había hecho saber que para él “el comunismo tiene un sistema filosófico incompatible con el cristianismo”.

Cuatro meses más tarde, después de haber pedido la expropiación de los bienes de la Iglesia, reitera: “Los comunistas deben saber muy bien que yo no entraré a sus filas, que no soy ni seré nunca comunista, ni como colombiano, ni como cristiano, ni como sacerdote”. Es probable que por eso Camilo Torres, después de haber decidido que arriesgaba su vida si no entraba en la clandestinidad, no quiso ingresar a las FARC, a pesar de las solicitudes en ese sentido formuladas por sus agentes en Bogotá. Sin embargo, la presión intelectual que ejercía sobre Camilo la propaganda marxista era enorme. Y ello lo condujo finalmente a forjarse ilusiones sobre el comunismo, a tragar sus supercherías, sobre todo la del “milagro económico soviético”. Adoptará también una visión fatalista sobre la pretendida “inevitabilidad” de la lucha armada. En mayo de 1965, había declarado que “en cuanto a sus aspiraciones socioeconómicas, la mayoría de los postulados del comunismo no se oponen a la fe cristiana”. En su famoso Mensaje a los comunistas, de septiembre de 1965, subrayó: “No soy anticomunista como sociólogo ya que en las tesis comunistas para combatir la pobreza se encuentran soluciones eficaces y científicas contra el hambre, el analfabetismo, la falta de vivienda, la falta de servicios públicos”.

La muerte de Camilo Torres será, en todo caso, explotada útilmente por el PCC, en sus esfuerzos por impedirle al ELN llegar a una alianza o incluso a una fusión con el MOEC, en el momento en que los comunistas intentaban por su parte crear el “bloque sur”, es decir, la unificación de varias bandas

armadas dispares para transformarlas en guerrilla bajo el control del PCC.

Todo comenzó con una declaración de Gilberto Vieira quien hace saber que Camilo Torres no había “consultado” a los comunistas antes de tomar la decisión de ingresar al ELN y que, de todas formas, esa decisión había sido “prematura”. Una semana después, Diego Montaña reitera ese reproche,

en el órgano del PCC.

Poco después, un violento panfleto firmado por los líderes del ELN Fabio Vásquez Castaño y Víctor Medina Morón es puesto en circulación. En él acusan a los comunistas de haber “traicionado” a Camilo Torres por el hecho de haber denunciado a las autoridades su salida hacia la guerrilla. El 3 de marzo, Voz Proletaria se declara escandalizada. Afirma que se trata de una burda calumnia anticomunista y que sus autores son “renegados” expulsados que están bajo la protección del maoísmo. Una semana después, Voz Proletaria publica un mensaje de Fabio Vásquez y Víctor Medina donde dicen no ser los autores de tal acusación. Dos semanas después, Voz Proletaria indica que el MOEC había fabricado el misterioso panfleto. La operación para sembrar el desorden entre el ELN y el MOEC será exitosa ya que los dos grupos rebeldes no se juntarán jamás, mientras que la constitución del “bloque sur” va a convertirse, en mayo, en las FARC.

La vía finalmente escogida por Camilo Torres, la de la insurrección “revolucionaria”, cerrará un capítulo relacionado con las posibilidades eventuales de una tercera vía no violenta en la lucha social colombiana. Con todo, su triste ejemplo hará pocos émulos entre los activistas cristianos radicalizados. En realidad, una buena parte de los jóvenes sacerdotes que seguían a Camilo Torres se desolidarizan tras su alianza con los marxistas.

Como lo constató Roger Tréfeu, “el modo de acción seguido por Camilo Torres [...] fue relativamente poco seguido: los sacerdotes que se unirán a la guerrilla serán una ínfima minoría. No será lo mismo respecto de la escogencia de un compromiso político que arriesgaba la ruptura con la institución-Iglesia”.

