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José Obdulio Gaviria                                                                    

Hace poco se desató un enfrentamiento entre la ministra de Comercio, Cielo Rusinque, y María Claudia Lacouture, presidente de AmCham Colombia, a propósito de las negociaciones por el arancel del 10% impuesto por Estados Unidos. Para más detalles sobre el incidente, consulte la nota de El Tiempo cuyo enlace va al final de este artículo.

Rusinque y Lacouture no expresan un simple desacuerdo técnico sobre quién debe liderar las negociaciones con Washington, sino que hay ahí un confrontación política y económica profunda, una lucha ideológica irreconciliable. Por un lado, el gobierno socialista de Petro considera la economía un sistema que debe planificarse y moldearse mediante el capital estatal, despojándola de lo que percibe como la «inmoralidad» del lucro. Por otro, el sector empresarial, representado por una líder gremial, defiende el derecho legítimo de productores y exportadores a dialogar directamente con sus contrapartes norteamericanas —gobiernos y gremios— sobre medidas arancelarias que afectan la economía colombiana.

Desde su postura estatista, Rusinque acusó a Lacouture de usurpar funciones gubernamentales y entorpecer la estrategia oficial, insistiendo en que solo el Estado tiene autoridad para definir las políticas comerciales. Lacouture, en cambio, defendió que el sector privado desempeña un rol esencial, no solo complementario, al destacar ante Estados Unidos el valor mutuo del comercio bilateral.

Ahí se traza la línea: los socialistas sostienen que el Estado debe tener el control exclusivo de las decisiones económicas, mientras que los empresarios consideran que su experiencia e intereses les confieren un derecho legítimo a participar en las discusiones que definen el futuro de sus negocios.

Este choque no es un hecho aislado, sino un síntoma del escenario político colombiano, donde la contradicción entre socialismo y capitalismo es un desafío que algunos empresarios no han comprendido plenamente. Muchos de ellos manifestaron simpatía electoral por Petro y el Pacto Histórico, ignorando que él ha expresado repetidamente su rechazo al mercado libre, estado esencial del empresariado.

En la campaña de 2022, varios magnates y gremios, seducidos por un pragmatismo cortoplacista o por promesas populistas, recomendaron apoyar a Petro e incluso financiaron su ascenso, como si respaldar a un socialista fuera una decisión sin consecuencias ideológicas. El dinero circuló, los acuerdos se sellaron y el prometido «cambio» socialista llegó a la Casa de Nariño.

Hoy, mientras el gobierno de Petro navega entre la improvisación y una marcada rigidez ideológica, esos empresarios enfrentan las consecuencias de su apuesta. Sin embargo, algunos parecen no haber aprendido la lección: ya están alineándose con figuras como Claudia López o Sergio Fajardo, candidatos que apuntan a las elecciones de 2026, como si la experiencia “progre” actual no hubiera sido suficientemente reveladora.

Carolina Sanín y Alejandro Gaviria, antiguos defensores del petrismo, han expresado una autocrítica contundente, admitiendo su sorpresa por haber respaldado a Petro. En palabras de Sanín, se asombran de que mentes como las suyas apoyaran lo que ahora consideran un errorcito y no una equivocación garrafal, superlativa.

El verdadero problema no es el liderazgo errático de Petro, sino el socialismo en sí, una ideología que aspira a transformar la economía como si fuera un sistema maleable, un mekano, ignorando las dinámicas del mercado y la complejidad de la naturaleza humana.

Los socialistas radicales tienen como máxima: «Dentro del Estado todo, fuera del Estado, nada». Ellos priorizan el control estatal absoluto. Esa visión, que Rusinque refleja en su intento de centralizar las negociaciones arancelarias, contrasta con la realidad de un mundo interconectado donde el sector privado no solo existe, sino que es el pilar fundamental de la economía.

El verdadero problema no es Petro, sino una ideología que predica que el Estado controle todo, que desmantela lo que funciona y erige estructuras absurdas que colapsan ante la realidad. Colombia, atrapada en esa pugna, paga el costo de no haber reconocido a tiempo que socialismo y capitalismo representan visiones irreconciliables.

Tomado de: https://losirreverentes.com/2025/04/la-pugna-entre-socialismo-y-capitalismo/

Publicado en Columnistas Nacionales

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