A todo lo anterior hay que agregar que las partes ya convinieron que lo que se vaya acordando se irá ejecutando sin esperar a un acuerdo final, lo que vuelca sobre el gobierno toda la responsabilidad de la suerte de las negociaciones, mientras el ELN se convierte en un espectador armado sin responsabilidad alguna.
En efecto, la agenda acordada es confusa, ambigua y vaga. Consta de seis puntos donde puede caber de todito. Algunos de ellos son: transformaciones para la paz, democracia para la paz, participación social. Dan para todo. Más confusos y menos precisos no podían ser. Y esto es así porque para el ELN es más importante el procedimiento que la sustancia. En su visión populista y asamblearia de la política los diálogos de paz son la ocasión para convocar y liderar lo que ellos siempre han soñado, que es una Convención Nacional en donde las “organizaciones sociales”, que ellos crean y manipulan, discutan todos los problemas nacionales y aprueben sus soluciones. Ocultan así su carencia absoluta de propuestas para el país, inventando un mecanismo que lo resuelva. Ante su inopia programática, para ellos el procedimiento es la sustancia.
De otra parte, el ELN hábilmente explota la urgencia del gobierno de lograr un acuerdo de paz y por ello impone como condición que cada acuerdo parcial que se vaya logrando debe ser ejecutado inmediatamente por el gobierno, incluso antes de hablar de desarme y desmovilización. De esta manera el ELN se convertirá en una especie de veeduría armada del cumplimiento de los acuerdos, evidenciando sus sospechas de incumplimiento por parte del gobierno, pero también demostrando que no tienen ningún afán por llegar a un acuerdo definitivo. Dada su creciente fortalecimiento económico y militar, el ELN sabe que el tiempo corre a su favor y en contra de un gobierno urgido en demostrar resultados, con tiempo escaso, y seguramente convencido de que la paz con el ELN es la clave del éxito de su política de Paz Total.
Si a lo anterior se suma la carencia gubernamental de una política de seguridad, y por tanto de instrumentos para presionar por la fuerza al ELN para llegar a un acuerdo, se evidencia que en esta ocasión el ELN tiene la sartén por el mango porque es la parte fuerte en la negociación, ya que maneja el tiempo, los ritmos y los resultados. El gobierno renuncia a ejercer presión militar sobre el ELN y a exigirle un cese unilateral de hostilidades, al tiempo que le apuesta todo a la buena voluntad de la contraparte y a un cese al fuego bilateral incontrolable que le dará a la guerrilla la oportunidad de seguir fortaleciéndose económica y militarmente. Todo esto genera dudas sobre las posibilidades de éxito de su apuesta de paz.
Finalmente, no hay que olvidar que, a diferencia de las FARC que cuando negociaron estaban en su peor momento, críticamente debilitadas y en retroceso, el ELN en cambio vive ahora su momento de mayor fortaleza y crecimiento, similar al que vivió a finales de los años noventa, y además se ha convertido en una guerrilla binacional con gran presencia en Venezuela y ligada fuertemente a los intereses del narcotráfico trasnacional, narcotráfico que vivirá la más complaciente y libre bonanza con Petro. Todo esto limita su autonomía y reduce aún más las pocas ganas que tendría el ELN para culminar ahora un acuerdo de paz aunque, paradójicamente, tenga la sartén por el mando.
El Tiempo, Bogotá, octubre 13 de 2022.