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Thierry Ways          

Criticar a una empresa por producir en el extranjero indica una visión ingenua del mercado.

Una clienta le reclamó públicamente al empresario marroquinero Mario Hernández por la proveniencia china de una cartera que compró, lo que provocó una discusión en redes sociales sobre el presunto antipatriotismo de producir en el extranjero. Es importante explicar por qué esos señalamientos van en la dirección equivocada.

Antes, sin embargo, aclaro que no me ocuparé, pues se trata de un tema aparte, de otra crítica que le hicieron a Hernández, la de un supuesto engaño al consumidor, crítica que además no comparto. Él ha explicado que 65 % de sus productos son hechos en Colombia y que los importados están debidamente etiquetados como tal, explicaciones más que suficientes.

Pasemos al tema: ¿es pecado fabricar artículos, o parte de ellos, en otros países? La respuesta es no. Quienes reprenden a Hernández por producir afuera en vez de “generar empleo en el país” parten de una visión poco sofisticada, ingenua incluso, de cómo funciona una economía de mercado. Según esa visión, el empresario es un pequeño emperador, con poder de decidir qué se produce, dónde y pagando cuáles salarios. Pero esa es una descripción divorciada de la realidad.

El empresario y, por consiguiente, la empresa, son un vehículo: un mecanismo para satisfacer las necesidades y deseos de los consumidores. El consumidor quiere o necesita ciertas cosas: comida, ropa, entretenimiento, etc. El empresario, en este caso manufacturero, se coloca entre la materia prima de la naturaleza y el consumidor que desea algo, y transforma esa materia en el algo que satisface el capricho o la necesidad del deseador.

Pero el consumidor no solo desea cosas, también las quiere a buen precio y de buena calidad. Ahí interviene una fuerza que suelen ignorar quienes albergan sesgos antiempresariales: la competencia. La competencia hace que distintos productores ensayen distintas estrategias para satisfacer los deseos de la gente al menor precio. En el mundo de hoy, eso a veces significa trasladar parte del trabajo a países como China, donde, para un mismo nivel de calidad, los costos de elaboración son más bajos que en Colombia.

¿Podría un inversionista ‘patriótico’ ir en contra de esa tendencia, “apostarle al país” y fabricar localmente, como muchos le exigen a Hernández? Sí que podría. Pero en la medida en la que su producto sea más caro que productos similares de la competencia, el experimento durará poco. El patriótico productor saldría pronto del mercado y se esfumarían, además de su capital, los supuestos empleos que iba a crear.

Las cosas serían distintas si hubiera suficientes compradores dispuestos a pagar más por los artículos ‘made in Colombia’, recompensando así al fabricante por su apuesta nacionalista. Ese tipo de consumidor, que premia ciertas características de los productos, como la fabricación local o ‘verde’, es común en los países desarrollados. Pero en países menos prósperos, como el nuestro, el poder adquisitivo no da para tanto. Como todo en la vida, el consumo virtuoso tiene su precio.

Dicho de otro modo, no tiene sentido culpar al fabricante por producir fuera del país; la ‘culpa’ es del consumidor, que quiere, como es lógico, buena calidad a un precio atractivo. El empresario es un simple medio para satisfacer esa exigencia. Si queremos más manufacturas nacionales y estamos dispuestos a respaldar esa intención con nuestro bolsillo, seguro aparecerán fabricantes prestos a complacernos. Pero es el consumidor quien manda, no al revés. El empresario solamente está siguiendo órdenes.

A quienes censuran a Hernández por fabricar cosas afuera, entonces los invito a que le echen una mirada a su armario. ¿La mayoría de las prendas ahí vienen de Asia? Luego no es don Mario quien está mandando a producir en China, es usted.

En Twitter: @tways

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https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 23 de octubre 2021

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