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César Salas Pérez                                                                             

Se ha vuelto cotidiano en el mundillo político del gobierno el absurdo hecho de no solo limpiarles el prontuario delictivo y lavarles la cara a todos sus amigos subversivos sino también intentar casi que a la fuerza que Colombia acepte el camino de la ilegalidad que alguna vez tomaron y siguen ejerciendo toda esta caterva de impresentables que gobiernan es la justificación perfecta para haber vuelto una conexidad de delitos tras delitos casi todo el código penal por la simple excusa de llamarse dizque gobierno revolucionario.

Pues bien, a esta lavandería gubernamental exprés de delincuentes aliados es lo que he denominado guerrilleradas, epíteto perfecto para denominar las actuaciones de quien ejercer el poder con miras a reescribir la historia reciente de la violencia y enviar a los colombianos pésimos mensajes en el sentido de que delinquir y agredir bienes jurídicos tutelados es el camino perfecto para llegar al poder y quedarse inmersos en él. Utilizar la democracia para convertirla en autocracia debería ser un delito.

Sin embargo y pese a todo esto, Petro comete varios horrores al pretender timar al setenta por ciento (7 de cada 10 colombianos) de compatriotas que le tienen asco y le generan sentimientos encontrados de odio, de ser un corrupto recalcitrante, un tipo que pende de la impunidad para el bienestar de su circulo, personaje oscuro con delirios de grandeza, un inepto total sin ideas ni ejecutorias y lo más doloroso, una mala persona.

Así las cosas, la lista empieza con querer pasar a la historia como el presidente ya no de la revolución sino de la evolución. La primera, quizá puede ser el período en que delinquía con el grupo terrorista M-19 y cometiendo cualquier cantidad de crímenes en nombre de ese trillado postulado. Mientras que la evolución es su actual período de mandato donde afirma dentro de su lamentable narcismo que la evolución de nuestra historia republicana tiene un antes de él y un después de él. Y no es que lo diga tal cual en sus palabrerías y charlatanerías egocéntricas, sino que los hechos y la realidad así lo manifiestan.

Acabar con todo el aparato institucional y destruir sobre lo construido ha sido su carta de presentación. Ha caído en su propio laberinto en un gobierno antidemocrático, tirano y excesivamente corrupto. Su supuesta evolución con el primer gobierno de izquierdas ha sido una completa decepción.

Recordemos que las evoluciones estructurales, los cambios y las transformaciones han sido desde tiempos inmemorables una serie de procesos dinámicos que han estado presentes en los sistemas políticos, pero con una clave sin la cual no existe su éxito, el de ser procesos respetuosos, inclusivos que permitan poder interactuar con el que piense distinto y sobre todo, fáciles de comunicar. Aquí radica el accidente petrista, porque él no respeta, discrimina y persigue de frente a su adversario, con un discurso que jamás une, sino que polariza y con una forma de comunicar que aleja a la gente en vez de atraerla. Esta claro que ganó en 2022 porque recibió plata de toda el hampa de este país para financiar su campaña y plataforma política y en su momento fue el ‘engañabobos’ perfecto donde cayeron intelectuales, académicos, librepensantes, independientes, votantes de opinión, gentes que querían a alguien diferente y sobre todo, a los más vulnerables de este país esperanzados en un catálogo de promesas incumplidas.

De su amañado discurso belicista plagado de guerrilleradas nace su segundo horror, el de creerse el amo, señor y dueño de la posverdad. Es innegable que el exceso de cafeína en sus tintos lo han catapultado como el rey de las noticias falsas, en un excelso experto en la propagación de rumores con una marcada intencionalidad política dañina junto a la existencia de hechos alternativos que no corresponden a la verdad comprobable con evidencia. Ejemplos son los que abundan como estar inventando planes para matarlo, victimizarse en todo y por todo, echar culpas a los demás sin asumir sus responsabilidades, gobernar con espejo retrovisor, defender lo indefendible, cazar peleas con otros homólogos, desafiar sin argumentos al principal socio económico y aliado los EEUU sin importarle que más de la tercera parte del tejido empresarial y productivo nuestro depende de ese mercado; creer ciegamente en sus sesgos ideológicos trasnochados, agitar la lucha de clases, reencauchar en su ejecutivo a ladrones y personas cuestionadas, desconocer las obras que otros hicieron, entregarle el país a sus guerrilleros amados…

Hoy estamos viendo cómo el futuro y no el pasado se está reescribiendo intencionalmente mediante ideologías sesgadas, rumores y noticias falsas en contravía de la verdad. Con Petro ‘el relato ha matado al dato’.

Y por supuesto, la tercer guerrillerada horrorosa es la de haber convertido el arte de la política en un circo politiquero.  Cómo olvidar en estos turbios tiempos criollos ese gran choque intelectual griego entre Platón y Aristóteles, maestro y discípulo. Platón con su filosofía del Estado y Aristóteles con la vida política activa.

Entonces, de pasar a lo virtuoso e inteligente en la historia vemos una actualidad política colombiana convertida en un aprovechamiento egoísta del poder en cabeza de un lunático que le gusta por naturaleza empuñar las armas y retumbarlas en sus opuestos, un personaje que se desenvuelve en medio de la maquinación ruin, la vulgaridad, en la verdadera degeneración de la política. Petro, siempre rodeado de la mas pura escoria humana, gobernando con gente mediocre, con intocables que lo tienen secuestrado y chantajeado porque si hablan, se cae el establecimiento, un gobierno más parecido a un circo que a un laboratorio de servidores públicos.

Haber degradado de esta manera el arte de la política es comprender que de hoy en adelante cualquiera puede ser presidente de la República, ministro o jefe de ente descentralizado, saber que los títulos académicos, la experiencia profesional idónea y el buen nombre hoy no sirven de nada en un país que solo clama algo básico, recuperar la decencia, la honorabilidad y el buen ejemplo entre sus dirigentes. ¿Será mucho pedir?

Publicado en Columnistas Regionales

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