Con motivo del triunfo de Gustavo Petro, escuchamos unas no tan veladas alusiones a los luchadores del pasado de la izquierda armada. Una narrativa no tan sutilmente reivindicatoria de aquellos que perdieron la vida en la guerra violenta contra el Estado o el orden capitalista. Es comprensible emocionalmente, pero no por eso habría que dejarlo pasar.
La lucha política armada fue un error en nuestra historia y que un exmilitante de esa lucha haya alcanzado la presidencia no cambia el veredicto. La inclinación a decir que, "sin esos precursores sacrificados, el cambio hoy no sería posible", debería ser controlada por una de las "líneas rojas" del acuerdo nacional en ciernes.
A algunos les podrá parecer ganas de fregar o impertinencia, pero esa premisa compartida, "nada justifica la violencia política", serviría mucho para mantener la "unidad nacional" frente a unas probables negociaciones con el Eln o las disidencias de las Farc.
Es claro que si un líder de la izquierda, especialmente con el historial de Gustavo Petro, ganó el poder, la intelectualidad que lo apoya tiene razones para tratar de reconfigurar el relato nacional contemporáneo de un modo que favorezca (todavía) más a la corriente histórica que representa.
Es comprensible, pero no por eso hay que dejarlo pasar. Alguna vez, uno de los más prestantes nuevos aliados del presidente electo definió al "Che" Guevara: "un asesino que la historia convirtió en héroe". Todos entenderíamos que, si lo nombran ministro, tal vez no repita la frase.
En aras de la paz política, la "línea roja" podría decir que "no se ataca, no se defiende" el pasado violento revolucionario (casi todos estamos de acuerdo en censurar el pasado violento reaccionario, los paramilitares), porque sería muy difícil de tragar un discurso y una iconografía aupados desde el poder para el lado de "se defiende o se justifica" de algún modo la barbarie de izquierda.
Aunque la mitad del electorado estuvo dispuesto a votar por "cualquiera menos Petro", es fácil que conseguir unas mayorías en el Congreso haga creer a algunos que pueden reeditar la negociación con las Farc, esta vez con el ELN, simplemente sin cometer el error de hacer un plebiscito de refrendación.
Es más grande ese riesgo que el de una conversión al estatismo de todos los participantes en el acuerdo nacional. El mandato popular de un cambio que recibió Gustavo Petro es muchísimo más legítimo que el que se puede desprender de una negociación de paz, pero algunos parecen creer que son equivalentes.
El país ganaría muy poco con repetir esa trama del segundo gobierno de Juan Manuel Santos.
@DanielMeraV
El Espectador, Bogotá, junio 27 de 2022