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El Colombiano (Editorial)

La convulsionada región de Norte de Santander está atrapada entre cultivos ilícitos, narcotráfico y grupos ilegales que han tomado a Venezuela como santuario. Es hora de una intervención de gran impacto.

Las vidas de William Bareño y David Reyes no pueden ser un simple registro ni una fría estadística. Ellos son los intendentes de la Policía que el martes perdieron la vida en Cúcuta cuando estalló un artefacto explosivo en el área aledaña al aeropuerto Camilo Daza, donde apenas minutos antes otra bomba había explotado, al parecer cuando un terrorista intentaba ingresar con ella a los predios del aeropuerto. Estas bombas pusieron en riesgo la seguridad de todos los usuarios del aeropuerto y la de las aeronaves que allí operan, por lo cual no es exagerado decir que los intendentes Bareño y Reyes dieron su vida tratando de protegernos. Ellos merecen toda nuestra admiración. De hecho, ya en el pasado habían merecido homenajes por su valentía.

Así, mientras sectores ilusos y radicales, desconocedores de nuestras circunstancias, atacan a la Policía con esloganes fáciles sacados de las redes sociales, la realidad que se vive en la verdadera Colombia es que la Policía y sus efectivos están en la línea de fuego, están poniendo la cara y el pecho contra el terrorismo y la violencia, y están de ese modo cuidándonos a todos y cuidando a las instituciones. Con menos libretos dictados por anónimos en las redes sociales, y más conocimiento del país profundo, se ayudaría más a entender y valorar el papel de la Policía Nacional.

Como un homenaje a Bareño y a Reyes es urgente lanzar un SOS por Norte de Santander y, sobre todo, diseñar una estrategia que alivie el grave problema de seguridad de la frontera. El gobierno ha hecho esfuerzos apreciables; en julio, por ejemplo, se anunció el envío de 14.000 efectivos del Ejército hacia la zona del Catatumbo. Tal vez sea necesario darle tiempo a esos esfuerzos. Sin embargo, a veces la situación parecería haberse salido de todo control.

No solo son estos últimos hechos. Son las imágenes de patrullajes del Eln, con uniformes e insignias, por las calles del municipio de Convención, uno de los que integran la subregión del Catatumbo. Son también otros acontecimientos ocurridos a lo largo del año, como la bomba en la Brigada 30 del Ejército en Cúcuta y el atentado contra el helicóptero en el que viajaba el presidente Duque. Y muchos otros hechos de violencia que han convertido a esta región en el foco actual del conflicto armado.

Y es que el Catatumbo sufre en medio de una tenaza conformada, por un lado, por el narcotráfico y los cultivos ilícitos y, por otro lado, por el hecho de que las organizaciones ilegales encuentran refugio seguro en Venezuela.

A veces queda la impresión de que la magnitud del desafío es descomunal. Se trata de desmontar una gigantesca operación de cultivos de coca y narcotráfico, la cual, si bien ha existido en la región desde hace años, se multiplicó al calor de incentivos errados que, en el marco del proceso con las Farc, se diseñaron con buena intención, pero que terminaron estimulando los cultivos ilegales. Se estima que solo en el Catatumbo hay 40 mil hectáreas. Los proyectos de sustitución enfrentan desafíos notables, no solo en la dimensión económica, sino también en la de seguridad, por la violencia misma que azota a la región.

A la vez, está el problema de Venezuela. Es un hecho ya notorio el que todas estas organizaciones, sea el Eln o las disidencias de las Farc, encuentran en el vecino país no solo un refugio seguro, sino una plataforma de operaciones para sus negocios de narcotráfico. Es tal el colapso de todo en Venezuela que aunque esa situación tuvo origen hace años en la simpatía ideológica del chavismo hacia la guerrilla colombiana, actualmente parecería deberse más al caos casi total que reina allí, a la consecuente falta de control y a la corrupción desaforada que hay en sus fuerzas armadas. Sea como fuere, es muy difícil para el gobierno colombiano avanzar en esta guerra cuando los terroristas, a la menor indicación de la presencia de las tropas, no tienen más que caminar unos pocos metros y están a salvo. Una serie de acciones, que van desde la denuncia internacional hasta el trabajo diplomático discreto, deberían intentarse para poner fin a esta situación.

Por lo pronto, aquí seguiremos rindiendo homenaje a cada uno de esos valerosos integrantes de la Policía, del Ejército y, en general, de nuestra fuerza pública que pierden la vida en la lucha contra el terrorismo y el crimen.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 16 de diciembre de 2021.

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