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Daniel Mera Villamizar

Si los niños empiezan a decir que quieren "vivir sabroso", habremos perdido otra batalla para la educación.

En la cultura colombiana, "vivir sabroso" ha sido vivir "relajado", sin afanes, llevando alegre la vida que toca, sin preocupaciones existenciales (de la vida interior), como viendo desde una hamaca o un sillón el entorno y el tiempo al son de una música. Un poco el espíritu de la canción de El Gran Combo de Puerto Rico: "Qué bueno es vivir la vida/¡Comiendo, durmiendo y no haciendo na'!".

A los colombianos nos gusta saber que en algunas regiones del país muchos "viven sabroso" y, además, son excelentes anfitriones, sin importar la solvencia económica. No nos ponemos a discutir la filosofía de vida, la festividad o la parranda porque la disfrutamos y sabemos que solamente es un aspecto de la existencia.

Pero ahora es distinto porque "vivir sabroso" se está proponiendo como finalidad de gobierno. Y, al parecer, no es un eslogan vacío de contenido. 

Ya no significaría lo que vagamente los colombianos creemos al respecto, sino que es un concepto que "se refiere a un modelo de organización espiritual, social, económica, política y cultural de armonía con el entorno, con la naturaleza y con las personas, propio de las comunidades rurales afrodescendientes" (A. Mena y Y. Meneses, Revista de la Universidad de Antioquia).

Es difícil imaginar cómo una concepción o experiencia de vida rural singular se puede trasladar a una sociedad mayormente urbana de 50 millones de habitantes, pero para eso es el diálogo y el debate.

Se dice que "Vivir sabroso es un proyecto de vida colectivo del pueblo afrocolombiano" y que "en los planes de vida y etnodesarrollo, algunos consejos comunitarios han apelado al concepto de "vivir sabroso" con el fin de problematizar y tomar distancia de los ideales de progreso que no responden a sus sueños sobre el cuidado territorial, comunitario y ambiental" (L. Sinisterra y L. Lucumí, Red Étnica, La Silla Vacía).

El pueblo afrocolombiano es diverso en idiosincracia, heterogéneo socioeconómicamente, integrado en su gran mayoría a la modernidad —incluso buena parte de los que habitan en lugares rurales—, pero los activistas del proyecto de invención étnica insisten en generalizar así desde una pequeña parte de la población (los consejos comunitarios de tierras colectivas). 

En "tomar distancia de los ideales de progreso", piénsese en la consulta previa para líneas eléctricas o carreteras, elementos del desarrollo que encuentran resistencia en la nueva concepción del "vivir sabroso".  No se trata de partidarios del desarrollo sostenible, sino de la vertiente anti-capitalista étnica.

Por condescendencia y actitud políticamente correcta no hay debate sobre las implicaciones del "multiculturalismo" impuesto, y vamos camino de instalar en el poder político nociones culturales (ideológicas, en realidad) que creen saber o quieren dictarnos cómo debemos vivir todos.

Los gobiernos deben ser más modestos y no pretender llevarnos a ideales de vida, que cada quien lo decide (salvo si su individualidad está subsumida en la comunidad, como es el caso de las etnias indígenas). Pero si hay que ofrecer una alternativa a "vivir sabroso", esa podría ser "vivir a plenitud".

El ser humano puede desarrollar múltiples capacidades y ampliar el horizonte de su libertad, de un modo que no vale la pena recortar por precariedades materiales o marcos culturales.  Alcanzar la plenitud de nuestro potencial es un ideal en cuyo empeño va evolucionando el pensamiento y la cultura.  La cultura no debe inhibir el potencial.

Vivir a plenitud supone esfuerzo, perfeccionamiento de sí mismo y exploración de posibilidades; "vivir sabroso", no. Si los niños empiezan a decir que quieren "vivir sabroso", con las connotaciones antiguas o nuevas, habremos perdido otra batalla para que la educación desate la energía y los talentos colombianos.

"Es muy difícil vivir sin raíces", se sabe, pero "las raíces no nos deben impedir movernos, avanzar". Vivir a plenitud es irse construyendo, reinventando, resignificando las raíces. Es ser consciente de los atavismos y decidir sobre ellos con el tiempo. A más libertad y más autorrealización, más identidades.  Si una identidad heredada (o deliberadamente asumida), una raíz, nos dicta la "filosofía de vivir", nos estamos perdiendo la mayor parte del mundo y de nuestro propio potencial.

Ahora, pretender meter a una sociedad en las implicaciones culturales y económicas de la concepción de vida ("vivir sabroso") de una identidad heredada que solo concierne a una pequeña parte de los colombianos, es una muestra del instinto errado de querer imponer la diferencia, cuando el proyecto de nación colombiano es moderno y diverso, de modo expresivo, no radical.

@DanielMeraV

El Espectador, lunes 11 de abril de 2022.

Publicado en Columnistas Nacionales

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