Mañana se celebra el Halloween y por eso no es extraño que desde hace semanas veamos a pequeñuelos disfrazados de “hombres araña” y otros superhéroes. Ni siendo Superman un papá logra impedir que su hijo se disfrace con tanta anticipación y hasta duerma disfrazado.
Lo realmente ridículo es que desde el 7 de agosto de 2022 tengamos a alguien disfrazado de presidente, incluso con la banda presidencial terciada en su pecho o montado en el avión presidencial FAC 0001, sin “r”, así él tenga otros métodos alternativos para volar, y algunos todavía creen que verdaderamente lo es.
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no podría acordarme, porque no lo conozco, se ubica el municipio español de “Herencia”. Aunque su población no supera los 9.000 habitantes, no es pequeña la fama de su colorido carnaval de verano, donde tanto “herencianos” como visitantes se disfrazan, especialmente en el desfile del Domingo de las Deseosas.
El disfraz es el instrumento para intentar ser, o parecer, lo que no se es. Nadie se disfraza de sí mismo. Por lo tanto, alguien que parezca ser presidente no se convierte en ello así se disfrace del personaje, utilice el mejor escenario posible y disponga de una comparsa que lo acompañe permanentemente para intentar hacer creer a los demás que el disfrazado a quien obedecen, es de verdad presidente. Quien crea que por vestirse de Superman podrá volar, descubrirá rápidamente que no es la kriptonita, especialmente la “verde”, lo que lo matará, sino la altura desde donde se lance.
Siglos atrás, supuestamente por los caminos de la Mancha, un codicioso y robusto sujeto, “de muy poca sal en la mollera”, como lo describe Miguel de Cervantes, decidió acompañar en su burro a un alucinado caballero, con la esperanza de ser recompensado con el gobierno de una desconocida ínsula. En la segunda parte del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, publicada en 1615, desde el capítulo 45 se describe el burlesco ascenso de Sancho Panza como gobernador de la Ínsula de Barataria, convencido de su posición porque fue vestido y alimentado como tal, en medio de una farsa monumental de cómplices.
El hábito no hace al monje, incluso si huele a incienso. Un presidente no es un cargo que se otorga ni un adjetivo. Un presidente es en realidad un verbo, una condición ejecutiva que se legitima con el ejercicio inteligente y sensato, siendo consciente de la responsabilidad que le fue otorgada y convencido de la subordinación de sus intereses personales e ideológicos a la ley y al espíritu democrático. Por mucho que se disfrace de presidente a un inepto alucinado y vengativo, porque solo se disfraza de lo que no se es, no se convierte en ello, y por eso no tenemos uno. Como dijo la Duquesa en el capítulo 33: “si al tal Sancho Panza le das ínsula que gobierne, porque el que no sabe gobernarse a sí ¿cómo sabrá gobernar a otros?”
https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 30 de octubre de 2023.