Con una vieja cámara Yashica, siendo costeño desempacado en Bogotá para disfrutar de una generosa beca hace muchos años, mi domingo era hacer de reportero visual en La Candelaria, pues vivía cerquita del Palacio de Nariño. Eran mis primeras experiencias de vida en la Atenas suramericana por lo que quise plasmar recuerdos interesantes en la eterna memoria del alma.
Ese pasado está hoy latente; y surge para, combinado con el presente que veo, formarme una idea de un futuro desconocido que se va revelando como un proceso lógico en la superficie, pero misterioso en su formación. ¿Por qué?
Porque cada presente de lo que llamaríamos el escenario de una fotografía, esconde las minucias cotidianas y secretas de cada actor que tiene jefe con su agenda peculiar que resuena en los pasillos del poder; o le suena a muchos otros en silencio. O ese actor que es su propio jefe, así que se debate en el diálogo más difícil de yo con yo en el que hay cosas que pasan inadvertidas, pero no para los que están despiertos, intuyen, y son ignorados. Por el contrario, hay cierta multitud altiva con lo que ve, pero no discierne y que, sorpresivamente, puede elevar su voz mediante los diferentes ‘yoes’ de cada quien, o la multitud de los que vemos opinando sobre Afganistán. ¡Oh sorpresa de los talibanes que eran solo una remota foto de los periódicos y ahora son turba política!
Ahora bien, si simbólicamente, sacamos una foto de la ‘moral talibana’ con las técnicas fotográficas de hace 100 años, seguramente se verán horribles en comparación con la foto del 2021; porque hay diferentes calidades de elementos químicos de revelado al igual que hay sutilezas morales que diferencian el burdo matar físico, con el sutil asesinato del alma de una cultura. Para eso existen las manipulaciones del Photoshop moral.
Un ejemplo nuestro. Ciertamente que el ‘Photoshop’ cultural del siglo 21 al pintar de amarillo crema las murallas de Cartagena ‘afectan el patrimonio histórico’, pero no saben en qué consiste la afectación. Sencillamente hieren el alma de los cartageneros, su experiencia de orgullo patrio que los hace sentirse cómodos con su pasado, su identidad, al sentirse contentos con el hermoso poema de “Los zapatos viejos” del tuerto López dedicado a patria pequeña. Con ese poema riman la bullaranga, la batea, el níspero y el zapote, las tías y abuelas, los amigos, las viejas casonas coloniales, la cumbiamba y la parranda barrial. Y el secreto es: si te sientes cómodo con tu origen, seguramente tienes una alta probabilidad de ser feliz en tu presente a pesar de las cucarachas que te quieran meter en la cabeza.
¿Y cómo sería una foto de la libertad? Es más difícil, porque implica sacrificio. ¿Y quién puede asumir cualquier sacrificio? Sencillamente el que ama. Por eso nuestro mundo trata de envilecer, mofarse, menospreciar todas las muestras del amor genuino. ¿Cómo explica usted el sacrificio del trabajo doméstico de una madre? Sencillamente con el amor que la hace libre para asumir una tarea que el orgullo varonil no entiende.
¿Y cómo se saca una foto rápida de la mentira socialista? Son inmutables y dogmáticos en predicar la expropiación de la riqueza de los ‘otros’, los capitalistas; pero no son capaces de expropiar su propio fracaso ante las evidencias de su pobreza moral. Les piden cuentas a los otros de sus actuaciones; pero no dan razón de las propias; cuando se las exigen entre ellos mismos, entonces se dividen y los tontos creen que son diferentes, pero lo único que muestran es su parasitismo, su adicción al engaño de propios y ajenos. De esto se deriva…
¿Una foto de la oposición? Hay dos tipos. Hablaré de la más común. Esa ‘oposición’ es la de los derechos; la del grupo que se protege a sí mismo cuando los violan mediante un pacto silencioso de sus mezquindades. No les importa distinguir lo verdadero de lo falso, se camuflan en la variedad de los colores políticos para no llamar la atención de los decididos que llevan su carga del deber sin inmutarse ni aligerarla. Desde las tribunas consagradas fingen la ira y el reclamo porque cierto poder del negocio impide descubrir la desnudez real del engaño en su cizañero arte de la pericia en la puñalada política disimulada. Así que, amable lector, no te preguntes cómo es que los huecos y vacíos de la ética, la moral, la justicia y las buenas costumbres de pronto empiezan a sonar ruidosamente como heraldos de una nueva era de cambio que se llama oposición, pero es falsa.
Y esta es la foto del verdadero opositor que no es profeta en su tierra. Elude a los admiradores, a los que se asustan con la palabra franca, pues no renuncia a su singularidad, su consciente soledad. Por el contrario, invita a sus adversarios, a los contradictores, no para vencerlos, sino para aprender de ellos. No se detiene en los puntos vergonzosos de la vida de los otros; ni pretende ser ejemplar, pues no es ajeno a las debilidades humanas. Pero tampoco es cínico sobre la confesión pública de sus faltas, pues el verdadero arrepentimiento es una gracia para la difícil humildad que tampoco tiene porque no es perfecto. Yo no sé si ese ejemplar se dé en la política. Por eso el mundo anda como está. A veces los llaman ‘outsider’; pero ojo, porque hay infiltrados.