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La gran búsqueda: el derecho a una vida digna en el nuevo año

Pedro Aja Castaño   

Soy el ejemplo de lo que es posible cuando las niñas desde el principio de sus vidas son amadas y criadas por la gente que las rodea. Yo estaba rodeada por mujeres extraordinarias en mi vida, quienes me enseñaron acerca de la fortaleza y la dignidad.” Michelle Obama.

Siempre viene el nuevo año con una intención de buenos propósitos simbolizados en 12 uvas hermosas y dulces que se tragan a la carrera; o en algún ser humano que corre como loco alrededor de la cuadra con una maleta y unos secretos calzoncillos o tanga amarilla; o el brindis sencillo entre abrazos familiares.  El próximo año también vendrá con la búsqueda de un inquilino presidencial que nos pague el arriendo de nuestro esfuerzo colectivo, porque todo ser humano en sus cabales anhela una vida digna.

Pero la cosa no es fácil, porque no nos hemos dado cuenta que un presidente es el símbolo visible de un anhelo de felicidad que se entreteje entre las angustias personales y colectivas con  una cámara invisible que registra todos nuestros actos; ese es nuestro gran reto, ser justos en nuestra narrativa sobre los otros y la propia, además de  actuar bien.  Porque la lucha será siempre entre lo que en realidad sucede, lo que los otros se imaginan y lo que nuestros enemigos anhelan.

Y todos quieren que la aprobación deseada  sea un regalo, hasta por las fechorías que amparan con una supuesta dignidad revolucionaria.  Pero nada es gratis en este mundo; el honor se gana, no se regala, por lo que nos cuesta sudor y lágrimas a cambio de las pocas alegrías de reconocimiento por parte de las personas justas.

Además, como este universo es inteligente en lo diminuto y  en lo grande; en todas sus especies y manifestaciones personales y colectivas, nos demos cuenta de ello o no, sucede que los asuntos colectivos como personales tienen sus propias ‘inteligencias’ que a veces coinciden y otras veces chocan.

De alguna manera todos sabemos que cuando hablamos de inteligencia nos referimos a lógica, comprensión, el darnos cuenta de que dentro de nosotros ‘algo’ piensa; no sabemos cómo ese ‘algo’ se formó, pero nos permite aprender, conocer, planificar, crear, pensar críticamente para resolver problemas; y también, equivocarnos. Pero, ante todo, ese ALGO NOS PERMITE SENTIR. Y los otros se dan cuenta si lo que decimos, hacemos o deseamos es sincero y honesto.

 Tampoco nos lo explicamos pero cada sentido físico, tiene su inteligencia (el olfato del perro, por ejemplo); a través de la voz, un ciego infiere asuntos; los sordos entienden vibraciones no sabemos cómo, etc. Y no hablemos de las percepciones extrasensoriales. Además, nos damos cuenta que la inteligencia cambia con la edad, evolucionando; pero también se deteriora.

Entonces, en un escenario electoral todos estos factores entran en juego; y todos prometen de alguna u otra manera algo que tiene que ver con el DERECHO A UNA VIDA DIGNA.  Y si se mete uno en una discusión política sobre ese asunto, la sabiduría, que vuelve todo sencillo, quedará olvidada.

Sinembargo, una sensibilidad muy profunda nacida de la belleza de los actos espontáneos de la vida natural  nos dice a diario, de manera callada, que tenemos la oportunidad de mejorar si meditamos nuestros actos y compromisos y los llevamos a cabo con decencia, caballerosidad, nobleza, decoro, lealtad, generosidad, hidalguía y pundonor que constituyen la inteligencia del alma o la integridad humana. De ahí que el trato dirigido a las autoridades o representantes de una colectividad o institución democrática sea el de honorable, respetado, excelentísimo, señor, señora, etc., a no ser que la dignidad humana haya pasado de moda.

Pero sin ir a esas altas instancias quizá sea bueno decir que la dignidad humana nada tiene que ver con la política, sino con la cotidianidad y el compromiso de hacer sentir bien a los demás. Y comienza con un plato de comida; agua para bañarse, aire limpio, una cama, cariño y respeto; es decir, la satisfacción de las necesidades básicas, con las que comenzó Maslow para buscar y trabajar por la seguridad y protección, los logros de afiliación social, todo lo que gira alrededor del respeto hasta lograr la autorrealización en los términos que cada quien los entiende. 

Y esto se comienza en casa mediante el amor con el que se hacen las cosas pequeñas que inyecta en los niños la identificación con la dignidad de ser amados, especialmente por las abuelas. Porque cuando un niño es amado, aunque crezca en un barrio pobre, llevará en su alma la impronta de la primera seguridad: EL AMOR. Y si se hila sutilmente en su entorno educativo ese valor fundamental, entonces será normal que el niño ENTIENDA Y SIENTA  que su seguridad personal no es un derecho, sino un corolario, un regalo, del estar vivo; por lo tanto, el agradecimiento no le será extraño.

Y, si se le enseña a observar los animales, verá que EL AMOR ES LA MEJOR INTELIGENCIA  QUE ARMONIZA LO DIFÍCIL. Un ejemplo de nuestros días nos dejará sorprendidos: la película VICKY Y SU MISTERIO, basada en un hecho realnos muestra una jovencita  que convierte el cachorro de un lobo gris en su mejor amigo; lo que nos facilita  imaginar que una CULTURIZACIÓN DEL AMOR  VERDADERO nos permitiría domar el ‘lobo’ que todos llevamos dentro. Esa es la GRAN BÚSQUEDA  de nuestros días que a través del humanismo, y sin una ayuda superior,  nos queda difícil  precisar para disfrutar todos de una vida digna en el nuevo año.

Publicado en Columnistas Nacionales

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