Tenemos en el país excelentes expertos en economía de la energía. Sería una torpeza inexplicable que no fueran escuchados. En las últimas dos semanas he conocido dos estudios, impresionantes por su profundidad y seriedad
El primero es de Fedesarrollo, uno de los institutos de investigación económica más importantes del país. Lo lideró Juan Benavides, Ph. D. en economía minera (Penn State University) y coordinador del Foco de Energía Sostenible de la Misión de Sabios 2019.
Muestra las diferencias que tenemos con los países desarrollados en sistemas de producción de energía, y cómo nuestras principales fuentes de contaminación no son la generación de electricidad y la industria, sino la agricultura, la deforestación y el cambio del uso del suelo. Analiza los costos de una descarbonización acelerada, la reducción de los ingresos fiscales y los altos costos de reemplazo de las tecnologías actuales por otras más limpias.
Todo el análisis lo lleva a recalcar la importancia del gas natural y la necesidad de continuar su explotación, porque hace posible la transición y provee firmeza y seguridad en generación eléctrica, con niveles bajos de contaminación (Europa hace poco lo declaró combustible verde). El gas natural es usado también en industrias como la producción de fertilizantes, de cemento, de acero y otras, sin las cuales los planes para mejorar el bienestar de la población (vivienda, carreteras, infraestructura) no son factibles. El estudio propone, finalmente, una política nacional que incluye también un impulso decisivo a la ciencia y a un desarrollo tecnológico, que haría factible la transición a una producción de energía limpia.
“Algunas personas desprecian al experto diciendo que tiene sustento político. Esa afirmación es una obviedad simplona.”
El segundo trabajo fue ejecutado por el Cree (Centro Regional de Estudios de Energía) y liderado por Tomás González, su director. Él fue ministro de Minas y Energía y miembro del Consejo Directivo del FMI. El estudio plantea cuatro escenarios alternativos para la transición; se proyecta hasta 2050 y ofrece una hoja de ruta para acceder al mejor de los escenarios. Calcula el comportamiento de factores relacionados con oferta y demanda de energía en diversos sectores de la actividad económica, como transporte, vivienda, industria, agricultura y otros.
También acá se ve que el crecimiento de la población y su bienestar van a exigir mayor producción de energía. Sin embargo, actuando con juicio, esta se podrá generar a menor costo. Señala la importancia de asegurar una disponibilidad permanente de gas (y en alguna medida de combustibles líquidos), para que la transición sea factible.
En algunos círculos se ha puesto de moda el desprecio a conceptos de expertos. Me parece importante entender qué es lo que vuelve experta a una persona. Hay dos componentes. El primero es conocimiento específico en su campo. Este se adquiere con los estudios superiores e investigación. No se trata de adquisición de ‘competencias blandas’, sino de unas muy ‘duras’. El segundo componente es el de las experiencias propias y ajenas, que ha podido analizar. El experto conoce errores del pasado, y no los vuelve a cometer.
Algunas personas desprecian al experto diciendo que tiene sustento político. Esa afirmación es una obviedad simplona. Toda actividad humana es en cierta forma política, lo que no obsta para que un análisis pueda hacerse con imparcialidad. Hay millones de ejemplos que muestran que eso sí sucede, y que la posición ideologizada y cínica es la de quienes pretenden que eso no es posible.
En todo caso, a quien se obstina en negar la importancia del experto, yo le recomendaría, en caso de apendicitis, que acuda a un cirujano experto, no a un filólogo. Un análisis semiótico de su discurso va a servir poco en el quirófano.
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 20 de octubre de 2022.