Veamos: Trump, tenía un gran respaldo, parte de cual conserva ahora, como todo mundo sabe. ¿Cómo se explica? Y ¿cómo se relaciona esto con Petro?
Wasserman plantea que: “El fenómeno Trump y su innegable (para muchos, sorprendente) éxito político debe ser objeto de estudio. Un multimillonario, con una historia personal poco escrupulosa, logra que vote por él una multitud de pobres, con unos lemas de cambio que ni parece entender ni expresa bien. Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, decía que en los movimientos totalitarios prevalece una combinación de credulidad y cinismo; pareciera que esa fue la clave del éxito de Trump” (https://www.eltiempo.com/ Bogotá, 13 de enero de 2022, reproducido, además, en www.periodicodebate.com, 15 de enero de 2022).
Y aunque no lo dice, se puede deducir en el contexto, la de Petro. En efecto, ambos son como las dos caras de la misma moneda: igual que Trump, Petro también tiene un pasado obscuro; además, según se ha mostrado en distintos medios, posee una importante fortuna. Igual que Trump, se proclama como defensor de las víctimas, que son los desheredados del globalismo; y es experto, como aquel, en presentar, como aportes inigualables, sus desastrosas administraciones.
Como Trump, no hay mentira que no diga -desde su nuevo rostro de creyente, que ofende a los que verdaderamente profesan una fe religiosa, hasta sus posturas de adalid de la igualdad de género y de respeto y reivindicación de los derechos de las minorías étnicas, refutadas por su trato a las feministas de su movimiento, y al tratamiento vergonzoso que le ha dado a la líder negra, Francia Márquez, al negarle a su movimiento un renglón en la lista al congreso para dárselo a un sujeto de la cuerda del alcalde Quintero. O la de pasar por buenas las bolsas de dinero, como vio todo el país. Cinismo a dos manos.
Esto, para no hablar de sus constantes mentiras y calumnias, muy al estilo Trump, pero en nuestro caso, como las de que nuestra fuerza pública en el paro tiene el propósito deliberado de convertir en ciegos a los jóvenes que protestan; o la reivindicación de los vándalos como víctimas, igual que Trump en el capitolio; pero aquí presentándolos como los representantes del pueblo pobre y oprimido, y no como responsables de la destrucción de bienes públicos al servicio de la gente, como el transporte, o de los CAI, que protegen a los ciudadanos; o del ataque criminal a la policía; o el cerco a la economía, mediante bloqueos que producen escasez, destrucción de la producción nacional y hambre, todo con el objeto de fomentar el odio de clases. Buen ejemplo de lo que nos espera con sus ya entrenadas milicias si llegare al poder.
Además, lo mismo que aquel, sus recetas económicas son las de un ignorante proteccionista a ultranza; pero, en el caso de Petro, adobadas de estulticia, como la propuesta de poner fin a la explotación petrolera de inmediato; a la que se suma el fomento del ya mencionado odio de clase para aclimatar el desmonte de empresas productivas que generan empleo masivo; o la de emitir dinero sin control para “financiar” el gasto social, entre otras. Nada que no hayamos visto en Venezuela y Cuba.
Sin embargo, hay mucha gente crédula que admite sin discusión sus generalidades y exabruptos. Como a Trump. Y como este, inició su campaña electoral en el momento mismo que presintió la derrota frente a Duque, ilegitimando su triunfo y poniéndose de inmediato en una oposición destructiva.
Los totalitaristas buscan el poder como sea. Sacrifican las libertades individuales y solo respetan las reglas de juego de la democracia cuando les son útiles, porque su objetivo es enterrar el sistema mismo para instaurar una dictadura. Y para hacerlo, algunos encabezaron golpes de estado o revoluciones, como Lenin y Mao; pero otros llegaron porque ganaron las elecciones, como Hitler, Mussolini y Chávez. Es lo que nos ocurriría con Petro, porque es un hecho que aquí jamás triunfará una revolución armada. En las dos opciones, se eternizan en el poder mediante elecciones fraudulentas y represión desenfrenada, como lo hicieron los soviéticos y lo hacen los dictadores de China, Cuba y Venezuela. Y lo que nos puede pasar a nosotros.
Muchos piensan que los totalitarismos de izquierda son distintos – mejores- que los de derecha. Pero no hay tal. El resultado final es siempre el mismo: una camarilla que se atornilla al poder para su propio beneficio, sin importar el costo en derechos, en sangre, en sudor y en lágrimas.