Los comejenes, felices, siguieron multiplicándose y alimentándose con la madera. Nadie notaba las grietas ni los ruidos, nadie parecía comprender que la casa estaba siendo demolida lenta e imperceptiblemente.
Un día -ese día tenía que llegar- se escuchó un estruendo. Era el techo que se desplomaba. Los comejenes a los que no se había querido enfrentar, habían destruido la casa y ahora el costo de fumigar, que les había parecido tan elevado, era insignificante comparado con el de reconstruirla desde cero.
Los Castañeda pagaron un precio muy alto por aprender la lección de que hay que enfrentar los problemas antes de que se agranden; de que hay que invertir en soluciones preventivas y no esperar lo irreversible. @CeDemocratico” (Noviembre 18)
* Publicado en su cuenta de X (@JOSEOBDULIO).