Julio Acosta Arango. Un eafitense de verdad y tiempo completo, que representó y seguirá haciéndolo desde el cielo lo que Eafit, el gran amor de su vida, significa para la sociedad y para quienes tenemos el privilegio de ser sus egresados y empleados.
No hay método de educación más poderoso que el ejemplo. Ninguna tecnología supera el ejemplo de respeto por todos y por los objetivos de los adelantados que decidieron fundar a Eafit. Julio siempre supo que había sido privilegiado por que se le había dado la oportunidad de estar en lo más alto de la organización, pero que estaba allí, en hombros de los gigantes que en 1960, cuando el ingresó como estudiante, para cumplir con los propósitos de quienes fundaron, con una inusual capacidad de ver el futuro, a Eafit.
Fue infinito su ánimo para que hagamos algo útil para que la sociedad sea mejor y para que Eafit sea un referente para ella. Con una incansable disposición a aprender, a oír más que a hablar, una inquebrantable certeza que estaba para servir y no para ser servido, exento completamente de soberbia y afán de protagonismo, tanto que muchos no saben ni sabrán todo lo que hizo silenciosamente para que Eafit fuera grande.
Estoico ante las ofensas y capaz de convertir el malestar humanamente entendible que eso implica, no en alimento para para el desquite sino en deseo y en energía para construir más y mejores cosas. Eso se aprende en casa y luego se ejerce como ciudadano de verdad.
Su oficina siempre abierta y sin barreras para escuchar y luego orientar y ayudar. Su influencia fue tan poderosa, que Eafit terminó pareciéndosele a él y a su oficina, siempre luminosa, grata y abierta, así como él.
Fiel a la iniciativa privada con utilidad pública y a los principios que fundaron la universidad, pero no para escribirlos en monumentos y discursos sino para que sean materiales útiles para construir el país que los colombianos se merecen.
Tuve el privilegio que fuera mi jefe y más aún un amigo. Siempre confiando y apoyando, más que vigilando. Ir a su oficina era un delicioso riesgo de pasar mucho tiempo, porque el asunto que me ayudaba a resolver lo hacía en minutos, pero luego eran los largos y valiosos momentos para contarme lo que él había aprendido de los fundadores de Eafit, de su vida laboral o del libro que estaba leyendo. Ir a su oficina era ir “un poco” a trabajar, pero “un mucho” a aprender. Por eso nunca dejó de ser mi jefe y sigue siéndolo de otra manera.
Personas como él y los fundadores hicieron a EAFIT de material resistente al tiempo que nosotros debemos pulir con nuestro comportamiento, para que brille y sirva de guía para los demás. Muchos han pasado y pasarán por Eafit, pero algunos como Julio Acosta nunca se irán porque se volvieron parte de ella.