Las cifras del desfalco en la UNGRD reveladas hasta ahora son de magnitud galáctica, cerca del billón de pesos — aunque otros hablan de dos billones—. Sin contar con lo que puede haberse hecho en los ministerios, esto solo ya permite a Colombia saltar muchos lugares para competir, gracias al gobierno del cambio, por uno de los primeros puestos en el escalafón mundial de la corrupción.
A juzgar por esas cifras escandalosas la mermelada ya no es cosa de milloncitos, sino de miles de millones para cada uno de los congresistas, magistrados y periodistas, que hacen posible la marcha cada vez más acelerada hacia el abismo: los unos, aprobando reformas tóxicas; los segundos, prevaricando, y los últimos, ocultando, desinformado y tergiversando.
El régimen —aunque aún quedan vestigios de actuación legítima— está muy cerca de convertirse en un sistema cerrado en el que todas las acciones legales de los conciudadanos están condenadas al fracaso, porque los funcionarios en los órganos del poder están conjurados, por acción o por omisión, al servicio de la revolución.
Cuando todos los débiles obstáculos al plan revolucionario desaparezcan: 1. con la constituyente, 2. con los textos vinculantes redactados por el Comité Nacional de Participación para entrar en vigencia a partir del “acuerdo de paz” con el Eln; y 3, con la reelección de Petro, Colombia replicará la tragedia de Venezuela.
Si el país no reacciona desde ahora con la mayor energía, caerá en el agujero negro de revolución, miseria, opresión y hambre, durante largos años.
Es tan horrible pensar en eso que se prefiere confiar en un esplendoroso triunfo electoral en 2026, aunque Petro ya haya entregado la mayor parte del territorio al Eln, las Farc y los carteles, y aunque la Registraduría esté bien preparada para unos cómputos a la Tibisay.
Por su preparación, experiencia e información, los seis colombianos que mejor conocen lo que significa la revolución comunista son Álvaro Uribe, Andrés Pastrana, César Gaviria, Iván Duque, Germán Vargas Lleras y Enrique Gómez Martínez.
Salvo ocasionales y escasas declaraciones de algunos de ellos sobre actos irresponsables de Petro, en general permanecen al margen de la lucha, siguen separados por rencillas, diferencias e intereses, mientras Petro avanza sin real oposición política hacia donde quiere llegar.
El país, en cambio, exige la unión de todas las fuerzas democráticas y la aparición de un líder indiscutible para dar —y ganar— la batalla por el poder, ¡desde ahora!
Esos seis grandes jefes tienen que reunirse para convenir las bases de la necesaria unificación de todas las fuerzas democráticas bajo un líder único.
El cumplimiento de esa obligación política y moral no da espera.
Todos ellos son eximios conductores. El país les ha dado mucho y ahora les pide grandeza y desprendimiento para la conformación de un movimiento eficaz de recuperación del Estado de derecho y la democracia. Pero si prefiriesen seguir dentro de sus menoscabadas clientelas, el país jamás podrá perdonarlos y los tendríamos que considerar como los principales responsables de la tragedia venidera