El primer año del gobierno del cambio no será propiamente una celebración. Y hay que decir que el hecho de que este aniversario ocurra en un ambiente nacional más bien lúgubre, y que no pueda ser la ocasión festiva y colorida que tal vez soñaba Gustavo Petro para esta primera conmemoración, no es culpa de nadie diferente al mismo mandatario.
No es culpa de nadie que un año después sus grandes proyectos de reforma estén todos haciendo agua, y la muy amplia coalición que había logrado conformar al principio de su mandato se haya desmoronado, y amenace hoy con desmoronarse aún más.
No es culpa de nadie más el hecho de que, con pocas excepciones, el país empiece a ver con preocupación cómo se acumula la mala gerencia y el mal manejo, evidenciadas en que los ministerios ni siquiera ejecutan el presupuesto que tienen, y que nos ponen a pensar en un futuro con temores que van desde los apagones hasta el desabastecimiento de gas.
No es culpa de nadie más el que hoy, mucho más que hace un año, los grupos armados ilegales estén crecidos y envalentonados, haciendo sentir su presencia de todas las formas posibles, y azotando a la ciudadanía con sus amenazas y con el doloroso pero ya confirmado regreso del secuestro como acto criminal por excelencia.
Y sobre todo, no es culpa de nadie más el hecho de que, en esta conmemoración, los titulares que ocupan la atención de los colombianos no registren un gobierno con logros y una satisfacción generalizada de la gente, sino que, por el contrario, lo que los titulares registran es el creciente escándalo por posible financiación irregular de su campaña.
Una advertencia: ponemos ese énfasis en la culpa porque Gustavo Petro, quien hoy en medio de este gris panorama celebra un año de haber llegado a la Presidencia, tiene una famosa predilección por culpar a otros. Sus fantasmas son las “oligarquías”, las “élites que han gobernado a Colombia doscientos años”, el neoliberalismo, las “mafias enquistadas” que se las pasa viendo en todas partes. Detrás de estos fantasmas se refugia para explicar su inoperancia.
La inoperancia de un mandatario que se quedó a vivir en el mundo del discurso, que se regodea de lo bien que habla, y que ignorando que una de las responsabilidades centrales del Presidente es ser el jefe de gobierno y dirigir la administración pública, ha resultado prácticamente incapaz de conformar y liderar con eficacia un buen equipo de trabajo. No solo son los múltiples cambios ministeriales, algunos de los cuales parecen ocurrir al vaivén de sus caprichos y de sus paranoias: es el hecho de que no logra bajar del mundo de los encendidos discursos y pasar al mundo de la ejecución, de señalar objetivos y acciones, de controlar procesos, de exigir resultados.
Su llegada al poder les abrió un espacio en la política colombiana a sectores sociales y a sectores de ideas que pedían mayor participación. Esto, entre otras cosas, es testimonio de que nuestro sistema político es más amplio y democrático de lo que el propio Presidente dice. Pero esas esperanzas que para muchos se abrieron con la llegada de nuevos sectores al poder, amenazan hoy en convertirse en una gran frustración.
Frustración, porque esa oportunidad de demostrar que otros sectores sí podían gobernar de manera competente está siendo dilapidada en medio de la mala gestión. Frustración, porque de seguir las cosas como van, lo más probable es que la ciudadanía empiece a buscar afanosamente una alternativa de poder que difiera radicalmente de la actual. Y frustración, sobre todo, porque de las grandilocuentes promesas, que suelen ir desde un tren aéreo de Buenaventura a Barranquilla hasta universidades en cada pueblo que visita, va quedando muy poco en concreto.
Nos dirán que debemos celebrar que el manejo macroeconómico ha sido hasta ahora ortodoxo. Y aunque en buena medida (no en total) lo ha sido, no nos deja de preocupar el hecho de que en cada ocasión que puede el Presidente se despacha en una furiosa retórica contra los fundamentos conceptuales de ese manejo ortodoxo, a los que califica como propios de una “gran noche neoliberal”. Esto hace temer, naturalmente, que este único logro visible del gobierno, que se manifiesta por ejemplo en una descendente tasa de desempleo, pueda un día descarrilarse en uno de los episodios de terquedad ideológica que a veces caracterizan al mandatario.
Nos dirán que hay otras cosas para celebrar, como el inicio del proceso de paz con el ELN, y sí. Pero en medio de un proyecto de paz total que todavía no es claro para dónde va, hay que esperar los resultados, antes de desatar los aplausos. Producido el resultado se le dará el debido crédito. Porque el papel, la tarima y el micrófono aguantan todo.
https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 7 de agosto de 2023.