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Darío Acevedo Carmona                                                                                               

Esta persona que llegó a ser presidente con la bandera del cambio está cumpliendo a cabalidad su promesa, todo lo bueno lo destroza y convierte en malo, eso es cambio. A su vez, todo lo malo lo hace ver bueno. En esta última acepción se inscribe un cambio horroroso. Imaginemos que la ONU o la Fundación Nobel o el pueblo judío convirtieran en apóstoles de la paz a los peores criminales de la historia. ¿Qué tal Hitler o Stalin o Idi Amín Dadá o Pol Pot, por mencionar sólo algunos de los depredadores de millones de vidas humanas, sean vistos en adelante como santos, líderes piadosos, benefactores, gestores de paz? Bien, dirán algunos, "pero es que eso no se le ha ocurrido a nadie, además ellos ya están muertos".

Es cierto, aunque no faltan los comunistas que defienden hoy día a algunos de esos monstruos. Hagamos el ejercicio con gobernantes y líderes vivos y en ejercicio, ¿Qué tal que Putin sea condecorado con el Nobel de Paz? ¿O los jefes del estado islámico o ISIS, dictadores de países africanos y asiáticos que han generado guerras de exterminio?

No faltará quienes los defiendan y les hagan el favor, para la muestra y para desgracia y dolor de los colombianos, y, muy especialmente de los cerca de diez millones de víctimas del conflicto armado interno colombiano, el presidente que agita la bandera del cambio, el mismo que afirmó sin temblor en sus labios que para desaparecer tanto crimen de las estadísticas bastaría con dejar de llamar crimen al crimen, ahora ha llevado su peculiar forma de distinguir el bien con el mal, o , más bien de borrar la diferencia entre el bien y el mal, a un más azaroso nivel con su medida de nombrar gestores de paz a comprobados responsables de crímenes de guerra que anegaron en muerte y sangre a poblados y poblaciones, afectando personas de todas las condiciones étnicas, de sexo, raza, religión y clase social por siete décadas, Para, una vez derrotados, convertirlos en ángeles, en congresistas, en gestores de paz.

No nos faltaba sino que a los colombianos nos sometieran a que nos chorree la baba para abrazar a tipos que no supieron lo que era tener piedad con mujeres, niños, indígenas, campesinos, sindicalistas, políticos, empresarios, comerciantes, religiosos, que causaron tantas inenarrables desgracias y que no han reparado a sus víctimas ni ofrecido disculpas sinceras a los ofendidos.

Este presidente que tenemos y el de la década anterior elevaron a estos caudillos del horror a dignidades, les concedieron la honorabilidad y les borraron su sanguinario prontuario, cambiándolo por premios, por honores. Así es, eso es lo que significa, moralmente el "cambio" del presidente Petro, una deshonra, un insulto al sentimiento de las víctimas y de los ciudadanos de bien, un adefesio en el que ser pillo paga, un borrón a la historia. Claro, así, a través de una poderosa máquina de propaganda y de estrategias judiciales la toma violenta del palacio de Justicia por el M-19 con el objeto de darle un golpe de estado al gobierno de Belisario Betancur, lo han convertido en la retoma sangrienta del palacio por el Ejército Nacional.

¿Debemos preguntarnos qué hará la directora y demás directivos del Centro Nacional de Memoria Histórica, si los victimarios son privados de su condición criminal? ¿Les abrirán un espacio para honrar a los capos del paramilitarismo y a los comandantes de las Farc, del Eln, del M-19 y del Epl?

¿Las organizaciones de víctimas azuzadas desde la izquierda van a protestar o se tragarán sin masticar este bodrio inmoral? ¿Qué dirán las ONGs defensoras de derechos humanos?

Publicado en Columnistas Nacionales

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