La carta de Miranda y sus compañeras contra Benedetti —ese florero de Llorente del petrosantismo— encaja como anillo al dedo en la estrategia presidencial de Claudia López, la número tres de la cofradía de Santos y Petro. López, maestra en prender veladoras en altares “políticamente correctos”, predica principios elevados desde el púlpito del Congreso, las alcaldías y los medios, mientras sus amigas firman cartas altruistas que contradicen con sus actos. El petrosantismo es eso: una cara pública de rectitud moral y una trastienda de cinismo, corrupción y maniobras para aferrarse al poder.
El Partido Verde, salón de actos de ese club, es el epicentro de semejante contradicción. Allí llegan o de allí se van los petrosantistas según soplen los vientos. Su personería jurídica, tramitada por el M-19 a través de Carlos Ramón González —el dueño de la marca—, les otorga una conexión histórica con la izquierda armada, barnizada con una adhesión oportunista a la democracia. Si el guión pide pasado “insurgente”, desfilan con el sombrero de Pizarro, la sotana de Camilo Torres y el poncho de Tirofijo; si toca hablar del presente, se arropan con la Constitución del 91 y el moralismo de Antanas Mockus, con su discurso de que “los recursos públicos son sagrados” pero que los petrosantistas no tienen reparo en trasladar a sus apartamentos en maletas y en vehículos oficiales.
El Verde presume de pedagogía ciudadana contra el clientelismo y la corrupción, pero los practica con refinamiento. Lo hemos visto en sus alcaldías, gobernaciones, ministerios, consejerías, el Congreso, asambleas, concejos y hasta en el SENA. Sin embargo, la sombra de Mockus y el barniz académico les permiten posar como oráculos del neomarxismo, intelectuales que critican el neoliberalismo y prometen transformaciones estructurales. Así, figuras como Claudia López o las FARC aplauden los delirios oratorios de Petro sin reparo, mientras firman cartas contra Benedetti o el propio Petro cuando el guion lo exige.
En Colombia, el Verde se disputa el podio del “wokismo” global con el Pacto Histórico. En feminismo combativo, pone en la vitrina a Ángela María Robledo o Claudia López; en ambientalismo, compite por ser más verde que la ministra del decrecimiento, oponiéndose a la minería y la energía hidráulica sin ofrecer alternativas; en la lucha “antirracista” y la ideología de género, convierte sexos y preferencias en “colectivos” de colores. Como “progresistas” de manual, adoran el gigantismo burocrático, evidente en su respaldo a administraciones como las de Petro y López en Bogotá: macrocefálicas, ineficientes y con un amor desmedido por los cargos públicos.
El Partido Verde —el de Miranda, López, Sandra Ortiz e Iván Name— es un crisol de hipocresías: herencias guerrilleras, moralismo mockusiano, marxismo de cátedra, clientelismo descarado, populismo electoral y corrupción sistémica, todo envuelto en un discurso woke de feminismo, ambientalismo y derechos sociales que combina con su rechazo a la industria y su prédica de expansión burocrática. En este sainete, Katherine Miranda no es más que un reflejo del petrosantismo: una actriz que firma cartas de indignación mientras juega al ajedrez del poder con Benedetti, riendo tras bambalinas.
* Publicado en su cuenta de X (@JOSEOBDULIO) el 3 de marzo de 2025.