La realidad que tantos no quieren ver es que el partido comunista clandestino —que actúa públicamente a través del alias de Pacto Histórico, coaligado con otros movimientos de fachada, como los falsos “verdes” y otras etiquetas parlamentarias— es el dueño del poder Ejecutivo, y con “mermelada” domina el Legislativo.
Repetidamente se dice que “el gobierno no sabe para dónde va”, afirmación que se basa en la conducta alarmante del individuo que lo encabeza y que reparte su tiempo entre costosos y grotescos viajes internacionales, periplos nacionales y prolongadas “agendas privadas” que no le permiten acudir puntualmente a ninguna cita. Petro no se destaca por nada diferente de una incontenible catarata de trinos, cada día más espeluznantes, desenfocados, desinformados, imprevistos, pero siempre malévolos, mendaces y buscapleitos, mientras los miembros de su equipo, donde hay más prontuarios que hojas de vida, hacen daños como micos en un pesebre...
Ahora bien, esta no es una situación caótica —aunque lo parece—, sino una concatenación deliberada, dirigida por una mente activa para producir un efecto predeterminado, que no es nada distinto que llevar el país a la revolución.
Cuando se miran los efectos de la acción ejecutiva no es posible desconocer que el único propósito de Petro es el de destruir, lo que es fácil y expedito. La revolución se prepara fría y minuciosamente, y se expresa luego como goce, en la borrachera, la orgía, el delirio y la alucinación...
Volviendo a nuestro presente, no sobra reconocer que la destrucción va acompañada de una infame sensación placentera e inmediata. El ambicioso Eróstrato, frustrado por su vida improductiva, no encontró mejor medio de pasar a la historia que incendiar el prodigioso templo de Afrodita. Con esa colosal hoguera aseguró la inmortalidad de su nombre.
Como los placeres depravados son adictivos, Petro no se conforma con una que otra demolición. Quiere derribarlo todo, y por eso diariamente hace un daño, para que la suma de sus desmanes conduzca a la ruina completa de nuestro país. Bastaría con destruir nuestro Sistema de Salud para alcanzar un lugar imborrable en la Historia Patria, pero allí no se detendrá, porque también prepara la ruina del Sistema Pensional, la eliminación de la libertad empresarial y otros desatinos —menores, si se quiere—, que es lo que se propone hacer amedrentando a la justicia para imponerle una Fiscalía siniestra y de bolsillo para acabar con la tridivisión de los poderes públicos.
Nada detendrá entones a nuestro Eróstrato al cubo, o a la potencia n, en la satisfacción de su descomunal y desquiciada egolatría.