Mientras las naciones en vía de desarrollo demandan soluciones a sus problemas socioeconómicos, después del narcoterrorismo, no hay nada más destructivo e hipócrita que un movimiento político o una burocracia internacional adueñados de agendas minoritarias o de causas universales con fines de lucro y protagonismo ideológico.
Colombia debe cuidar con esmero la naturaleza y su inmensa diversidad. Que no nos ocurra lo mismo del ternero abandonado con el gran tesoro escondido en la exuberancia de todo nuestro territorio: la riqueza genética de nuestra biodiversidad de la cual depende todo el sistema tropical-andino y la supervivencia y sostenibilidad de la Amazonía, del planeta y la civilización.
Pero y ¿qué es la diversidad biológica o biodiversidad? Simplemente es la gran variedad de información genética de todo lo viviente, su ADN o las partículas que lo integran. Y la buena noticia es que Colombia y Brasil son los dos países con más concentración de biodiversidad en el mundo.
Como lo consignó la misión de sabios convocada por Duque en 2018, en nuestra pródiga biodiversidad y su genética reside el futuro de la nación. Pero las conclusiones de aquella gran misión fueron víctimas de la pandemia y luego de los buitres del hipócrita ambientalismo promovido por el progresismo, la politiquería, los egos y los discursos, sin posibilidad de convertirse en realidades concretas amparadas por políticas de Estado.
Aquí con la falsa ilusión de paz, el gobierno se dice ambientalista y animalista, pero permite al narcoterrorismo, la devastación causada por la minería ilegal, los ataques a la infraestructura energética, la deforestación de la selva tropical húmeda para sembrar coca y producir cocaína que depreda la biodiversidad y mata los ríos, la fauna, genera violencia y cercena tantas vidas.
La mayor virtud del trópico es que se puede auto-regenerar en tan solo dos temporadas de lluvia, pero aquí permitimos la deforestación de la selva tropical húmeda y somos predadores de especies animales y vegetales en vía de extinción, cuando podríamos reproducirlas en sus propios hábitats mitigando la huella ambiental que siempre genera el desarrollo.
Colombia debe congregar al mundo para desarrollar responsablemente nuestro gran potencial humano y natural, y salir del violento caos social, ambiental, migratorio y democrático en el que nos tiene sumido el narcoterrorismo que hoy nos gobierna entreverado en una clase política corrupta, congraciada con una dirigencia empresarial arrodillada y complaciente.
Al igual que en el caso del combate al narcotráfico y el terrorismo, el enfoque debe empezar por la “corresponsabilidad internacional”, y no por imposiciones restrictivas que en otras naciones no se cumplen, y terminan institucionalizando el saqueo de la riqueza genética de nuestra biodiversidad y en la expropiación ilegal de nuestros recursos minerales.
La inversión internacional debería estar volcada sobre Colombia permitiendo que sea aquí donde se creen muchos centros de investigación aplicada como el IICA, CENICAFE, CENICAÑA y los que tenía programados Ecopetrol, dentro de su estrategia de adaptación al cambio climático y de transición energética ordenada, de modo que los réditos económicos y la propiedad intelectual se queden en Colombia para poder financiar nuestro desarrollo como una sociedad del conocimiento.
Esto no es una crítica, es un llamado de atención para que en lugar de narconovelas que patrocinan la apología del delito, se invierta en proyectos como la destrucción de la narrativa mediática de la “falsa imagen de moda glamurosa” mediante la cual el cine mundial promueve la utilización de drogas y cocaína.
Estamos aún lejos de aprender a conservar mitigando, “producir conservando y conservar produciendo”, de permitirnos explotar técnicamente y con la debida mitigación y compensación, nuestros minerales para generar los ingresos que demanda educar y desarrollar un país. Aquí en lugar de reforestar masivamente, reciclar más y desarrollar más capacidad de generar energías limpias, nos anotamos a ruletas rusas como el tratado de Escazú, y nos sometemos a las conclusiones ideologizadas de macabros entes como la Comisión de la Verdad o la JEP.
Si tuviéramos un gobierno serio, el mundo financiero podría venir a invertir en el diseño, creación e implementación de políticas de Estado y estrategias comprensivas y multidimensionales que, utilizando tecnologías como la vigilancia satelital en tiempo real, lleven a la erradicación total en el mediano y largo plazo del origen de la cocaína en Colombia, al sellar la selva tropical húmeda para terminar con la deforestación, la colonización, el desarrollo sin mitigación, y la producción y tráfico ilícito de cocaína que sólo generan violencia, miseria y muerte.
Aquí terminamos con la selva tropical húmeda para sembrar coca, sacar maderas duras, y no combatimos la minería ilegal, no protegemos los páramos, no fomentamos la cultura de la siembra de nuevas forestas, ni permitimos que nuestras selvas se regeneren por sí mismas. Se vive en Colombia, la mayor hipocresía ambiental que haya existido a cuenta de las organizaciones criminales narcoterroristas y de un populismo político corrupto que con fines electorales y pecuniarios se adueñó de la bandera verde que nos pertenece a todos los colombianos.
Importantísima la congregación de la COP-16, pero, el país debe estar vigilante y atento con la “negociación del establecimiento de un mecanismo multilateral para el acceso, distribución y reparto justo y equitativo de los beneficios derivados del uso de secuencias digitales de recursos genéticos que conforman la biodiversidad”, pues ello tiene serias implicaciones importantes para la conservación y el desarrollo sostenible en áreas ricas en recursos naturales como los Andes, las selvas tropicales y toda la Amazonía.
Se debe llegar a acuerdos que protejan y multipliquen nuestra biodiversidad en lugar de auspiciar que se la regalemos a una desalmada comunidad internacional que terminará contribuyendo a su exterminio que ya aquí adelanta el incipiente, ideologizado y politizado ambientalismo criollo que encubre organizaciones narcoterroristas.
Que, por el afán de esparcir el virus de la vida por las estrellas, no resultemos entregando a cambio de espejismos el futuro de nuestra propiedad intelectual y nuestra soberanía a la ONU, a ONG’s y multinacionales bucaneras que ahora llegan a Colombia de la mano de una amalgama incomprensible de funcionarios que representan la más hipócrita versión del ambientalismo.
Que no se repita la historia de los saqueos económicos y culturales a manos del indolente globalismo progresista que siempre nos vio como un laboratorio social y hoy se enfoca en nuestra gran riqueza biológica y mineral.