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Juan David Escobar Valencia

El dragón de Komodo, el lagarto más grande del mundo, habita en algunas islas del archipiélago indonesio. Por su tamaño es catalogado como un superdepredador de nicho y, esencialmente, es un carroñero, aunque también caza y embosca a presas vivas. Oír y ver no es lo suyo. El rango de lo que ve y oye es muy reducido, supongo que solo lo que proviene de sus cercanos, que tienen que ser iguales a él, porque, de otra forma, serían devorados. Pero para oler la podredumbre es un campeón. Huele carroña a nueve kilómetros de distancia. Finalmente, de eso vive.

Aunque ataca con su cola, su verdadera peligrosidad reside en su boca, pero no en sus sesenta dientes o en su lengua viperina, perdón: bifurcada, sino en su saliva venenosa y putrefacta, que es el criadero de un coctel de patógenos sépticos que harían de la kriptonita un reconstituyente para Kal-El. Las casi sesenta bacterias que habitan su boca tienen una virulencia y capacidad de reproducción que impresionan a los investigadores. Aunque algunos científicos afirman que este lagarto produce un veneno en glándulas de su mandíbula inferior que podría provocar efectos anticoagulantes y hasta pérdida de conciencia de sus presas, otros dicen que su verdadera arma son las bacterias de su boca, porque si una presa no muere inmediatamente por el ataque, el lagarto gigantesco confía en que la víctima terminará muerta por la infección.

No hay registros históricos de este reptil en el Valle de Aburrá, pero, por lo que ha padecido Medellín desde hace casi dos larguísimos años, empiezo a sospechar que al menos una mutación del inmenso lagarto habita en el edificio norte de la sede administrativa de la Alpujarra y dice gobernar la ciudad.

La actual administración de la ciudad se comporta como el lagarto indonesio. Un carroñero que no produce ni construye nada, solo vive de intentar envenenar con sus palabras y acciones el tejido social construido durante décadas entre los sectores privados y públicos, que, sin ser perfecto, ha permitido que los medellinenses y antioqueños vivan mejor que otros colombianos y desde hace tanto tiempo que todavía no logran percibir que dicho tejido está siendo corroído desde adentro por la actual putrefacta administración.

Como criatura carroñera, vive de tejidos podridos y por eso necesita que la institucionalidad público-privada previa a ella adquiera ese aspecto y condición, por lo que envenena y denigra de ella sin argumentos y pruebas e intenta hacer ver a sus artífices como una madriguera de delincuentes. Pero construir una nueva institucionalidad... ¡No! Eso está fuera del alcance de su ínfima capacidad. Por eso quiere cambiar la estructura institucional público-privada existente por un parapeto tribal y endogámico de corrupción e ineptitud, con el apoyo de sectores del Partido Liberal y otras especies carroñeras y saprófitas.

A otras administraciones hemos sobrevivido y esta debe erradicarse para que no sea cierto que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 25 de octubre de 2021.

Publicado en Columnistas Nacionales

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