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Alfonso Monsalve Solórzano                                                   

Hoy, con sentimientos de incredulidad y aprehensión, pero también de esperanza, comienza la cuenta regresiva para Petro, a quien le faltan dos años menos cuatro días para que, si al país le va bien, se vaya.

Ya sobrevivimos la mitad de su mandato. Y a pesar de todo lo que ha hecho para conseguir el poder y atornillarse, nuestra democracia ha resistido y nosotros con ella, lo que no es un hecho menor. Dos años de un gobierno corrupto y de una operación de acoso y derribo sin precedentes, sin que hayamos perdido nuestra democracia, demostraron que los valores sobre los que construyeron la cultura democrática de los ciudadanos y el diseño de nuestras instituciones, son más fuertes de lo que muchos pensaron.

Y esa no es una experiencia colectiva gratuita. De hecho, se fue forjando a través de nuestra historia, resistiendo guerras civiles,  la llamada Violencia entre los años cuarenta y seis  y cincuenta y ocho del siglo pasado; las  guerrillas comunistas que comienzan en los sesentas y las autodefensas, que arrancan a fines de los setentas, devenidas, unas y otras, en  organizaciones del narco la minería legal y otras actividades del crimen transnacional que llegan hasta nuestros días; además, de las mafias pura sangre del narcotráfico, que también hoy, continúan su accionar bajo diferentes ropajes.  

En todo ese tiempo, más de ciento vente años, nunca hubo golpes de estado, salvo el d Rojas Pinilla.

Nuestra democracia no es perfecta, ninguna lo es (en Estados Unidos asesinaron a Kennedy y atentaron contra Reagan y Ford; en Suecia mataron al primer ministro Olof Palme) , pero la colombiana ha resistido, además del accionar de las organizaciones mencionadas, máquinas de muerte y descomposición, la corrupción de partidos políticos mercenarios que viven desde hace muchos años, en el congreso, asambleas y concejos, así como en los cargos públicos del poder ejecutivo, del presupuesto público y de los contratos fraudulentos.; pero también la corrupción de algunos jueces venales.

Debo señalar aquí que el triunfo de Misael Pastrana sobre el ex dictador Rojas Pinilla fue cuestionado y sirvió de pretexto para el surgimiento del M-19, del que Petro, precisamente, proviene, aunque el Propio Rojas admitió su derrota. Pero, nuestra democracia ha sobrevivido a la ilegitimidad de origen  que ha sido probada en tres casos de candidatos provenientes de la izquierda o “progresismo” o de sus aliados: los dineros del narcotráfico ingresaron a la campaña de Samper, Odebrecht entregó recursos a la de Santos y hubo dineros obscuros en la campaña del actual presidente.

Ciertamente, la última operación de acoso y derribo de nuestra democracia comenzó con Santos y su negociación con las Farc, en la que pasó por encima de la voluntad popular (a pesar de lo cual, Petro, adalid de la soberanía popular, no sólo guardó silencio, sino que avaló tal golpe -blando o duro, califíquelo el lector) a nuestras instituciones. Como resultado, la nación colombiana asumió compromisos que no tenía con qué pagar, entronizó la impunidad y, concomitantemente, creó una nueva jurisdicción al servicio de los criminales, como prueba el hecho de que no ha impartido una sola condena todavía contra ellos.

El país, como siempre, resistió el golpe. Pero la impunidad se fue entronizando a punta de chantaje, movilizaciones de la “primera línea, asonadas, marchas indígenas, paros armados, toma de puertos, etc., en el gobierno de Duque -que además tuvo que lidiar con la pandemia- para desembocar en la elección de Petro, cuya ilegitimidad de origen, como dije más arriba es clara.

El culto a la ilegalidad proveniente de los mafiosos, de guerrillas y autodefensas, fue potenciado por Petro y sus agentes políticos, quienes no tuvieron empacho en correr la línea ética para ganar las elecciones y ahora, para negociar con los grupos al margen de la ley, el cambio de la estructura política y económica del país, a cambio de nada, para imponer los acuerdos a los que lleguen sobre esos temas.

 Adicionalmente, el gobierno compra a un gran número de parlamentarios y a algunos partidos políticos, corruptos de profesión, a los que pertenecen, para tramitar las reformas petristas nefastas de las que, algunas, sin ser aprobadas aun, ya han destruido uno de los grandes logros en derechos sociales de los colombianos, su sistema de salud.

Petro y sus amigos buscan desesperadamente la reelección e imponer sus “proyectos” en marcha, a través de constituyentes, fast track, o lo que sea, desmantelando los mecanismos constitucionales establecidos para aprobar leyes.

Además, golpean al poder judicial, a los periodistas, a los ciudadanos; promueven las primeras líneas, los “cabildos”, “asambleas” para amedrentar y chantajear a los jueces; utilizan las universidades, a través de sus corifeos, para impulsar “asambleas constituyentes”.

 Ahora hablan de un acuerdo nacional. 

Es un verdadero frenesí de depredadores cuya presa es nuestra democracia. Pues bien, ese frenesí se acentuará en este segundo período, desesperado como está Petro por perpetuarse a pesar de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Pero ahora la tienen menos fácil. El rechazo de la opinión ha aumentado al ver el juego petrista de darle respiración artificial al régimen de Maduro, quien es repudiado por todos los demócratas del mundo. Es que son hermanos de sangre. Con él no vale, tampoco, lo del respeto a la soberanía popular. Hará hasta lo imposible por mantenerlo en el poder a él y al cartel de los soles; y, de paso, darle la mano a las organizaciones armadas ilegales que tienen a Venezuela como territorio estratégico sin el cual no podrían subsistir.

Los colombianos vemos a Venezuela como un espejo de lo que nos puede ocurrir si Petro en persona o su Cámpora (candidato de Perón a la presidencia, que renunció a los dos meses cuando llegó al poder, para abrirle paso a la presidencia de aquel, me recordó un amigo en estos días) se mantienen. Ya se le cayó el velo. Está desnudo. Petro es el que es. Tiene alma de dictador. Y la nación colombiana, resiliente como es, superará una vez más, al autócrata que habita en el presidente.

Pero no será gratuito. Hay que derrotar el fast track, el poder constituyente, o cualquier otra maniobra que propongan para quedarse; hay que exigir al congreso que hunda sus propuestas, a los partidos políticos a que cumplan con su deber, a la fiscal que investigue pronta e imparcialmente, a la justicia que haga la tarea. No puede haber un acuerdo nacional que perpetue a Petro. Ya sabemos que para él no hay acuerdo sino sobre lo que él diga y como lo diga. El acuerdo debe ser entre los colombianos, para sacarlo mediante un juicio político y/o los mecanismos establecidos por la Constitución

Una lección venezolana es que hay que cuidar el poder electoral. Si Petro logra reformarlo, estamos perdidos. Y si logramos que haya elecciones en el 26, necesitamos un candidato único y un congreso sin delincuentes. Las listas cerradas son una vía y ya se están abriendo camino, según, leo, en algunos partidos, como el centro Democrático.

Publicado en Columnistas Nacionales

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