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Alfonso Monsalve Solórzano

El país se enteró el viernes de que presidente Petro pidió la renuncia de viceministros de los partidos Liberal, Conservador y de la U como retaliación y presión por la posición de esas colectividades frente a la reforma a la salud presentada por él a través de la ministra Corcho. La confrontación, en pocas palabras, se debe a que el gobierno insiste en construir un sistema de salud completamente manejado por el estado, destruyendo uno que funciona con empresas prestadoras de salud de capital privado o de capital privado y público.

Pues bien, lo primero que hay que decir es que, desde el punto puramente político partidario, dado el modelo basado en la mermelada, Petro está en su derecho de pasarle factura a los partidos de la coalición que incumplen los acuerdos, porque estos la recibieron, precisamente, para aprobar los proyectos del gobierno. Desde su perspectiva, si no están de acuerdo, de malas, (como diría su vicepresidente Márquez desde su helicóptero -ya es suyo- yendo a su mansión en el Valle los fines de semana); la puerta está abierta y si no se van por iniciativa propia, pues hay que sacarlos por “faltones”, como dicen por estos lares. Si quieren las sobras del Epulón del Pacto Histórico, marchan o marchan. Que vender el alma al diablo tiene el costo de ir al infierno. ¿O es que creían que podían quedarse con el género y sin el pecado? Petro sabe que el diablo es puerco y, ahora, sin el general Sanabria que lo estorbe con algún exorcismo, hará saber a los “rebeldes” que los perdona y que dejará caer tantas migajas cuantas necesiten.

Está casi seguro que el hambre hará su trabajo y las reformas pasarán. Y si lo hacen, la situación social del país se agravará.

Pero si no, yo, proclive como soy a pensar mal, diría que en caso de que no “entren en razón” lo que ocurre es un adelanto de lo que les pasará cuando, habiendo aprobado todo lo que Epulón desee, ya no los necesite. Los echará como quien tira un trozo de papel higiénico usado. El problema es que los expulsará a todos porque cerrará el parlamento tal como lo conocemos hoy, y creará otro en el que no tenga que repartir mermelada con estos despreciables idiotas útiles, sino disfrutar plenamente a lo bien, como en Venezuela de Tareck el Aissami y Maduro.

El problema para Petro es que si, de verdad se produce un grave problema de gobernabilidad que se refleje en sus proyectos de reforma, tendrá que adelantar las medidas para ganar el control total del país.  La reforma de la salud es un proyecto insignia del gobierno, como el de las pensiones y el de la reforma laboral. Si llega a hundirse, sería un golpe fortísimo a la imagen; pero, sobre todo, a la gobernabilidad actual del Pacto Histórico. Más, todavía, afectaría probablemente los resultados de las elecciones regionales y locales de octubre, que necesita ganar para asentar su poder y triunfar en las presidenciales del 2026, en las que consolidaría su poder definitivamente.

El presidente tiene que evitar a toda costa esa situación de ingobernabilidad y para eso tiene planes alternativos que precipiten el control total del país. Por eso, aparecen en el horizonte propuestas de los petristas como el cierre del congreso y/o la convocatoria a una constituyente, propuestas que ya se están ventilando.

Y que nadie piense que son inviables. Que una constituyente necesita la aprobación del congreso, dicen unos. Basta recordar que la Carta que nos rige fue resultado de un voto paralelo no legal que Gaviria permitió en las elecciones parlamentarias de marzo de 1990, como respuesta a la exigencia del M-19 de una nueva Constitución en la que participara, para firmar la paz. Pues bien, así como el M-19 exigió la Constitución del 91, Petro militante de esa organización en su momento, puede invocar el derecho de los colombianos, mediante un plebiscito, de tener una nueva constitución, aun que el congreso no apruebe su convocatoria. Y para cerrar el congreso también existe la misma posibilidad. En ambos casos, calcula Petro, sólo se requeriría una crisis social con gente en la calle, tipo primera línea, tomándose las calles, haciendo bloqueos, parando la economía. Es un libreto conocido, que ahora podría tener la ventaja de ser patrocinado por el gobierno con los incentivos adecuados. Por eso convoca al “pueblo” a las calles.

Ahora bien, esos no serán caminos fáciles para el presidente. Cuando digo, “solo se requeriría” me refiero a las condiciones iniciales. Con la debacle económica que estamos sufriendo, con la inflación  y el costo de vida por las nubes, difícilmente ganaría un plebiscito y si lo hiciera, la constitución resultante tendría altas posibilidades de ser rechazada, como en Chile. Y cerrar el congreso podría traer consecuencias incalculables en el ámbito internacional.

En cualquier caso, ya sea que las reformas pasen en el congreso o no, estos meses serán de fuerte agitación social con el viento en contra para Petro y la oposición debe estar preparada. La gente saldrá a las calles, muy probablemente, pero no a respaldar sino a protestar. La oposición podrá fortalecerse si es capaz de trabajar unida -cosa que tampoco es fácil, como demuestra Venezuela- en las calles y en las urnas. Podría ser la última oportunidad.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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