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Thierry Ways          

El Equipo por Colombia y la Coalición Centro Esperanza están atrapados en sus propios purismos.

Escribo esto el viernes y no sé si cuando se publique, el domingo, la Coalición Centro Esperanza habrá arreglado la fractura que dejó el altercado entre Ingrid Betancourt y Alejandro Gaviria en el debate del martes. Al paso que va el colectivo de centroizquierda, sin embargo, quizá ya hayan discutido por otra cosa el sábado.

Betancourt, cuya única propuesta parece ser la lucha anticorrupción –algo necesario pero insuficiente para solucionar los problemas del país–, increpó a Alejandro Gaviria por aceptar el apoyo de senadores de partidos clientelares. Gaviria respondió acusándola a ella de hipocresía y oportunismo, y la invitó a pasar revista a sus propios aliados políticos. Betancourt, finalmente, insistió en la intransigencia frente a las maquinarias y el tema quedó ahí. El encontrón duró solo unos minutos, pero demostró que la fractura original que había entre la Centro Esperanza y Gaviria, producto de la cercanía de este último con otro Gaviria, el César del Partido Liberal, fue pegada con argamasa de mala calidad. Bastó un porrazo para agrietar la junta.

Del otro lado de la campaña, en la derecha o centroderecha, también andan desafiando el viejo lema de que la unión hace la fuerza. Óscar Iván Zuluaga, que era un aliado natural para ese colectivo, quedó por fuera del Equipo por Colombia, una fractura aún más grave que la de la centroizquierda. Si Zuluaga llega solo a la primera vuelta, se dividirían los votos de la derecha y probablemente les alcancen apenas para un tercer lugar.

O un cuarto. Pues, como van las cosas, así se divida la derecha, la Centro Esperanza no tiene asegurado el segundo puesto en mayo. Mientras que la centroizquierda ha atomizado sus esfuerzos entre demasiados candidatos, quienes, como ondas acústicas en desfase, se interfieren y anulan mutuamente, el ingeniero Rodolfo Hernández, el palo de la campaña, va subiendo en las encuestas. No es impensable que se enfrente a Petro en el balotaje. Quizá estemos abocados a elegir entre Petro y Hernández, dos posturas distantes en apariencia, pero, en el fondo, dos demagogias gemelas: el candidato ‘antiestablecimiento’ versus el candidato ‘antipolítico’.

El Equipo por Colombia y la Coalición Centro Esperanza son presas de sendos purismos. Los unos, para evitar contaminarse de uribismo, redujeron sus probabilidades de éxito a la mitad a través del efectivo harakiri de cortarse en dos. Los otros se han extraviado buscando el sendero inmaculado del centro central de la medianía del medio: un camino tan angosto que en él no cabe el pragmatismo, y más parecido a un ideal geométrico que a un programa político. No sabe uno si estos colectivos realmente aspiran a ganar la presidencia o a ganar un premio a la pureza conceptual.

Hay que diferenciar entre la lucha contra el clientelismo, en lo que insiste Betancourt, y el sentimiento antipolítico o antiestablecimiento, que representa el líder de las encuestas, Gustavo Petro. Parecen lo mismo, pero no lo son. Lo primero es una causa moral, abstracta; lo segundo, un sentimiento fuerte de repudio, a ratos casi vengativo. Y no estamos propiamente en un momento político anticorrupción o anticlientelista –esa es apenas la expresión que toma entre una parte de la ciudadanía–, sino en un momento antiestablecimiento. Eso explica que Petro pueda hacer las alianzas que quiera, hasta reventar el incoherómetro, sin que sus seguidores lo castiguen. Y esa es la gran debilidad de las coaliciones rivales, que están compuestas principalmente por caras y apellidos que no consiguen venderse como renovadores de verdad.

Las fracturadas coaliciones necesitan urgentes cambios de estrategia si han de llegar vivas a junio. De lo contrario, el presidente será Petro. O Hernández.

En Twitter: @tways

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https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 29 de enero de 2022.

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