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Luis Alberto Ordóñez*

Hace unos días escribí una columna de opinión que se titulaba “Servir en Colombia es una mierda” y hoy, además de disculparme nuevamente por la castiza palabra, la cual califica perfectamente la situación, me debo ratificar en lo que allí expresaba: no se reconoce ni se agradece el sacrificio de la Fuerza Pública. Nuestra querida Policía Nacional no será perfecta, pero la mayoría de sus integrantes le sirven al país y protegen a la sociedad, exponiéndose a la agresividad y el violento actuar de delincuentes que, en los últimos tiempos, pienso, están siendo reconocidos como actores válidos, tácitamente protegidos y escasamente sancionados.

Y sí, nuestra Policía está en la olla; no en la de los barrios, como menciona sin sonrojarse nuestro Presidente, sino en la sin salida de un gobierno que en mi opinión, no respalda a la Fuerza Pública, le ha quitado herramientas y por el contrario ha favorecido condiciones para el incremento de la presencia de grupos al margen de la ley en las regiones, los cuales sin ley ni orden someten a las poblaciones a su mandato, allí, además de generar caos, matar y atemorizar, reclutan menores, aleccionan a los habitantes, cobran impuestos, inauguran obras; ellos son el Estado y están en crecimiento. La inacción de las autoridades es sorprendente y a la Fuerza Pública la tienen amarrada. La Paz Total, opino, solamente la disfrutan los bandidos protegidos por los ceses al fuego, pero además motivados por los nombramientos como gestores de paz, las múltiples concesiones en el proceso y con la conciencia tranquila de que todos sus delitos les serán perdonados.

El Presidente de la República, en su nueva versión pos Semana Santa, se vino con todo y, al parecer, a acabar con todo, inclusive con la democracia; desde reformar la salud vía decretos e intervenciones a las EPS, luego la idea de una constituyente, pasando a hablar mal del Congreso y estigmatizarlo, además de seguir incentivando la lucha de clases y generar resentimientos, pero también desconociendo instituciones como las de los cafeteros, entre otras barbaridades, y lo último, maltratar a los hombres y mujeres de la Policía Nacional acusándolos de ser delincuentes: que duro y difícil es servir en Colombia.

Después de hacer esas aseveraciones, en presencia de la cúpula de la institución, ¿qué esperará nuestro Presidente, Comandante Supremo de la Fuerza Pública? ¿Que salgan motivados a dar su vida por el país? ¿Qué mejoren los índices de seguridad? ¿Qué sigan sacrificando su familia, su bienestar y su integridad? Que error tan grande acusar así a los servidores públicos; generalizar es la peor equivocación de un líder. Ojalá ese mismo trato se escuchara hacia los enemigos de la sociedad, pero la inversión de valores ya no sorprende. Acabar con la moral de una entidad tan emblemática y necesaria es la mejor forma de eliminarla. ¿Será esa la intención?

La policía ha sufrido duros golpes en este gobierno, han salido generales en forma masiva y estoy seguro de que la gran mayoría eran policiales prestantes, honestos y con gran conocimiento; quedó la institución en manos de brigadieres generales y coroneles, afectándose toda la estructura; la experiencia solamente se consigue con los años de servicio y estos oficiales, preparados, entusiastas y con mucha energía no pueden reemplazar la sabiduría de quienes, por su trayectoria, deberían estar ocupando los altos cargos; una fuerza militar o policial no funciona como la política, donde el que logra la mayoría de votos o el favor del jefe pasa a ocupar un cargo de importancia; en estas instituciones piramidales el conocimiento se va construyendo a lo largo de la carrera y cada cargo prepara para el siguiente, saltárselos es un atentado contra la existencia de ellas.

Ojalá al interior, el alto mando policial le reclame al señor Presidente por el maltrato a los policías de bien, que son la mayoría, y alguna asociación de retirados demande por injuria y calumnia; son muchas las viudas, los huérfanos, los padres de policías que hoy los lloran porque cayeron muertos en defensa de la sociedad; no es justo tampoco que los policías de barrio lleguen a sus casas y sus hijos los vean con recelo y desconfianza, pues es el mismo Presidente de todos los colombianos el que los acusa de corruptos y bandidos que se amangualan con los dueños de las ollas podridas de los barrios. Mis respetos y admiración a los miles de policías que cumplen con honor y dignidad su honroso oficio. ¡Dios y Patria!

* Vicealmirante (r). Ph.D.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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