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Carlos Salas Silva   

“El arte es la vida vista a través de un temperamento”. Walter Pater.

La semana pasada, en compañía del editor Jaime Vargas, me animé a visitar el Museo de Arte Moderno de Bogotá M.A.M. que desde hace unos años se conoce como MAMBO.

Resulta que celebra sus sesenta años de existencia con una muestra de la colección. Los recorridos al interior como al exterior del museo cobraron su cuenta de recuerdos haciendo que, como en “El cielo sobre Berlín” de Wim Wenders, el pasado se sobrepusiera al presente. Podría decir que el espacio original de Salmona es irreconocible, la joyita arquitectónica que debería ser la más cuidada entre el legado de este genio de la arquitectura universal, que no es poco, contando con verdadera obras maestras, por el contrario ha sido estropeada de manera sistemática en un proceso destructivo que arrancó a principios de siglo con su recubrimiento de las paredes con paneles para darle un nuevo look que sustituyera las misteriosas y magnificas paredes de concreto rugoso por la lisura, tan afín a la contemporaneidad, de superficies blancas que pudieran ser menos agresivas ante un arte domesticado que, supuestamente, cobraría mayor presencia. Ni siquiera eso pervive hoy en el museo cuando el curador se toma el atrevimiento de pintar de colores, a veces tan chillones y desagradables como el que hoy cubre la gran pared que le asignaron a la pintura de Botero la que es, tal vez, la más valiosa obra de esta colección hecha de solo donaciones. Pero en cuestiones de paredes como lienzos para el curador de turno se destaca, de manera muy negativa, la que, en este triste homenaje a la trayectoria del museo, se le dedicó a la abstracción en donde con un alarde de constructivismo o cinetismo, o lo que se quiera, las pinturas se colgaron haciendo juego con líneas y rectángulos, pintados para la ocasión, que distorsionan la visión de las mismas. Muy perjudicada quedó, en especial, la obra de Rayo que se confunde con el fondo. Valdría la pena contrastar este arbitrario montaje del MAMBO actual con la gran pared que Carlos Rojas instaló magistralmente en una de sus retrospectivas en el antiguo M.A.M.. Para alivio del espectador, al fondo y mirando hacia el exterior logró salvarse una escultura blanca de Negret y, en el otro costado, solita y abandonada entre ese maremágnum de obras, por suerte para ella, se puede apreciar una temprana y brancusiana escultura de Ramírez Villamizar. Me quedo, y si pudiera exigiría su restitución, con las paredes grises y el piso en ladrillo tan poco apreciados el uno y el otro cuando se inauguró el edificio y despertó las críticas de muchos artistas que veían, con franco temor, cómo sus delicadas obras tendrían que competir con la agresividad del concreto bruto, como se le denomina al que queda a la vista. Y digo, sostengo y hasta título este texto diciendo que es un asunto personal especialmente cuando se trata de cuestiones del arte, y es en lo que me ocupo desde adolescente, todo es cuestión personal; los gustos, para empezar, pero también las teorías y los planteamientos estéticos y, sin duda, los odios y amores, las rencillas y los abrazos, los encuentros y desencuentros, porque en 1999 Gloria Zea y Álvaro Medina me propusieron realizar una retrospectiva de mi obra en la que se me permitió montar bajo mi propio criterio la exposición lo que fue un honor y un gran reto habiendo conocido el museo desde su construcción cuando lo visité como estudiante de arquitectura de Los Andes, causándome la mayor admiración. La penumbra de los espacios llenaba de intriga cualquier recorrido en su interior, como ya en la exposición que realizamos, un año atrás, junto al artista Jaime Iregui que denominamos “Observaciones”, siendo Carmen María Jaramillo la curadora, experimentamos con la arquitectura dejándola ser partícipe de la muestra, dándole todo el valor a las superficies rugosas de la obra original de Salmona. Luego del cierre de mi muestra que coincidió con el fin del milenio, el museo cerró unos meses mientras se le vestía de blanco. Nunca entendí qué llevó a Salmona a permitir esa cirugía plástica a su obra… tal vez fue el encanto de Gloria, que lo tenía de sobra. Desde ahí el museo ha sufrido toda clase de alteraciones no solo en su interior. La vecindad con un lote de propiedad de narcos que es parqueadero y sede de las pulgas, lo que ha sido una tragedia cuando pudo ser su salvación a partir del diseñó realizado por el mismo Salmona, de un gran museo que recibiera la colección para que el actual quedara como lugar de las exposiciones transitorias, conservando su estado original. Y para colmo de los colmos, el diseño de la plataforma que uniría el museo al Parque de la Independencia, no tuvo en cuenta los valores arquitectónicos del edificio y de una manera bárbara aniquiló su volumetría. Y ahí fue Troya. Tenemos ahora un museo casi irreconocible por las recientes intervenciones. Ya la entrada no es entrada y la sala de exposición del primer piso desapareció para dar lugar a un hall en donde la tienda y el restaurante acaparan la atención. Y digo, de nuevo, que es cuestión personal porque en 2014 Gloria me invitó a realizar una segunda retrospectiva y, en ese espacio que fue durante años la Sala Marta Traba que en mi reciente visita me costó reconocerlo, instalé la obra circular que fue protagonista de la película “En el taller” que Ana Salas, mi hija, realizó durante su creación. Y es cuestión personal el que me sienta muy dolido cuando en cada una de mis exposiciones en el museo se me pidió en donación obras que consideré importantes, y no son pocas, para que en una pared entre casi cien obras encontrara una serigrafía poco representativa de mi trabajo que no sé cómo llegó a ser parte de la colección. Que un curador juegue como le dé la gana con una colección, lo que también lo hemos visto en exposiciones que causan escalofríos en el Museo Nacional, no enriquece de ninguna manera el acervo cultural, ¿Tendrá que ver que sea un italiano con poco conocimiento de la historia de nuestro arte, y sin ningún arraigo, quien esté a cargo de la curaduría del MAMBO? No necesariamente, pero si vale la pena preguntarse si no hicieron un mejor papel curadores comprometidos con el devenir de nuestro arte como Eduardo Serrano, Carmen María Jaramillo, Álvaro Medina y María Elvira Ardila cuando les correspondió esa delicada tarea.

KienyKe

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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