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José Alvear Sanín   

Ante el posible horror de ver convertida Colombia en una segunda Venezuela o en una tercera Cuba, la respuesta —hasta ahora— ha sido la del avestruz: ¡Enterrar la cabeza! y exclamar que es imposible que un irresponsable y de los peores antecedentes, llegue a la presidencia. 

Supongamos que Petro gana en segunda vuelta: Aterrador.

Supongamos que Petro gana en primera vuelta: Aun más aterrador.

Ante esa espantosa perspectiva, venimos aplazando la decisión, impostergable desde hace tiempo, de hacerle frente a Petro con un candidato viable, decidido, valeroso, capaz de obtener los ingentes recursos que exige la campaña, de integrar un equipo idóneo, proponer un programa adecuado, de animar una estrategia electoral y llevar el mensaje a través de los medios, para no enumerar más frentes urgentes, cada uno de los cuales demanda meses de trabajo preparatorio.

Ante un gravísimo e inminente peligro, como es la llegada de la revolución al poder, con su efecto inmediato de violencia, hambre y desolación, los líderes políticos siguen entregados a baladíes juegos de poder, mientras docenas de “candidatos” rivalizan con planteamientos que en otras circunstancias habría tiempo de analizar cuidadosamente.  El tiempo ya se agotó.

Frente a la inacción culpable empieza a notarse una esperanza en la reacción tardía: el partido n° 1 piensa escoger un candidato presidencial en noviembre, de tal manera que para marzo de 2022 se pueda organizar una coalición con los partidos n° 2 y 3, para escoger finalmente el gallo capaz de derrotar a Petro en dos meses…, mientras ese sujeto lleva preparando su elección años enteros, con financiación inagotable, cuadros motivados, bodegas y bodeguitas, con subversión parlamentaria y rural y con los alcaldes de las tres principales capitales y sus miles de juntas de acción comunal… Y si esto fuera poco, ahora cabalga sobre los efectos económico-sociales de la pandemia, auxiliado además por el poder judicial, que le otorga impunidad y personería jurídica.

Nada nos asegura que en marzo del año entrante sí se configure una exitosa coalición, con un candidato tardío, apoyado por los políticos tradicionales. Por eso, la coalición no puede esperar. Debe configurarse desde ahora. ¡No hay tiempo qué perder!

Ante tan inquietantes pronósticos, hay dos actitudes posibles:

Primera: Resignación. ¡Petro no es tan malo! ¡Algún arreglo será posible con él!

Segunda: Resistencia y determinación. ¡Para mañana es tarde! ¡Desde hoy hay que luchar a fondo! ¡El asunto es de vida o muerte!

La primera actitud es la de buena parte de la clase política, que sigue bailando en el puente del barco que se hunde. No lo confiesan, pero están convencidos de su incapacidad para enfrentar una revolución que estimularon con el “Acuerdo final” y que toleran acatando diariamente los abusos de la dictadura judicial y prevaricadora.

La alternativa no es fácil. Mientras escribo estas líneas no sé si aparecerá el líder que se levante y convoque al pueblo para que el país no se suicide. Si esa figura no aparece en los próximos días, la reacción tardía, transaccional, dialogante, titubeante, insuficiente y timorata, llegará tarde.

Como se dice, ¡al toro hay que agarrarlo por los cuernos! Apenas quedan seis meses para detener la caída al abismo.

Para ganar, además, las mayorías parlamentarias en marzo, se requiere desde ahora un líder auténtico, sin miedo y sin tacha tras del cual sigan los aspirantes al Congreso.

El sexo del candidato no importa. Puede ser mujer u hombre. Lo apremiante y necesario es que aparezca… y que luche… con el gobierno y los partidos, sin ellos, o contra ellos… porque, si Petro gana, no habrá una segunda oportunidad para Colombia.

En este momento crítico, no podemos seguir fieles a la inveterada costumbre colombiana de dejar todo para el último minuto.

Publicado en Columnistas Nacionales

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