Es evidente el desesperado afán del Gobierno por encontrar mecanismos que le permitan adelantar su agenda radical —incluido el perdón para narcos, criminales y corruptos de toda ralea—, durante la segunda mitad de su mandato, y así pavimentar el camino para su campaña electoral en el 2026. Como en el teatro del absurdo de Luigi Pirandello, ‘Seis personajes en busca de autor’, el Gobierno ya ha sacado de su chistera cuatro mecanismos en búsqueda de autor —un vagaroso “acuerdo nacional”— que los lleve a cabo. Y no lo encuentra.
Primero fue el embuste del “proceso constituyente” como vía no institucional de movilización tumultuaria para imponer su agenda radical. Ahora su ministro del Interior habla de una asamblea constituyente. También han hablado de un referendo. Y en el último cuarto de hora proponen un fast track, o vía rápida en el Congreso, con el mismo fin. Cuatro trampantojos.
Con una impopularidad cercana al 70 por ciento, el Gobierno ha presenciado el rechazo nacional a cada una de sus propuestas, por inconvenientes, inoportunas, inviables, innecesarias, etc. Pero sigue insistiendo en ellas, porque de lo contrario Petro tendría que resignarse a gobernar, a administrar y a gestionar, y eso definitivamente no es lo suyo. Él es un agitador profesional y lo suyo es la agitación y la movilización política permanentes.
El Gobierno se ve cada vez más esquizofrénico, con un mininterior que un día sí y otro también llama a un “gran acuerdo nacional” y, al mismo tiempo, el presidente Petro sigue atacando y descalificando a los medios de comunicación, a los empresarios, a los políticos, a la clase media, a los académicos, como sucedió a propósito de una carta pública firmada por doscientas personas de muy diversas procedencias en la que se exponían serios argumentos de rechazo a la propuesta gubernamental de constituyente.
Los momentos constituyentes son excepcionales en la historia de los pueblos y no se pueden imponer a capricho del gobernante de turno.
Los momentos constituyentes son excepcionales en la historia de los pueblos y no se pueden imponer a capricho del gobernante de turno. La constituyente del 91 surgió de un gran clamor nacional que venía gestándose por décadas para oxigenar nuestra democracia y modernizar nuestras instituciones. Teníamos una constitución centenaria, la más antigua de América, después de la de Estados Unidos, y era urgente su renovación. La del 91 apenas tiene treinta años, ha venido dando sus frutos, se le han introducido decenas de cambios y actualizaciones, ofrece caminos institucionales para su mejora, es motivo de orgullo nacional. No hay ninguna razón para echarla al cesto de la basura y cambiarla por otra. A no ser un capricho absurdo del gobernante. Rechazando igual capricho, el pueblo chileno acaba de rechazar las dos propuestas de nueva constitución de unas élites políticas alejadas del sentimiento popular. Veámonos en ese espejo.
De otro lado, el referendo como mecanismo de cambios masivos y radicales de nuestra constitución se ha mostrado improcedente. Para un único tema tal vez sirva, pero agrupar diez o veinte temas gruesos en un solo evento es imposible de digerir. Lo vivió el gobierno de Uribe en la cresta de popularidad de su primer gobierno, cuando tenía el apoyo de amplias mayorías en el Congreso, en los medios, en la opinión pública, en el empresariado, y, sin embargo, no tuvo éxito en su referendo. Un gobierno tan impopular, tan autoaislado y polarizador como el de Petro no tendría absolutamente ninguna opción.
Finalmente, en vista de que los mecanismos anteriores se muestran inviables, se pretende apelar al fast track, o vía rápida para tramitar sus reformas radicales. Pésima opción. Como senador presenté en su momento ponencia negativa al fast track para legalizar los acuerdos de paz del Gobierno con las Farc, porque el Congreso renunciaba a su labor legislativa y a su independencia, y se convertía en una simple notaría del presidente para aprobarle sus proyectos: se reducía a la mitad el número de sesiones, no se podía modificar, ni adicionar ni rechazar ningún artículo sin el permiso del Gobierno y no se discutía ni votaba artículo por artículo, sino el proyecto en bloque, lo que eliminaba la deliberación, la iniciativa y la independencia parlamentaria. Siendo mininterior Cristo (¡qué casualidad!), se castró al Congreso, que se convirtió en un eunuco arrodillado frente al Gobierno y frente a las Farc. Irrepetible. Presidente, dedíquese a gobernar, aunque no le guste.
18 de julio 2024.