Con la astucia de un depredador, reunió a su alrededor una escabechina: juristas desleales y sin escrúpulos -como uno que fue Fiscal general-, abogados sin principios, expertos en tejer falsedades tan densas que parecen verdades.
Juntos, quieren hundir al prohombre en una causa judicial fabricada. Buscan una prisión que no solo lo encierre, sino que lo silencie políticamente. Los impulsa el temor y el odio hacia ese titán que en el ruedo político los ha derrotado siempre. Su sola sombra les proyecta una amenaza insoportable.
Saben que su liderazgo ha resurgido, galvanizando a su partido, y que los aplastará nuevamente en las urnas. Quieren verlo doblegado, atrapado en la telaraña de su defensa, impedirle alzar la voz mientras ellos intentan consolidar su poder en pactos que creen históricos.
El miserable lleva décadas recorriendo las cárceles como un cazador furtivo. Selecciona presidiarios maleables y les promete beneficios carcelarios, dinero sucio y una vida lejos de las rejas. A cambio, les entrega guiones escritos con la precisión de un dramaturgo cruel. Esos presos indignos, con la esperanza como única moneda, intentan memorizar cada palabra, cada pausa, para que las mentiras broten de sus bocas como si fueran suyas.
Estamos en el último acto del montaje. Unos funcionarios indignos y una maquinaria de propaganda, aceitada con fondos públicos, se han puesto en marcha. En el juicio, la farsa se desnuda sin pudor. El tramador susurra frases a sus testigos desde las sombras, les hace señas con desespero, se impacienta ante su torpeza y les envía mensajes para que corrijan sus tropiezos. Es un juicio que parece una comedia de gestos y amenazas.
Afuera, el sistema público de medios y las redes de publicistas mercenarios, vomitan una campaña incesante que pinta al prohombre como un monstruo. Las arcas del Estado financian el circo. Hasta el presidente de la República se permite un desliz torpe. En un mensaje en redes, hablando de un asunto trivial, dejó caer una frase ambigua que muchos leyeron como un guiño.
Llamemos a que la nación despierte de la apatía. Que no permita que la injusticia avance. Que el silencio colectivo no sea cómplice. La verdad, como un río subterráneo, siempre encuentra su curso. El juicio se desmorona bajo el peso de sus propias contradicciones. Las evidencias del lawfare —esa guerra judicial disfrazada de justicia— ya son imposibles de ignorar.
Que el murmullo en la opinión pública se convierta en rugido. Que voces nacionales e internacionales se unan, porque las grietas en el montaje ya comienzan a sangrar. Es un hecho notorio que el enjuiciado nunca ha cometido delito y que sus enjuiciadores los han cometido todos.
La insensibilidad es un pecado colectivo, una mancha que solo la vergüenza y la acción tardía podrían lavar. Que el nombre del maquinador y el de sus cómplices se convierta en sinónimo de ignominia. Que la sociedad, que una vez los toleró, los repudie con la furia de quien despierta de un sueño negligente. Que el prohombre, liberado y reivindicado, emerja no como mártir, sino como símbolo de resistencia contra el partido de la opresión. Que, fortalecido por la indignación popular, les dé una lección que nunca olviden. Que haya un veredicto que no solo lo absuelva, sino que castigue a quienes lo han perseguido.
Alcemos la voz contra la infamia. Que la nación no permita que la injusticia galope libremente por las calles. Que no haya indiferencia ni cerremos los ojos mientras intentan sepultar al prohombre bajo mentiras y sus verdugos se pavonean con el poder robado. La justicia no es un regalo del cielo, sino una conquista de quienes se atreven a mirar de frente la verdad, por cruda que sea.” (Marzo 6)
* Publicado en su cuenta de X (@JOSEOBDULIO).