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ALFREDO RANGEL      

Desesperado, Petro quiere provocar, él mismo, el fin anticipado de su mandato instigando acciones anticonstitucionales.

Más allá de la discusión de las estrambóticas ocurrencias “constituyentes” de Petro, de las que se desdice y se ratifica continuamente y a placer, para despiste y confusión de sus antagonistas, y más allá de los disparates de sus corifeos más alucinados, como Leyva y Montealegre, lo que hay que ver es lo que está detrás de todo este ruido con el que el gobierno busca y logra mantener la iniciativa política, mientras la oposición trastabilla para seguirle el paso.

Este inmenso ruido tiene dos propósitos. Uno, se trata de una gran maniobra distractora que busca opacar y sacar del foco de atención pública los monumentales escándalos de corrupción que involucran al círculo más íntimo del Presidente, las investigaciones sobre la financiación ilegal de la campaña presidencial, la desbocada crisis de la salud, el auge de la violencia y de la inseguridad, la súbita insolvencia fiscal del Gobierno, etc. Y dos, la improvisada y aparatosa búsqueda de un norte para un gobierno fracasado, una vía de salida y terminación ad portas del comienzo de la segunda mitad de su estéril mandato.

Cualquiera de los escándalos y de las graves crisis en gestación que padece el Gobierno tiene un potencial de daño inminente y catastrófico sobre su legitimidad, su gobernabilidad y su imagen interna y externa. Frente a esta situación calamitosa, Petro ha decidido dejar de gobernar (si es que alguna vez empezó) y ha comenzado a buscar una salida de fin de juego que le permita ocultar la mediocridad de su legado. Ante sí tiene cuatro vías de sus pares populistas: la venezolana, la mexicana, la peruana y la argentina.

La venezolana requiere una asamblea constituyente legal, con un inmenso apoyo popular, unas arcas oficiales llenas de petrodólares, copar todo el sistema judicial y las altas cortes, una aplastante mayoría propia en el Congreso, y un ejército ideologizado a su lado. Petro no tiene ni tendrá nada de eso.

La mexicana, a pesar de sus mediocres resultados como gobierno, exige tener una gran popularidad que le permita obtener una aplastante victoria electoral en las siguientes elecciones presidenciales, para darle continuidad a su mandato en cuerpo ajeno. La popularidad de Petro se ha derrumbado (29 %) y se seguirá erosionando con el paso de los días.

La peruana implica un golpe de Estado duro, con cierre del Congreso y de las cortes, pero en medio de una gran impopularidad, y con unas cortes y un ejército fieles a la institucionalidad democrática, el fracaso estaba cantado y el presidente terminó en la cárcel. Petro se solidariza con Castillo y lo defiende a ultranza, pero no seguirá su ejemplo

Y la argentina, donde un gobierno populista agónico, desprestigiado e impotente, naufragando en medio de una muy aguda crisis económica y social, pero respetando las reglas del juego democrático, tuvo que cederle el paso y entregarle el poder a una alternativa política radicalmente distinta. Esta salida por la puerta de atrás de la historia es tal vez la más indeseable para Petro. Aunque sería la más deseable para la inmensa mayoría de los colombianos.

Pero Petro no se resignará. Él es un agitador profesional y se cree un líder iluminado y providencial. Ante la perspectiva de un anémico, fracasado y estéril fin de su mandato, prefiere intentar darle antes una patada al tablero democrático, y siguiendo el consejo de Mao (“Hay un gran caos bajo los cielos, la situación es excelente”), generar un caos donde él se sienta en su ambiente natural, despojado de cualquier responsabilidad administrativa, y movilizando a sus huestes, minoritarias, fanáticas y violentas para intentar mantenerse en el poder o reelegirse en cuerpo ajeno. Manipulando la violencia llegó al poder, y manipulándola intentará quedarse. Si le sale bien.

Pero si le sale mal, como seguro ocurrirá, entonces le servirá para victimizarse como un perseguido del “sistema” y así mantenerse vigente políticamente como un profeta crucificado y perseguido. Un recurso manido de los marxistas es acusar a los demás de lo que ellos mismo hacen. Desesperado, Petro quiere provocar, él mismo, el fin anticipado de su mandato instigando acciones anticonstitucionales, rompiendo la institucionalidad e imponiendo las vías de hecho. Sin embargo, señala a una oposición perpleja de estar fraguando en su contra un golpe blando. Pero el que está organizando un golpe en su contra es él mismo.

7 de junio de 2024.

Publicado en Columnistas Nacionales

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