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Luis Guillermo Vélez Álvarez*

Las opiniones que la gente tiene sobre la historia de su país inciden decisivamente en sus posiciones políticas. En la formación de esas opiniones los mitos históricos desempeñan un papel más importante que los mismos hechos históricos, que son desfigurados, ocultados y sustituidos por aquellos.

Los mitos históricos, explica Hayek, son construcciones derivadas de las concepciones históricas dominantes que se enseñan en la escuela y se moldean a través del cine, la literatura, el periodismo y el discurso político. La escuela de la “Nueva Historia”, de Jaramillo Uribe y sus discípulos, creó los mitos que alimentan los sentimientos anticapitalistas, antiliberales y antidemocráticos de amplios sectores de la sociedad, especialmente las generaciones más jóvenes.

El informe de la comisión encabezada por Francisco de Roux está destinado a la construcción de un nuevo mito, el de una insurgencia liberadora que se habría levantado a mediados de los años sesenta del siglo XX contra el “régimen excluyente” del Frente Nacional; presentado como un acuerdo de élites, desconociendo que fue refrendado por el 99 % de los votantes en el plebiscito de más alta participación en la historia colombiana.

Al igual que en otros países de América Latina, en Colombia, los principales grupos insurgentes —Farc, Epl y Eln— nacieron en los años 60, en medio de la Guerra Fría, vinculados a variantes del movimiento comunista internacional y financiados desde la Unión Soviética, China y, principalmente, Cuba, donde también recibieron entrenamiento militar y encontraron refugio cuando lo necesitaron.

Con la caída del comunismo en Europa oriental, el colapso de la Unión Soviética y la transformación de China en esa combinación de capitalismo y totalitarismo, la insurgencia armada, falta de soporte ideológico y financiero, se extinguió en América Latina; excepto en Colombia, donde las bonanzas de la cocaína y el petróleo resucitaron al Eln, derrotado por la operación Anorí, de la que salió con 70 guerrilleros, y a las Farc, que en 1980 tenían solo 980 hombres distribuidos en diez frentes.

La vinculación exitosa a la actividad del narcotráfico dio nacimiento a una guerrilla cada vez más descompuesta y lumpenizada, pero con grandes medios financieros que le permitieron expandirse fuertemente en todo el territorio nacional. A finales de los 90, cuando comenzaron las absurdas negociaciones del Caguán, las Farc tenían cerca de 17.000 guerrilleros en 63 frentes y el Eln unos 5.000 en 33.

En el informe de Roux hay sesgos inaceptables como la equiparación de la fuerza pública con lo que finalmente no eran más que bandas de narcotraficantes y la minimización de sus más terribles atrocidades, como la masacre de Bojayá, perpetrada por las Farc, y la de Machuca, por el Eln, que se tratan en un par de líneas y se presentan como daños colaterales.

Es inaceptable la apología de una guerrilla criminal que martirizó a “un país democrático, con elecciones libres, una estructura del Estado con división de poderes, leyes garantistas y medios de comunicación independientes”, como lo describe el mismo informe de la comisión de Roux

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 10 de octubre de 2022.

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