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Pedro Aja Castaño   

“El populismo ha sido un mal endémico de América Latina. El líder populista arenga al pueblo contra el “no pueblo”, anuncia el amanecer de la historia, promete el cielo en la tierra. Cuando llega al poder, micrófono en mano decreta la verdad oficial, desquicia la economía, azuza el odio de clases, mantiene a las masas en continua movilización, desdeña los parlamentos, manipula las elecciones, acota las libertades. Su método es tan antiguo como los demagogos griegos: “Ahora quienes dirigen al pueblo son los que saben hablar… las revoluciones en las democracias... son causadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos”. El ciclo se cerraba cuando las élites se unían para remover al demagogo, reprimir la voluntad popular e instaurar la tiranía (Aristóteles, Política V). En América Latina, los demagogos llegan al poder, usurpan (desvirtúan, manipulan, compran) la voluntad popular e instauran la tiranía.” Enrique Krauze, El País, 20 de mayo de 2015.

La estratégica portada de Semana con una bonita foto de Francia Márquez asociándola con el ‘poder’, y el artículo analítico al interior: “Todos, todas y todes” de María Andrea Nieto, nos dice, subliminalmente, muchas cosas de una estrategia populista que se percibe, pero no analiza, sencillamente porque nos gusta el show político, pero no su verdad o mentira.

La cosa es tan efectiva que Francia mereció una inteligente columna de María Isabel Rueda que la ‘corona’ con la publicación de algo contradictorio que pone de manifiesto al populismo, pero no lo dice, cuando titula su escrito: “El derecho a ‘vivir sabroso’. Suena original, ocurrente, pero eso es todo. Porque ‘derecho’ es un asunto muy estructurado; pero ‘vivir sabroso’ está sujeto a la peculiaridad de cada quien que puede incluir lo legal y también lo ilegítimo, como un entretenimiento sin límites. Ese es el populismo. Y el lío es que todos podemos caer en esa manía sin darnos cuenta. Veamos por qué.

El elemento esencial del populismo es una invitación a evaluar y politizar ciertos o imaginados agravios sociales, estableciendo un sutil hilo de falacias para crear los siguientes escenarios: razones para odiar el estado; criticar lo que sea; idolatrar a un supuesto héroe libertario; hacerse la víctima echándole la culpa al bobo de turno; inducir la paranoia anti neoliberal; pretensión democrática; obsesión igualitarista. Con todo lo anterior se ha ido conformando una subcultura y entonces, en cualquier momento y por cualquier motivo, se arma la siguiente estrategia.

Entre dos grupos distintos, se organiza una disputa, que llaman ‘política,’ sobre la legitimidad de ostentar el poder. Pero el poder no se usa para corregir el agravio, sino para fines peculiares. La prueba es que los camaradas  levan más de cien años criticando la estructura, costumbres y cultura  del  capitalismo como agravio, pero como no han podido inventar algo mejor, eliminan lo que no les gusta, y producen… solo terror. ¿Por qué? Porque sus argumentos son falaces. Un ejemplo.

En la entrevista de Semana afirma Francia Márquez “Gaviria representa el neoliberalismo,” como si fuera un delito. La gente se traga el cuento, hasta Gaviria se ofende y, para rematar, Márquez le echa la culpa de no garantizar derechos de las personas que generan las condiciones actuales. Paja. Esta es una actitud de deshonestidad intelectual, porque acusa sin pruebas. Veamos cómo se define neoliberalismo: “Liberalización/desregulación: Los partidarios de políticas neoliberales defienden la liberalización o desregulación PARA EL COMERCIO como para las inversiones por considerarlas positivas para el crecimiento económico.” Sin embargo, esa desregulación se puede organizar mediante los los TRATADOS DE LIBRE COMERCIO, a conveniencia mutua de los participantes para ampliar las posibilidades de utilidad.

Por otra parte, Márquez quiere salud de calidad, educación, agua potable, etc., dice que son ‘derechos’, pero estos cuestan dinero que es el que se roban; o se gasta combatiendo bandidos. No me gusta Gaviria ni cinco, pero abrió al país a una competencia internacional. Las empresas preparadas persistieron; las que no lo estaban se esforzaron y pasaron, otras perecieron. Pero eso también pasa en los deportes y la vida en general. Y de lo que sí ha debido Márquez hablarle a Gaviria, y no lo hizo, es el tema del salario integral que fue la punta de lanza para desmontar muchas conquistas salariales y los sindicalistas no dijeron ni ‘mu’. Ese es el populismo: acusa sin fundamento, ignorando lo esencial y básico.

