Luis Guillermo Vélez Álvarez
Luis Guillermo Vélez Álvarez*
El pasado siete de diciembre, después de cuatro aplazamientos, culminó, por fin, la licitación para construcción de las obras civiles finales de Hidroituango. Con esa oferta, por un valor de $ 991.043.400.868,09, el contrato quedará en manos del único proponente, el Consorcio Ituango PC-SC; integrado Yellow River Co Ltd., PowerChina International Gruop Limited Sucursal Colombia y Schrader Camargo SAS.
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El gran astrónomo Johannes Kepler – al tiempo que desarrollaba sus famosas leyes sobre el movimiento de los planetas en sus órbitas alrededor del sol - se ganaba la vida haciendo cartas astrales para los nobles del Sacro Imperio Romano Germánico, incluido el mismísimo archiduque Rodolfo II, conocido como el emperador de los alquimistas, de quien fuera matemático imperial.
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La fijación de un salario mínimo legal (SML) es mala política económica. El hecho de que esa legislación exista en tantos países y que buena parte de la opinión, incluso ilustrada, la encuentre natural y conveniente es muestra del preocupante retroceso de la economía liberal y la enorme confusión que esto genera.
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Finalmente, Hidroituango entró oportunamente en operación comercial, a pesar de Quintero y gracias al gerente de la obra, William Giraldo Jiménez, a su equipo de trabajo y a los denostados contratistas que están allí desde hace 10 años, enfrentando los retos de ingeniería y también los ataques de la más rastrera ofensiva política que haya padecido proyecto alguno en la historia colombiana.
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“…aquello que nos llevamos del mercado a nuestras casas y vidas privadas, es lo que realmente cuenta. El dinero hasta que no se gasta no tiene utilidad. El salario, en último término, no se paga en términos de dinero sino de satisfacción o goce. El dinero con el que nos pagan solo se convierten en renta, en sentido propio, cuando nos comemos los alimentos, nos ponemos los vestidos o montamos en los automóviles comprados con ese dinero.” Irving Fisher, Teoría del Interés, 1930.
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La reforma tributaria de Ocampo es la más colbertiana de las que se han adoptado en las últimas tres décadas. Se parte de un gasto por financiar, siempre creciente y definido por inercia, y el problema consiste en cómo obtener esa suma con el mínimo descontento. O, como decía Colbert, cómo desplumar el ganso provocando el menor número de alaridos.
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Ha pasado un año desde que los banqueros Gilinski iniciaron la seguidilla de Opas para apoderase de las empresas del Gea y casi tres desde que Quintero Calle desatara en su contra una ofensiva de desprestigio que cada vez parece menos gratuita.
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En su Historia de la locura en la época clásica, cuenta Michel Foucault que, en la Edad Media, los pueblos riberanos se deshacían de sus locos embarcándolos en naves que dejaban llevar por la corriente. Los pueblos aguas abajo se esforzaban en evitar que los indeseables hicieran tierra, al tiempo que trataban de llevar a bordo sus propios orates. Así, la nave de los locos, stultorum navem, rechazada de puerto en puerto, seguía con su carga de insania rumbo al mar.