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Daniel Mera Villamizar

La atomización partidista y la personalización política requieren reforma para institucionalizar coaliciones.

La gobernabilidad del presidente Duque ha sido bastante regular, y eso explica en parte el balance del periodo. El problema es que la deriva del sistema político indica que el próximo presidente tendrá más problemas de gobernabilidad, es decir, de capacidad política para adelantar las reformas que el país necesita.

Aun si los resultados electorales corrigen un poco la atomización de partidos (que algunos pierdan la personería jurídica por no alcanzar el umbral), seguiremos con un multipartidismo disfuncional.

Y si la personalización actual de la precampaña, vía las firmas o incluso sin firmas y sin partido, no logra traducirse en agrupaciones políticas después de las consultas interpartidistas de marzo y de la primera vuelta, el Congreso no tendrá el necesario liderazgo político.

Los precandidatos están hablando de coaliciones para las consultas y la primera vuelta, no para después del siete de agosto. Muchos precandidatos valiosos no estarán en el Congreso de la República y tampoco les apetece el plan de meterse a partidos para ayudar a reconstruir esas instituciones indispensables (porque no hay un invento sustituto).

Si las coaliciones son simplemente electorales, coyunturales, sin un componente ideológico-programático de mediano y largo plazo, perderíamos una oportunidad de reestructurar la política en grandes bloques con una institucionalidad que facilite la gobernabilidad.

Le conviene al país que los de la Coalición de la Esperanza se conviertan en un bloque de centro-izquierda y los de la "Coalición de la Experiencia" en un bloque de centro-derecha, estables, no de ocasión.

La noción de bloque implica varios partidos, pero dada nuestra tendencia a la dispersión y a la indisciplina, se necesita un mínimo de reglas e incentivos por ley para contener en el nivel de coalición los efectos negativos de la proliferación de partidos.

La dinámica para la composición del Congreso está en buena medida desligada de la búsqueda de coaliciones para la competencia por la presidencia (no era así antes), y eso puede llevar a un Congreso poco sintonizado con los liderazgos políticos que se forman y fortalecen en el proceso presidencial.

El desprestigio de los partidos y los políticos, en gran medida justificado, ha venido generando una improvisación de senadores y representantes a la Cámara, que se podría acentuar en 2022. El oficio de legislador está siendo opacado por el rol de agitador en redes sociales, y ya no es claro cuáles son las competencias deseables para ser congresista.

Estos son fenómenos que influyen en la gobernabilidad, sin importar quién gane la presidencia. Y parece probable que el próximo presidente no tendrá mayorías en el Congreso. De modo que la gobernabilidad será otra vez un reto mayúsculo.

Si gana Petro, la experiencia será inédita o no sabemos si repetirá el estilo confrontacional de su alcaldía de Bogotá. El reto para la oposición sería conformar una coalición que funcione y asegure reconquistar el poder en 2026.

Si gana un candidato afín al llamado establecimiento, el reto de nuevo será una gobernabilidad política no basada en mermelada para iniciar una senda de reformas.

Pero para eso se necesita un rediseño del sistema partidista orientado a coaliciones y a horizontes de más de cuatro años. En el actual estado infantil, es como una piñata cada tanto a la que muchos se auto-invitan para intentar alcanzar "a palos y con los ojos vendados" los dulces que cuelgan de la presidencia.

En un sistema maduro, las coaliciones son estables o naturales, no se inventan cada vez, y sus líderes están listos para esperar, no es el afán de todos ya. Nos friega profundamente el "más vale ser cabeza de ratón que cola de león".

Como parece irrefrenable la proliferación de partidos, una solución podría ser impulsar alianzas permanentes de "cabezas de ratón".

@DanielMeraV

El Espectador, Bogotá, noviembre 29 de 2021.

Publicado en Columnistas Nacionales

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