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César Salas Pérez                                                                         

Cooptadas la mayoría de instituciones por el arrollador poder presidencial, después de la Fiscalía la que más causa preocupación es la del Ministerio publico, un gigante burocrático que a decir verdad, es más inútil que útil para la supuesta defensa de salvaguardar los derechos humanos e intereses de los ciudadanos ante el Estado. No en vano, es meritorio el título de Procurador de bolsillo de Petro. ¿Cuál es la diferencia con la Fiscal General de bolsillo? Ninguna. Son el género y la especie confabuladas.

Hablando con franqueza, lo que hoy existe en Colombia es un problema agudo y profundo de falta de legitimidad, transparencia y confianza en estas instituciones que viene de tiempo atrás, es un viejo cáncer que ha producido una enorme fractura entre la confianza ciudadana en esos entes y sobre todo, en quienes las dirigen.

Dirán aquellos que son estrictamente apegados a la carta que como es sabido, en toda democracia el pueblo es el soberano. Por supuesto, pero mi crítica radica es en ¿Qué hacer con esa profunda decepción ciudadana generalizada por la abundancia de actos de corrupción que terminan siendo archivadas por vencimiento de términos o por penas irrisorias a sus infractores diez años después de su comisión?

De esta pregunta sin respuesta objetiva clara y directa es que la falta de legitimidad del imperio de las instituciones crece y crece. Pues bien, estamos viendo cómo Petro con su Fiscal General de bolsillo ha venido cuadrando y manejando los grandes escándalos corruptos de su penosa administración, incluido el de su hijo, quien como van las cosas saldrá bien librado más pronto que tarde de una sentencia condenatoria ejemplar.

En este solo ejemplo, la Fiscal está dotada de toda legitimidad teniendo la capacidad de ejercer su función pública revestida de muchísimo poder, sin embargo, es la persona y sus actuaciones la que se encarga de deshonrar su mandato lo cual degenera en que sea ahora la Fiscalía General de la Nación la que haya perdido toda credibilidad o que quede en entre dicho. Una vez más, pareciera que los intereses personales y los pactos secretos o de lucro finalmente terminan desviando sus obligaciones y obrando en contravía del Estado de Derecho.

Y ni hablar de los operadores de justicia que más parecen directorios políticos que juristas autónomos e independientes. Casi todo es un gran circo circunstancial que se mueve por el día a día y no por el correcto proceder. Eso sin mencionar a magistrados y jueces que en un entramado casi que mafioso conspiran para levantar procesos judiciales falsos que llevarían a la cárcel a opositores políticos o a personas que se les vea como una eventual amenaza electoral que pudiera derrotar a los que hoy gobiernan.

Todos estos improperios groseros y hostiles contra la Democracia de parte de los que hoy ostentan el poder es lo que tiene exacerbados a la inmensa mayoría de ciudadanos que observan cada semana el estallido de un nuevo escándalo de corrupción del gobierno nacional en cabeza de sus principales alfiles y de unos congresistas que parecen la reencarnación del señor Javier Duarte al que llamaron el “ ladrón más grande en la historia de México”, un cínico y corrupto politiquero que robó miles de millones de pesos al pueblo de Veracruz durante más de seis años continuos.

Estos Parlamentarios miserables que en plazas públicas de sus territorios y frente a gente pobre e iletrada  tienen la desfachatez de criticar y atacar a su amo Petro y en Bogotá hacer looby para robarse a manos llenas instituciones enteras a cambio de aprobar sí o sí las nefastas reformas petristas a pupitrazo limpio. Es bastante lamentable el presente de los partidos políticos plenamente desprestigiados, sin ideales que hace rato están en la lista de instituciones sin legitimidad alguna. Pero su desvergüenza no tiene límites, ya están preparados para el escenario electoral venidero y listos para desahogarse en sandeces y mentiras en forma de discursos con miras a comprar sus miles de votos para obtener nuevamente el credencial dizque de - “parlamentarios”.

Ciertamente, muchas veces las crisis terminan por aclarar el panorama, el espectro socioeconómico, y la falta de legitimidad institucional podría ser el inicio de la construcción de nuevos cimientos democráticos con nuevas fichas y nombres idóneos que se la jueguen por devolverle la confianza y la esperanza a los colombianos. Disminuir el caos, el descontento, la inconformidad e impotencia general es el primer paso a seguir por quien quiera ser presidente de la República, y su reto personal sería el de recuperar la legitimidad en quienes gobiernan nuestras instituciones públicas.

El segundo paso es renovar en más de la mitad el actual congreso. Es inadmisible que vuelvan a estar los mismos con las mismas. La gente gracias a las redes sociales ya no se deja engatusar tan fácilmente como en otras épocas. El voto castigo sería el menú perfecto para tanto sátrapa embustero y bandido.

Lo tercero es que se garantice una elección en paz y sin presiones en los territorios donde el orden publico es crítico. Se da por asegurado que en las grandes ciudades no debieran existir grandes problemas, pero sí en los municipios azotados por las guerrillas y el narcotráfico. Es un deber de este gobierno y no un regalo garantizar elecciones en todo el país, claro está, si Petro no suspende la cita democrática del 2026 y busque su reelección.

Es indudable que se requiere recuperar el rumbo, devolverle a los ciudadanos seguridad y tranquilidad, recuperar la legitimidad en los entes de poder, pero ante todo, elegir bien, votar por gente honesta, con principios, con formación académica y experiencia profesional, abrir un gran espacio a los jóvenes y entender que es el tiempo para que una mujer independiente y nueva en política sea la primera presidenta de Colombia.

Publicado en Columnistas Regionales

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