Llevo bastantes años diciendo, en esta columna y en conferencias que, a pesar del éxito indiscutible y acelerado de China, no obstante ni definitivo ni homogéneo, y haberse convertido en un “vip” del mundo, su modelo tiene fallas estructurales que empezaron a evidenciarse incluso desde antes de la pandemia, que ayudó a disimularlas, y que señalarían el comienzo de una fase de estancamiento e incluso retroceso en algunos aspectos. Repito que no estoy desahuciando a China, porque gracias a su tamaño y a las posibilidades de actuación que tienen las dictaduras, el futuro chino es tan largo como su pasado, incluyendo sus virtudes y también sus defectos ancestrales como entidad política.
Por definición el comunismo es ateo, aunque actúa como una secta fundamentalista, y el líder chino, Xi Jinping, debe serlo también. El partido comunista chino (PCCh) ha perseguido siempre a la religión, aunque cuando le conviene utiliza algunas creencias y a sus creyentes, como cuando el primer ministro Zhou Enlai invocó a Buda para que sus monjes fueran a luchar contra la invasión japonesa a China en 1937; o cuando recientemente Xi les dijo a sus súbditos que: “los dioses los están mirando”.
Pero si el PCCh no es budista, tal vez tenga ciertas afinidades con el confucianismo, que no califica estrictamente como una religión sino como una filosofía para coexistir con otros promoviendo el altruismo, la tolerancia, el respeto mutuo, la armonía social, el cumplimiento del deber, y de ñapa la obediencia absoluta a la jerarquía. Pero esto tan bonito tiene máculas. La mentira y el encubrimiento no es pecado, explicando en parte porqué la corrupción corra descontrolada por las venas de China. En las “Analectas” de Confucio,13.18., similares a nuestros “Evangelios”, se autoriza la mentira y el encubrimiento. Si por ejemplo un padre se roba una oveja, Confucio dice: “El padre encubre al hijo, el hijo encubre al padre, y hay integridad en lo que hacen”.
Creer en un dato oficial chino es como creerle algo a Juan Manuel Santos, al todavía embajador en el Reino Unido o al ministro del Interior. El PCCh tiene tanto control sobre su gente que difícilmente los problemas del modelo chino ven la luz, como creer que, en un país con más de mil millones de habitantes, solo se murieron 5272 por el COVID-19. No hay dato chino que no sea aprobado y hasta ordenado por el PCCh, y aceptar su veracidad es ingenuidad y/o estupidez.
Pero cuando un problema está enraizado y abonado en las fallas estructurales de algo, no en las eventualidades que siempre ocurren, crece tanto que es imposible ocultarlo. ¿Cómo será de grande el problema de su aparato productivo sobredimensionado, de la estampida de la inversión extranjera, del insostenible sector inmobiliario y de la crisis financiera que allí subyace, que en la reunión del 26 de septiembre del Politburó, eufemísticamente admitieron que hay “nuevos acontecimientos y problemas” en la economía y que los líderes deben “enfrentar las dificultades directamente”; cuando en julio, en la tercera sesión plenaria del Comité Central del partido no se hizo ninguna mención?
14 de octubre de 2024