Circula un documento con fundamentos para la política de Ciencia, Tecnología e Innovación. Por los logos y sus autores, se trata del documento oficial del nuevo Gobierno. Son 16 páginas en las que catorce veces aparece “vivir sabroso” como objetivo de la ciencia. Posiblemente entre a la historia anecdóticamente como el primer documento de política científica que califica a la ciencia como una amenaza. Se necesitarían muchas páginas para responder afirmaciones abiertamente falsas, sin ninguna sustentación en referencias o datos. Me limitaré acá a comentar dos conceptos que presenta y que yo considero profundamente equivocados y peligrosos.
El primero es el de “ciencia hegemónica”, que usa para describir la ciencia moderna, además calificada de logocéntrica, monológica, antropocéntrica, tecnocéntrica y patriarcal. Por supuesto que existen hegemonías en la ciencia, pero no se derivan de acciones de fuerza, de poder o de sometimiento. Se derivan del consenso que logran algunas teorías en las comunidades científicas de todo el mundo (sin distinción política).
Son hegemónicas la física cuántica y la relatividad, es hegemónico el gran marco generado por la biología molecular, la genética y la evolución; muy poca gente se opone a las leyes de la termodinámica, y por tanto son también hegemónicas. El consenso no es dogmático; todas las teorías están sujetas a complementaciones, mejoras, y si llega algo revolucionario, a ser cambiadas. Su poder consiste en haber enfrentado con éxito los retos que se les han opuesto, y en sus capacidades explicativa y predictiva. Ningún gobierno del mundo las sustenta y son usadas igualmente y con éxito en la China comunista, en los Estados Unidos capitalistas y en el Irán islamista. La ciencia no progresa con una lucha de poderes, sino con los retos de la realidad y la experimentación. La hegemonía de una ciencia no es más que la medida de su éxito en acercarse lo más posible a descripciones verdaderas de la realidad.
El segundo concepto, y que está relacionado en el documento con el de la hegemonía, es el de “justicia epistémica”. Para cualquier persona que ha tenido una mínima experiencia científica, esa expresión se siente como un oxímoron, una contradicción en los términos. El mecanismo de construcción del conocimiento que llamamos científico no busca repartir méritos igualitariamente entre teorías diferentes y hasta contradictorias. Eso causaría la parálisis y el colapso inmediato de la ciencia. La única justicia epistémica es que una teoría que se demuestra falsa se cae, sin importar quién la propuso.
Algunos filósofos han dicho tonterías parecidas. Feyerabend decía que no hay que enseñarles a los jóvenes que “la Tierra es redonda”, sino que “alguna gente cree que es redonda”. Estaba totalmente perdido de la pregunta real, que es qué forma tiene la Tierra, no qué piensa la gente de eso.
Hay fundamentalistas religiosos en muchos países que piden “justicia epistémica” para las teorías creacionistas. Exigen que se enseñe a los niños la creación, como la describen textos sagrados, en lugar de la evolución ¿Solo para ellos es inaceptable el reclamo de justicia epistémica?
El asunto no es repartir las horas de clase entre distintas cosmologías, o repartir los esfuerzos de la ciencia entre teorías diversas, unas más y otras menos sustentadas. El problema en ciencia es sobre la verdad; sobre un acercamiento a descripciones buenas de la realidad, con poder explicativo y predictivo, no de justicia, ni de respeto a la opinión pública. Si así fuera, nunca se habría impuesto una teoría heliocéntrica, o la redondez de la Tierra, ni la evolución, o el Big Bang.
Espero de corazón que Colombia siga construyendo una ciencia del siglo XXI.
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 15 de julio de 2022.