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Jesús Vallejo Mejía 

Seguí con interés el excelente reportaje que para Semana le hizo Vicky Dávila a Fico (vid. Fico: Nos unimos o nos jodemos - YouTube). Lo recomiendo vivamente a los escépticos que descreen de la juventud del candidato y consideran que no le cabe el país en la cabeza. Todo lo contrario: muestra criterio y carácter para abordar la difícil problemática que atravesamos.

El contraste que ofrece respecto de su más fuerte contendor, Gustavo Petro, es elocuente. Petro es esclavo de sus condicionamientos ideológicos, centrados, como lo afirman quienes lo conocen bien, en un credo marxista-leninista mandado a recoger y, por ende, obsoleto. Dicen algunos de ellos que sigue recitando la cartilla de sus primeras letras en política cuando siendo adolescente adhirió al M-19 e hizo ahí su deshonroso curso criminal, del que no ha mostrado signo alguno de arrepentimiento. Fico, en cambio, exhibe un talante pragmático, desligado de acartonamientos doctrinarios y centrado en la observación de las realidades. Lo suyo, como lo dice cada que puede, tiene que ver con el sentido común.

Bismarck decía que la política es el arte de lo posible y a ello se acoge Fico. Su formación como ingeniero le aporta disciplina intelectual para examinar los contornos de cada problema y ponderar las soluciones adecuadas de acuerdo con los recursos de toda índole que estén a la mano, a diferencia de Petro, que exhibe visos delirantes. No en vano hay quienes consideran, yo entre ellos, que su estado mental es fuente de inquietud.

En Petro se conjugan malas ideas y pésimas condiciones personales. Todo lo contrario de Fico, cuyos planteamientos son razonables y goza de una personalidad que inspira confianza.

En escritos anteriores he observado que entre ambos media la distancia que separa a la luz de la oscuridad. Fico es luminoso, diáfano, confiable. Petro, por el contrario, es lóbrego. Su talante es demoníaco y genera odio, contradicción, miedo.

Fico ha adoptado una divisa positiva: unir al país, aprovechar lo mejor de sus recursos humanos, servirse de las iniciativas más favorables, vengan de donde vinieren. Su propósito es continuar lo que funciona bien y mejorar lo que se vea que es deficiente. Ofrece cambios positivos y no destructivos, como los que se han producido en Venezuela y amenazan ahora a Chile y Perú.

"La Revancha de los Poderosos", de Moisés Naím, ilustra con agudeza lo que podría sucedernos si Petro llegara a ser presidente. Triunfaría con él lo que Naím llama la "Gran Mentira"; el suyo sería un gobierno criminal; con él se instauraría la autocracia; dominarían unos cárteles políticos llamados a eliminar la sana competencia por el poder; se impondrían relatos o narrativas iliberales. En síntesis, desaparecerían, como en Cuba, Venezuela y Nicaragua, nuestra democracia y nuestras libertades.

Fico es consciente de nuestras debilidades institucionales, pero su programa tiende a superarlas y no a agravarlas, como sucedería bajo un gobierno de Petro.

La observación de los fenómenos políticos permite formular distintas consideraciones sobre los liderazgos llamados a la conducción de las sociedades. Los hay sanos, positivos, promotores de la armonía social, como el que caracteriza a Fico; pero también lo hay tóxicos, disolventes, corrosivos, llamados a agudizar las contradicciones colectivas, tales como el que ostenta Petro.

Hay una serie en Netflix que conviene que mucha gente vea, relacionada con líderes del siglo XX que se convirtieron en el enemigo interno que identifica con las clases así sea medianamente acomodadas. Fico afirma que con él sólo deben temer los corruptos y los violentos, que, por contraste, se apiñan en torno a Petro.

Falta una semana para la jornada electoral. Cada ciudadano debe reflexionar sobre la responsabilidad que le compete para con él mismo, su familia y la patria colombiana. Le compete votar escrutando su conciencia, que es la fuente de su libertad. Básicamente, hay dos opciones viables para elegir: Fico y Petro. Con el primero se abre un rumbo sosegado en el que reinarán la sensatez y la moderación. El segundo ofrece sobresaltos, diríase que una montaña rusa erigida sobre bases frágiles. Ahí reinaría el espíritu de aventura que trae consigo la ruina del edificio social.

Publicado en Columnistas Nacionales

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