Pero esa “ínfima minoría” de sacerdotes fanatizados que tomarán las armas para matar a su prójimo dejará una marca indeleble en Colombia. Entre ellos se encuentra el español Domingo Laín Sáenz, un sacerdote del grupo Golconda, que había recibido entrenamiento militar en Cuba en 1966 y

cuyo nombre será utilizado, después de su muerte en combate en 1973, para bautizar uno de los frentes más sanguinarios del ELN. El otro, más tarde, será Manuel Pérez, otro cura español en ruptura con la Iglesia que transformará el ELN en una formidable máquina para matar y secuestrar campesinos y civiles inocentes.

El planteamiento de Camilo Torres contribuirá, entre otras cosas, a la aparición en América Latina de una corriente de grupos de sacerdotes radicalizados que van a comprometerse en algunas luchas populares y “antiimperialistas”, bajo la bandera de la “teología de la liberación”, cuyas bases ideológicas (un coctel de preceptos cristianos y elucubraciones de autores marxistas como Althusser, Marcuse, Lukacs, Gramsci, Lefèvre, Goldman y Mandel) serán lanzadas por el jesuita peruano Gustavo Gutiérrez, otro antiguo alumno de las universidades católicas de Lovaina y Lyon. Gutiérrez había conocido a Camilo Torres en Lovaina, donde discutían abundantemente. Sus desacuerdos no eran políticos sino religiosos ya que, para Camilo, por ejemplo, “la eucaristía excluía al opresor”. Ingrato, Gutiérrez no será nunca capaz de mencionar ni de admitir la influencia que ejerció Camilo Torres en sus doctrinas. Él hizo eso “como si él nunca lo hubiera conocido”, se quejaba Guitemie Oliveri, la antigua colaboradora del sacerdote colombiano.

El ELN sufrirá otras derrotas. En septiembre de 1966, el Batallón Galán destruye el frente comandado por José Ayala. Aunque logran dar el golpe contra el tren pagador y atacan Vijagual, los castristas no pueden ir más allá de algunas regiones de Santander y Antioquia, pues las divergencias internas se habían empeorado. Inflexible ante las críticas y ante las diferencias políticas, Fabio Vásquez había hecho fusilar los cuadros fundadores del ELN, como Víctor Medina Morón, Julio César Cortés, Heliodoro Ochoa y, más tarde, Jaime Arenas Reyes. Desde el principio de su aventura, la rivalidad entre Fabio Vásquez y Víctor Medina Morón fue evidente. Medina Morón consideraba que antes de dar el primer golpe armado, la guerrilla debía realizar un trabajo político previo y “consolidar amplios territorios”. Fabio Vásquez no quería saber nada que no fuera la acción militar.

Esas matanzas internas no eran purgas aisladas, sino que formaban parte de un sistema. Los fusilados eran los cerebros de la organización. Antes de su entrada al ELN, Medina Morón había sido el dirigente de las juventudes comunistas de Santander. Era el cuadro político más formado de todos los jefes del ELN. Cortés era médico, escritor, experiodista y sobre todo uno de los principales dirigentes del Frente Unido, el movimiento de Camilo Torres. Otro teniente de Fabio Vásquez, Juan de Dios Aguilera, acusado de ser el responsable de la muerte de José Ayala, es asesinado el 29 de mayo de 1971 por sus propios compañeros de aventuras.

Otros trece militantes también son fusilados por orden de Fabio Vásquez. Otros 23 desertan. Las ejecuciones sumarias de los militantes del ELN habían sido impuestas desde el principio por Fabio Vásquez como el mejor medio para imponer un brutal liderazgo, como sus jefes cubanos le habían enseñado. Esteban Ríos, Florencio Amaya y Ana, una ex estudiante de filosofía, son tres de los numerosos desertores de la banda, asesinados más tarde por sus antiguos camaradas. Los mínimos incumplimientos a la disciplina eran sancionados con la muerte. Los jóvenes campesinos que se negaban a entrar a la banda eran asesinados sin piedad. Un desertor o un combatiente que comía

sin el permiso de su jefe podía ser fusilado ipso facto.

* Publicado en COLOMBIAN NEWS, en febrero 16 de 2025.

Publicado en Columnistas Nacionales

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