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Juan David Escobar Valencia

Sabemos que lo “caído del cielo” puede ser tanto cosas buenas como malas, pero como presumimos que el vecindario de Dios es el cielo, suponemos que sean cosas buenas las que voluntaria o involuntariamente, en el lugar y momento adecuados, caen de allí como lluvias milagrosas.

Según el libro del Éxodo, para alimentar al extraviado pueblo judío en su peregrinaje por el desierto —que no se explica uno cómo, si fueron capaces de separar el mar Rojo en su huida, luego fueron tan ineptos para demorarse 40 años recorriendo un trayecto de 400 km—, caía del cielo, y sin IVA, maná “diariamente”, lo que resultaba ser una bendición adicional porque un pan de varios días es capaz de descalabrar a filisteos, como lo sabía el joven David y no tanto Goliat.

En las recurrentes hambrunas en África de nuestros días, caen del cielo, desde aviones, cajas con comida en paracaídas, para compensar las escasas cosechas que logran sobrevivir a la violencia intestina, las sequías y las nubes hambrientas de langostas y ratas.

Sin embargo, desde el cielo también se precipitan cosas malas, aunque sean pequeñas. Una bala calibre 22, con apenas 3 gramos de peso y 9,8 milímetros de larga, luego de ser disparada verticalmente al aire puede precipitarse en su caída a unos 22 metros por segundo, y les juro que a esa velocidad ni siquiera Goliat hubiera salido bien del asunto.

Como decía Juan Luis Londoño de la Cuesta —quien, lastimosamente para este país, subió al cielo de forma anticipada, al igual que su madre doña Lucía—, “solo recuerdan a los exagerados”, así que mencionaré un desmedido ejemplo de cosas peligrosas caídas del cielo. Hace 56 años, en una mañana de invierno se disponía a cargar combustible, en pleno vuelo, un bombardero estratégico B-52 de los EE. UU. de un avión cisterna KC-135. Pero el apareamiento aéreo no salió bien y además de los dos aviones que se precipitaron al suelo, también lo hicieron las “4 bombas termonucleares” que llevaba el B-52, cada una de 1,5 megatones (la de Hiroshima fue de solo 16 kilotones). Aunque no explotaron, tres de ellas cayeron cerca de Palomares, una pequeña pedanía, como llaman en España a lo que nosotros llamaríamos vereda, a unos 75 kilómetros de Almería. El daño en dos de ellas provocó el escape de una nube radioactiva que se propagó por más de 200 hectáreas que continúan contaminadas.

¿Quién de los 1.500 palomareños imaginaría que en su pueblo, consagrado a San Javier y a la Virgen del Carmen, caerían del cielo bombas nucleares de plutonio-239, que, afortunadamente, solo emite radiación durante 24.100 años?

Pero ¿qué iban a imaginarse millones de medellinenses que su mayor amenaza no caería del cielo, sino que, por el contrario, sería una alcaldía que emergería, o tal vez regurgitaría, desde las entrañas del bajo mundo político y de una tribu cleptómana de resentidos y carroñeros empoderados?

Afortunadamente, la solución no requiere venir del cielo, está en las urnas de la revocatoria.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 17 de enero de 2022.

Publicado en Columnistas Nacionales

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