Y repite Márquez la retahíla de ‘más de lo mismo.’ ¿Qué significa? Nada; pues se deja a la imaginación de cada quien. Es un cliché político. Dice que es autónoma desde su casa. Pero la vicepresidencia no será su ‘casa’; porque en un sistema hay jerarquías y procedimientos que respetar, como los derechos de los otros.

Por otra parte, el populismo divide a la gente entre ‘pueblo’ y ‘élite’; o como le dé la gana y los vuelve enemigos mediante el discurso falaz o a la brava. Por eso existen dictaduras militares, de partido único, de apellidos o nombres, personalistas,  monárquicas,  religiosas, de etnia o  de género, mafiosas, híbridas o especialmente inclusivas, etc. Pero lo habitual es que en un entorno democrático, no dictatorial, la soberanía del pueblo es la que organiza la sociedad mediante el sufragio universal legal y legítimo, el establecimiento de entidades jurídicas, sociales, políticas y económicas, RENOVABLES Y CON REGLAS DEFINIDAS,  que defienden los intereses de las personas, no los de una minoría amiga o alcahueta del estado o el gobierno de turno.

Por todo lo anterior el populista insta a la gente a movilizarse y recuperar su supuesta condición de soberano, soñador, usurpador legítimo, etc.  Estas reivindicaciones son  difíciles de  producir porque no existen garantías sólidas; todo se vuelve improvisación.  Finalmente no hay redención moral contra los traviesos detentadores del poder, ni sus afiliados, amigos, seguidores, o votantes. Solo hay  masacres, a cambio de una vaga promesa utilitaria. Además,  se le hace creer a la gente  que la abolición exitosa de la dominación de la élite sobre las vidas va a aumentar rápidamente  el bienestar general de la sociedad,  de manera significativa. Pero no será así; porque para desalojar a la élite, destruyen la sociedad. Lo estamos viendo en Ucrania.

Como resultado de lo anterior, cuando el populista se instala en el poder los inversionistas no logran mapear las clasificaciones políticas o intereses establecidos. Sin embargo,  para ellos se les promete flexibilidad para acomodar ideas diversas e incluso contradictorias a lo largo de los ejes tradicionales  de izquierda – derecha; liberalismo – autoritarismo. Se reprime todo lo que afecta el negocio; se liberaliza el placer y los favores para los escogidos. Se forma así el contubernio indecoroso de una élite moralmente flexible para hacer lo que le dé la gana, cometiendo exactamente los mismo ‘pecados y delitos encubiertos’ del capitalismo. En Cuba hay una parte de lujos y placeres para los inversionistas, pero negada para los cubanos.

La diferencia es que la alcahuetería inmoral en el populismo y el bandidaje son frenteros, de diversos colores, siempre se entienden para todo; incluso, para suministrar la tecnología adecuada para hacer daño, vigilar; o alquilar los soldados necesarios,  para hacer que lo blanco sea negro y viceversa. Los únicos que tiemblan con estas aventuras son los de Wall Street; si no es que son inversionistas secretos en el asunto. ¿No será por eso que a los prometidos grilletes de Maduro le han aflojado un poquito? Como vemos, el llamado populismo tiene muchos tentáculos donde menos se espera porque existen los llamados ‘colaboradores’ del mejor postor.

Como resultado de lo anterior las políticas de mano dura contra el crimen se dirigen a las mismas  poblaciones que  sufren la depredación criminal del régimen. Y se generan los colaboradores que venden a los familiares opositores por un pedazo de pan, un puesto, una promesa. Puede un vecino cínicamente estampar el estigma político o criminal porque alguien es extranjero, homosexual, persona de color, o cualquier pendejada.   Desaparece así la solidaridad social contra el mal para sobrevivir como sea. Ocurría y ocurre en Rusia, Vietnam del Norte, Corea del Norte, China, Cuba, se repite en Venezuela y si nos descuidamos puede pasarle a Colombia.

Publicado en Columnistas Nacionales

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