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Thierry Ways          

Es preferible un carrito de ‘hot dogs’ al caviar envenenado del chavismo que ha promovido Residente.

Pelotera en el mundo de la música urbana. El reguetonero colombiano J Balvin llama a boicotear los Latin Grammy, porque, según él, “no nos valoran”. El rapero puertorriqueño René Pérez, conocido como Residente, responde comparando la música de Balvin con un “carrito de ‘hot dogs’ ”. “A mucha gente le puede gustar”, dice, pero “cuando esa gente quiere comer bien, se van a un restaurante, y ese restaurante es el que se gana las estrellas Michelin”. E increpa al colombiano por no escribir sus propias canciones y tener subidos los humos: “El punto es, José, que si tú no tienes lápiz, le tienes que ‘bajar veinte’ ”.

La disputa se vertebra sobre la vieja división entre el arte ‘serio’ y el comercial. ¿Es superior el teatro a la telenovela? ¿La ópera al pop? ¿Quién realmente es ‘artista’ y quién no?

Esas preguntas habrían tenido sentido hace dos siglos, pero el auge de la cultura de masas y el creciente talante democrático de la sociedad en el siglo XX dieron al traste con cualquier pretensión de superioridad de un género sobre otro. Los propios artistas se encargaron de dinamitar las jerarquías: pensemos en los orinales de Duchamp o las latas de sopa de Warhol. Y aunque la tensión entre la ‘alta’ cultura y la cultura popular no se resolvió del todo, los debates del modernismo y el posmodernismo nos dejaron sin bases sólidas sobre las que se pueda argumentar que una manifestación creativa es ‘mejor’ que otra. Cualquier alegato de ese tipo implica un elitismo hoy imposible de defender. Como rapeó con solvencia DJ Constaín el jueves en estas páginas, entre gustos no hay disgustos: “allá cada quien”. Aunque él lo dijo en latín.

En el segundo ‘round’ de la polémica, el asunto adquirió un cariz político. Residente le echó en cara a Balvin su apoyo lánguido –como ritmo de ‘trap’– a las manifestaciones de este año. Y aunque yo, por cuestiones de senescencia, soy más de la música de Residente que de la de Balvin, aquí tomo partido por el colombiano.

Una de las cosas más asfixiantes de los tiempos que corren es la hipermoralización histérica de todos los aspectos de la vida cotidiana, hasta de la música que escuchamos. Hoy no podemos traer hijos al mundo, pues es estar contra la supervivencia del planeta; no podemos comer pescado, pues es desear la muerte de los mares; no podemos tomar jugo con pitillo, pues es ser enemigo de las tortugas; no puede alguien alisarse el pelo con las keratinas de Epa Colombia, pues proyecta su racismo interior; no debe un hombre abrirle la puerta a una mujer o pagar la cuenta, pues es una microviolencia micromachista. Estamos envenenando la vida en sociedad, llenando la sopa comunitaria de tubérculos tóxicos y rábanos radiactivos. Y ahora seremos juzgados también según que nos decantemos por el reguetón que suena en la radio o por un reguetón más auténtico, orgánico, rebelde, sin conservantes, de autor.

Pero ojo: no hay nada más perecedero que el cantante comprometido o ‘engagé’, militante de alguna causa. Si no sabe separar su obra de sus posiciones personales, termina por empobrecer la obra, pues los ideales políticos siempre son inferiores a los ideales estéticos. Salvo excepciones contadas, como la caída del comunismo o la abolición de la esclavitud, tarde o temprano todas las causas políticas se revelan mezquinas o impuras. ¿No fue el propio Residente quien en unos premios MTV ‘nominó’ a Hugo Chávez “mejor artista pop”?

No sé qué piense él hoy de aquel ‘performance’, pero si tus instintos políticos te han llevado a exaltar a un déspota empobrecedor y destructor de su pueblo –el Godzilla de Miraflores–, quizá sea mejor ‘bajarle veinte’ al activismo, René. Mil veces más sano un perro caliente lumpen que el caviar podrido y perfumado de petróleo del socialismo del siglo XXI.

En Twitter: @tways

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https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 09 de octubre de 2021.

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