Los secuestró la Farc cuando estaban en una misión de paz, que tenía como única arma la nobleza de propósitos. Ocurrió antes de mi elección presidencial. El ideal que los motivaba no les permitió con realismo anticipar el riesgo.
Desde la hora cero de la iniciación del Gobierno me propuse rescatar a los secuestrados y derrotar este delito. No se ahorraron esfuerzos. Aceptamos más de veinte iniciativas en busca de la liberación. Todas fracasaron. La Farc solamente quería volver al Caguán y sus abusos. Cuando ocurrió el asesinato, hace 20 años, ya habíamos autorizado mediaciones de la Iglesia Católica, del expresidente Alfonso López y de la Unión Europea.
Más adelante pusimos fin a la gestión del Presidente Chávez por sus llamadas a los generales colombianos. No había dudado en autorizarlo, escogí correr el grave riesgo político que se dio, en lugar de negar esta oportunidad a los secuestrados.
Nunca descarté el rescate militar y lo dije públicamente. No disparar era parte fundamental de estos operativos. Diseñamos cercos humanitarios que en casos operaron como con el exministro Fernando Araújo y con el general Luis Mendieta.
Ante la noticia del crimen partimos de los Cerros de Cali, donde poníamos en operación el Batallón Rodrigo Lloreda, y llegamos a la selva del Murrí, lugar del cautiverio y asesinato. Al final de la tarde visitamos y escuchamos a los dos sobrevivientes.
En su camilla hospitalaria, uno de los sobrevivientes, severamente afectado por leishmaniasis, me narró sobre el mal estado de salud del doctor Gilberto. También me contó que el cabecilla les decía al Gobernador y al doctor Gilberto que eran sus enemigos de clase, sus idiotas útiles, en respuesta al reclamo de por qué los tenía secuestrados cuando ellos eran los amigos del diálogo y de la paz
El mismo suboficial nos dio claridad sobre el error: los helicópteros militares pasaron sobre el cambuche. Las botas de los soldados se vieron desde el suelo. Los guerrilleros salieron despavoridos pero regresaron minutos después cuando nadie llegaba. Cumplieron la orden de asesinar a los secuestrados a quema ropa.
Los helicópteros debieron haber aterrizado lejos del cambuche, en puntos diferentes, e iniciar por tierra la aproximación al sitio. Se había diseñado un cerco humanitario, tan cerca que no se escaparan y tan distante que no hubiera provocación para una reacción violenta
Al error de ubicación también contribuyó que desde el aire no era posible ver el sitio dada la densidad de la selva, semejante a un brócoli gigante. Pero qué paradoja, desde el suelo todo se ve.
Uno de los momentos más difíciles de mi vida fue acudir a saludar a las familias, por quienes en mi casa hemos tenido todo el afecto y la admiración. Entre el dolor me aproximé al doctor Guillermo Gaviria, padre, a doña Adela y a doña Marta Inés.
La tarde del crimen, cuando ya sabíamos qué había ocurrido, le dije al general Ospina, Comandante del Ejército, que ya era el turno nuestro, de decirle al país la verdad. Lo hicimos, con mapas y sin nada oculto.
Horas antes, en el vuelo entre Cali y Rionegro, yo traía los ojos cerrados, conectados solamente con el dolor, pero los abrí ante el comentario de alguien que preguntaba, ¿qué íbamos a decir
Mi respuesta fue escueta: la verdad, yo asumiré la responsabilidad. Ha sido mi norma asumir las dificultades y delegar los éxitos. No cabía en mi ser salir con la frase “se hará una investigación exhaustiva”. Entendí que aquella noche la ciudadanía aceptó que habíamos dicho la verdad pero se palpaba la división sobre nuestra decisión de rescates militares.
Yo asumí la responsabilidad, pero el cumplimiento del deber no ha servido de excusa para siquiera mitigar el dolor en mi alma. El ejercicio público no puede anular los sentimientos
Años después, la Policía Nacional, con las armas de precisión, obtenidas por la confianza del presidente George Bush, dio de baja a Aicardo de Jesús Agudelo, con irrespeto a la tierra apodado El Paisa. Nunca le interesó la paz sino el delito.
Tengo la frustración y el dolor, insuperables, de no haber podido rescatar al gobernador Guillermo Gaviria, al exministro Gilberto Echeverri, y a los soldados de la Patria, como lo logramos con Íngrid Betancourt, los tres norteamericanos, Fernando Araújo, el general Mendieta, el niño Emmanuel y muchos militares y policías.
El Colombiano, Medellín, mayo 4 de 2023