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Luis Alberto Ordóñez*

En Estados Unidos, entre otros países, cuando ven a un militar los ciudadanos, por iniciativa propia, le dicen: “Gracias por su servicio” y quienes usan sombrero se lo quitan en señal de respeto; son queridos y admirados porque son quienes los defienden de amenazas externas e internas. En Colombia ese mismo sacrificio no se agradece; el respeto se perdió y a militares y policiales los secuestran y hasta degüellan cual animales. Para rescatarlos deben mediar la Defensoría del Pueblo o entidades internacionales: qué vergüenza de país aquel donde la autoridad se humilla, se maltrata y a sus integrantes se les asesina para luego exhibirlos en salones comunales al lado de los policías secuestrados.

Agradezco a Dios estar en la condición de retiro y no tener que obedecer a un gobierno que premia al delincuente y deja mancillar a su Fuerza Pública; renuncie señor Ministro de la Defensa, el peor superior es aquel que ve morir a sus subalternos y al parecer no hace nada. ¿Dónde está su liderazgo? ¿Dónde está su asesoría al Presidente haciéndole ver que vamos para el abismo y que por ese camino están matando a su personal? ¿Dónde está la gran estrategia para recuperar el principio de autoridad y que los uniformados sean respetados sin tener que usar las armas o dónde están las reglas de encuentro que permitan usarlas para frenar a los violentos antes de que pisoteen a los ciudadanos y asesinen a sus servidores castrenses? Pregunto: si a la Fuerza Pública hay que rescatarla mediante la acción de terceros, ¿quién va a defender a los colombianos de tantos abusadores y violentos?

Es repúgnate lo que estamos viviendo como sociedad y no hay palabra más castiza para calificarlo: “es una mierda servir como militar y policial en Colombia”. Esa palabra, utilizada a diario por toda la sociedad, no debe escandalizar cuando sale de la boca de un veterano a quien le duele, como debería dolerle a toda la Nación, la barbarie que estamos aceptando callados y atemorizados, pero más le debe doler a los superiores políticos que han propiciado llegar a ese extremo de anarquía.

Cuando lo malo se premia y estimula; cuando los proyectos de ley y el discurso del gobierno incitan a que los violadores de las normas sean liberados y nombrados gestores de la paz, la misma que ellos violentan y hacen inviable; cuando la justicia pretende liberar a delincuentes de la peor calaña o modificar el código penal para despenalizar delitos y de esa manera “disminuir los índices de delincuencia”, un país está condenado a ser inviable: solamente con justicia oportuna se logra la paz. Únicamente con educación de calidad se permiten las oportunidades y con empleo digno se logra la realización del ser humano para sentirse capaz de generar su propio ingreso y ser útil a la sociedad. Con impunidad e inversión de valores lo que se consigue es una sociedad enferma, donde la aspiración es esperar el premio que otros, a pesar de su mal comportamiento, reciben.   

Bien vale la pena verificar en detalle la normatividad; toda orden que se le da a un subalterno debe ser clara, precisa, concisa, realizable y legal, de otra manera no están obligados a cumplirla. No estoy muy seguro de que mandarlos a arriesgar su vida, su integridad y su prestigio sin respaldo normativo, sin reglas claras de encuentro y garantía de que serán reforzados en caso de ser copados, brinde la legalidad para que tengan que exponerse ante los violentos. Peor aún, que después de que sean identificados los agresores y secuestradores se les suspendan las detenciones y se les nombre gestores del gobierno; parece una burla total y el envío al matadero de militares y policiales: “carne de cañón”, dice el adagio popular; de pronto la ley los protege y libera de exponerse, pues la orden al parecer no reúne los requisitos para ser obligatorio darle cumplimiento.  ¡No expongan más a los héroes de la patria!

* Vicealmirante (r). Ph.D.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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