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Luis Alberto Ordóñez*

La primera vez que fui a San Andrés, lo hice por mar. La llegada fue impresionante; a medida que el ARC Boyacá se acercaba lentamente a tierra, la isla iba surgiendo en el horizonte: primero la Loma, con sus cientos de palmeras, luego el resto del precioso territorio hasta poderse visualizar a lo lejos las construcciones del centro de la ciudad mientras el contorno de la costa se iba haciendo nítido. La ensenada del Cove, donde arriban las unidades de la Armada Nacional y los cruceros de turismo, tiene el agua cristalina y el fondo se deja ver en ese abanico de colores que identifica el mar de nuestro principal y más emblemático archipiélago. Era 1981 y el encanto perdura hasta hoy: las islas son mágicas, ricas y sus aguas el sustento de miles de raizales quienes desde siempre han vivido de la pesca que ese mar les brida gracias al cuidado y la preservación del medio ambiente: saben que cualquier exceso significa un futuro incierto.

En 2012, después de muchos años de espera, la Corte Internacional de Justicia, tras la demanda de Nicaragua buscando apropiárselas, ratificó que las islas son colombianas, nada de que extrañarse pues existe un tratado: el Esguerra Bárcenas de 1928, el cual, cumpliendo con la legislación internacional, así lo definió de común acuerdo con el gobierno nicaragüense de la época, donde además Colombia les concedió la Costa de la Mosquitia, hasta ese momento de nuestra propiedad.

Sin embargo, cuando la inestabilidad política y el descontento general ponen en jaque a gobiernos mal logrados o mantenidos a la fuerza, surgen las causas comunes donde se busca el enemigo externo para conseguir la unidad nacional: qué mejor que pretender usurpar lo que desde siempre ha sido colombiano. En ese primer fallo, en una desafortunada decisión, la Corte en un ejercicio de definir los límites marítimos, de acuerdo con su entender, nos arrebató 75.000 km2 de aguas patrimoniales: algo así como tres veces el área del departamento de Bolívar y en donde los sanandresanos ya no pueden pescar ni Colombia cuidar y preservar, como toda la vida se venía haciendo, esa riqueza que no es solo nuestra sino de la humanidad.

No contentos con esa primera decisión vinieron más demandas; el gobierno nicaragüense viendo los buenos resultados, ahora quiere apropiarse del Caribe Colombiano y llegar prácticamente hasta nuestra Cartagena de Indias, enclavando así a las islas mayores y menores; es decir como hoy sucede con el fallo de 2012 con las islas de Quitasueño y Serrana, rodeadas de aguas que pasarían a ser del país pretendiente cuando se suscriba algún acuerdo binacional como lo manda nuestra Constitución; ojalá el famoso Comité del Paro en vez de estar convocando marchas sin motivos muy claros, que afectan la economía y proliferan el Covid, invitaran a protestar por algo tan grave y que sí requiere de la solidaridad nacional, cual es la posibilidad de perder más de nuestro mar patrimonial; riquezas que bastante falta nos hacen y que lamentaremos toda la vida si no somos capaces de defenderlas.

La Armada Nacional contemporánea, con su Cuerpo de Guardacostas y el componente de Infantería de Marina, ha estado desde siempre presente en esas islas: cuidándolas, protegiéndolas, preservando el medio ambiente y exigiendo el control de pesca y la explotación equilibrada del mar, de acuerdo con la normatividad nacional e internacional. Da tristeza que tantas generaciones de marinos hayan sacrificado su tiempo y los recursos del Estado, para cuidar esa belleza natural y fuente de riqueza que Colombia, por ningún motivo, puede perder. Corresponde a los dirigentes políticos y al aparato judicial dedicar todas sus energías para defender lo que ahora está en sus manos; la historia será muy dura con quienes, por descuido, desinterés, o manejos politiqueros, no sean capaces de hacer lo que les corresponde.

Desde esa primera vez, hace cuarenta años, cuando conocí las islas, tanto las mayores como cada una de las menores, entendí la inmensa responsabilidad que le correspondía al Estado colombiano de preservar la soberanía y la riqueza nacional; fueron muchas las jornadas en el mar, lejos de la familia y desatendiendo eventos importantes de la vida, las que se dedicaron y se sigue haciendo por quienes nos reemplazaron, para cuidar lo que nos pertenece. Muchas generaciones de Infantes de Marina han prestado sus servicios en las islas menores; en escasos kilómetros de blancas arenas y rodeados de agua cristalina, pero lejos de todos y de todo, solamente acompañados por peces, rayas y tiburones nadando a su alrededor. Oficiales y suboficiales con sus familias dejaron sus ciudades en el continente para hacer de las islas su hogar; sus hijos dejaron los amigos de toda la vida, por fortuna encontraron a los raizales de raza hermosa, acento enredado y costumbres maravillosas, entre esas la de la buena comida basada en pescado, caracol y mariscos, sazonados deliciosamente con especies y coco, todo esto por cumplir la misión de cuidar lo nuestro. Que no nos suceda lo mismo que con las Farc: donde después de tanto sacrificio, se entregó todo en la mesa de negociación. No quisiera ser testigo de la pérdida del Caribe por culpa de quienes ahora tienen la responsabilidad de defenderlo. ¡No es intentarlo, es lograrlo!

*Vicealmirante (r). Ph. D.

Publicado en Columnistas Nacionales

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