¿Cómo es posible que más de 500 silleteros que con sus familias se dedican todo el año a cultivar las flores con las que van a crear sus obras y pasan los días previos al desfile diseñando sus silletas con rigor, precisión y altos niveles de excelencia artística, hasta altas horas de la noche, terminen el día de la gran celebración tirados en la calle, afuera del estadio, sin agua para hidratarse y sin poder entrar para exhibir las obras que son la razón de ser de tan entrañable celebración?
A diferencia de todos los otros años, cuando los campesinos atraviesan orgullosos Medellín con sus silletas a la espalda, esta vez la Alcaldía decidió concentrar el desfile en el estadio por la pandemia. Lo que de pronto podría considerarse una buena idea, terminó por sacar a los silleteros y su público de su escenario natural de encuentro. Y lo más errático: la decisión de la Alcaldía de solo autorizar la entrada de los 55 ganadores: a los demás (¡455!) los dejaron afuera del estadio y sin desfilar. Nada más excluyente y contrario al espíritu de esta manifestación, como si lo que primara en ella fuera la competencia. La Alcaldía dijo que sí habían dejado entrar a los 510 a partir de las 3 de la tarde, pero eso no es del todo cierto. Los asistentes al estadio relatan que a esa hora anunciaron por los altavoces que comenzaban las orquestas, con lo cual se acabó el desfile, y solo entraron unos cuantos más de los no ganadores, según contaron ellos mismos, porque lo hicieron a la fuerza. Un capítulo nefasto que golpeó la dignidad y la grandeza de los silleteros.
Lo ocurrido muestra un gran desconocimiento de lo que es esta tradición que es patrimonio cultural inmaterial de la Nación. Los silleteros son, en pocas palabras, un tesoro vivo de la Nación.
El gran momento de los silleteros es justo ese domingo cuando, a altas temperaturas, caminan por entre un millón de personas que se vuelcan a las calles a aplaudirlos, ese aliento que a ellos inspira y que a todos nos arranca lágrimas. Todo el año esperan ese coro, “vuelta, vuelta, vuelta”.
Si bien era necesario hacer ajustes por pandemia, lo que vivimos, también muestra cierta indolencia. Los silleteros se levantaron desde las 4 de la mañana y les tocó estar de pie hasta las 4 de la tarde. “Ni una silla teníamos para sentar a las mujeres”, decía dolido uno de ellos. Tampoco tuvieron consideración con los silleteros no ganadores de 80 años o más. Recibieron refrigerio, pero no tuvieron bebidas para hidratarse en esa larga jornada.
Hasta el último momento esperaron poder entrar para que el público los abrazara con sus aplausos y las cámaras de televisión registraran su trabajo. Por primera vez en 64 años ese abrazo que justifica todo su esfuerzo no se dio.
Mientras tanto en las tribunas, los jóvenes funcionarios que momentáneamente están en el poder se veían muy bien acomodados. Incluso la esposa del alcalde vestía un traje blanco que más parecía de novia, con cola, se tomaba fotos en la grama del estadio y posaba para los fotógrafos.
Todo lo que pasó deja en evidencia que la narrativa de que se está en contra de algunos privilegiados para defender a los más necesitados no es más que un discurso vacuo.
Lo que ocurrió además refleja deficiencias de gestión y administración. ¿Por qué algún silletero se quedó sin recoger? ¿Por qué no había algún operador ofreciéndoles su debida hidratación? ¿Por qué nadie les ofreció ir a las tribunas en un estadio semivacío? ¿Quién es el operador logístico del evento? ¿Qué experiencia tiene?
Una silletera, Sara Vásquez, decía: “me rompe el corazón lo qué pasó, no dan ganas de seguir”. Nada retrata mejor el carácter de un gobierno que los detalles. Si se lo hubieran propuesto no habrían creado un símbolo tan poderoso como el del desplante a los silleteros.
https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 29 de agosto de 2021.