Como todos los planes que en la historia han sido, el de Gustavo Francisco, busca acabar con “la injusticia secular que ha caracterizado el desarrollo nacional”, para lo cual “…es fundamental que el Estado intervenga más…” y en esa intervención “…la discrecionalidad en el manejo de los ingresos y los gastos es más relevante que el ajuste a reglas fijas…”.
Las reglas fijas son, evidentemente, la regla fiscal y el Sistema General de Participaciones:
“Los porcentajes fijos, amarrados a normas constitucionales, han reducido considerablemente el lado discrecional de la política pública, y han limitado el margen de la planeación. La abundancia de reglas hace inflexibles los presupuestos y entorpece el diseño de programas estratégicos”.
Los porcentajes mencionados son los de ley 1473 de 2011, que estableció la regla fiscal, y las normas constitucionales que los “amarran” son los conceptos de sostenibilidad fiscal e incidente de impacto fiscal, incorporados al artículo 334 de la Constitución por el acto legislativo 03 de 2011.
Los otros porcentajes que incomodan a Gustavo Francisco son los de las leyes 715 de 2001 y 1176 de 2007 que reglamentan el SGP, “amarrados” por los artículos 356 y 357 la Constitución sobre distribución de recursos y competencias entre la Nación y las entidades territoriales.
Para decirlo brevemente, esos “porcentajes amarrados” del SGP son los que impiden, por ejemplo, que Gustavo Francisco extorsione Claudia Nayibe diciéndole que le reducirá, discrecionalmente, los aportes para educación, salud o propósito general si no “subterraniza” el metro de Bogotá. Sin esos “porcentajes amarrados”, la poca autonomía de las entidades territoriales desaparecería por completo. Imagínense lo que podría hacer con gobiernos locales de oposición alguien habituado a la extorsión.
La autonomía del Emisor, consagrada en los artículos 371, 372 y 373, es el activo institucional más importante del País. Gustavo Francisco quiere acabar con ella y convertir al emisor en la caja menor del ejecutivo, como en los tiempos de la nefasta Junta Monetaria:
“…la política monetaria debe favorecer las necesidades de financiación inherentes a la transformación de la matriz energética; por ello, las decisiones de la autoridad monetaria se tienen que coordinar con las políticas de producción y empleo (…) la financiación de los proyectos estratégicos que se proponen en el Plan exige que haya concurrencia de recursos”
Como si fuera poco, el artículo 298 otorga facultades extraordinarias al presidente para expedir decretos con fuerza de ley sobre 13 materias, incluida una reforma administrativa total, pues se le autoriza “crear, escindir, fusionar, suprimir, integrar entidades de la rama ejecutiva o modificar su naturaleza jurídica”.
En síntesis: para realizar, ahora sí, la justica social, Gustavo Francisco necesita una reforma administrativa total que le permita tener un estado más poderoso, que intervenga más y con mayor discrecionalidad – sin sujeción a reglas fijas, sin las ataduras de la regla fiscal, ni los amarres constitucionales del SGP - incluido el manejo discrecional de la emisión monetaria para financiar proyectos estratégicos de la transición energética y sabe Dios qué más.
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El PND está radicado en el Congreso. Entre tanto, Gustavo Francisco, ya empieza gobernar perorando ante sus huestes en plaza pública; como lo hacía Hitler con las suyas en Alexanderplatz, Mussolini en el Campidoglio o Fidel Castro en la Plaza de la Revolución.
Gustavo Francisco es esencialmente un caudillo, un caudillo carismático, que se envuelve en su propio discurso y envuelve a los demás. El hombre tiene poder carismático – como lo tenían también Gaitán, Chávez y Perón.
Es un error desconocer, menospreciar y ridiculizar el poder carismático. Oswald Spengler dijo de Hitler: “Un soñador, un zoquete, un hombre sin ideas, en una palabra: un imbécil”. Ya sabemos de la magnitud de su equivocación y la del pueblo alemán.
La historia muestra que el poder carismático puede tener hondas raíces y se convierte en una fuerza social y política aplastante cuando se dan ciertas condiciones psicológicas y sociales que hacen que millones de individuos crean en el sujeto que en un momento dado lo encarna. Yo no soy un hombre soy un pueblo, decía Gaitán; disciplina, el jefe nunca se equivoca, gritaba Gil Robles; el Führer es el Partido, el Partido es el Führer, proclamaba Hitler; el cambio soy yo, yo soy el cambio, ese parece ser el grito de combate de Gustavo Francisco.
El caudillo carismático no cree que su poder esté basado en detentar un cargo o una posición funcional sujeto a ciertas reglas. Él desprecia todo eso porque está convencido de que su poder nace del haber sido elegido para cumplir una misión. Por eso, lo muestra la historia, todos los caudillos han buscado deshacerse de las ataduras o los amarres que se oponen a la realización de sus deseos o de sus epifanías, las que le vienen “de las energías, de la luz que recorre el universo”, a veces, quizás, bajo el estímulo de algunas drogas, que le enseñó a consumir una amiga en Bruselas, según confiesa en su autobiografía.
Encantamiento de la inteligencia por el lenguaje, así definió Wittgenstein la esquizofrenia, que parece haber sufrido en cierto grado. Cuando habla, a Gustavo Francisco, se le ve encantado con sus propias palabras, con “los hermosos discursos que embelesan al público”, donde, dice en su autobiografía, la comunicación surge “a partir de la energía que fluye entre el público y el orador”, una comunicación que es “más pasional que racional”.
Hitler gobernaba con sus discursos en plaza pública, que sus ministros escuchaban atentamente para traducirlos normas y decisiones. Para “actuar en el sentido del Führer”, como lo denomina Ian Kershaw en su gran biografía. Por eso su gobierno parecía caótico, contradictorio.
Lo que quiere Gustavo Francisco es que su plan lo habilite para gobernar desde el balcón de la Casa de Nariño, dejando a sus subalternos el riesgo de interpretarlo para actuar en el sentido del Caudillo.
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