No tengo ninguna hacienda, ni una sola vaca, ni ternera, ni novillo, ni toretes, ni potros, ni caballos, ningún potrero y ningún cultivo. No escribo pensando en mi pellejo.
Escribo con angustia de patria porque veo que estamos recorriendo un peligroso camino de anarquía rural, vías de hecho, autoridad quebrantada y burlada, vulneración impune de la propiedad privada, destrucción de valor social y caldo de cultivo para nuevas violencias olvidando viejas lecciones.
La ambigüedad de algunos funcionarios públicos con responsabilidades en el sector, el discurso incendiario que fue rentable en campaña reduciendo casi todo a una confrontación amarga y estéril entre ricos y pobres, las instrucciones confusas emanadas de diversas fuentes a la Fuerza Pública y a la Policía y lo tozudo de los hechos que dejan ver a las claras que nada les está pasando a desafiantes invasores, generan una peligrosa matriz que estimula la invasión de tierras, la burla a las autoridades, la justicia por mano propia y, repito, las vías de hecho.
Rechazo con contundencia todo despojo de tierras que hubiera podido ocurrir por cuenta de agentes del narcotráfico, las guerrillas, el paramilitarismo y las bandas criminales. Rechazo a los despojadores de la extrema izquierda, de la extrema derecha y a todos los despojadores. Creo en la necesidad de avanzar con firmeza en la restitución de tierras y en un modelo más equitativo. Pero me resulta inaceptable y antipatriótico el discurso generalizador y falaz de quienes les dan un tratamiento de criminales a todos los propietarios de tierras en Colombia.
Son absolutamente irresponsables las voces que no distinguen entre unos agentes criminales que a plomo limpio se quedaron con las tierras, de honorables familias que con título legítimo y honrada procedencia adquirieron las tierras en esta o en las generaciones anteriores. Lo que están haciendo es estimulando a los invasores para que se les metan a los propietarios a sus tierras, para que les tumben las cercas, para que les roben sus animales, para que destruyan la infraestructura y aniquilen la capacidad productiva.
Observo con respeto el esfuerzo de la ministra de Agricultura para llamar a la responsabilidad a sus propios compañeros de gobierno, para que sean leales con su mandato de hacer respetar la Constitución y la ley. Por ahora, esfuerzo vano de una mujer decente. Como si ya fuera muy tarde para apagar el fuego que ellos mismos crearon. Como si no fuera posible recoger la pita. Como si se tratara, simplemente, de dejar constancia ante la catástrofe que se viene.
Tan pomposas, firmes, fuertes, elocuentes, contundentes, sonoras, inequívocas y claras como son las voces del Gobierno para rechazar el advenimiento de cualquier forma de paramilitarismo, en lo que al Gobierno le asiste la razón, deberían ser las voces para rechazar la invasión de tierras. Pero no lo son.
Hay que rechazar con total determinación cualquier modalidad de organización privada de justicia por propia mano. Pero no bastan los discursos. La retórica no aguanta.
Si la gente siente que el Estado se ha vuelto un cómplice de los invasores, si la gente siente que el Estado favorece a los invasores, si la gente siente que está indefensa a merced de invasores y bandidos, si la gente siente que tienen al Ejército y a la Policía maniatados, si la gente siente que el derecho prevalente es el del invasor, el terrorista, el sicario, el narco, el bandolero, el narcoguerrillero o el criminal, la violencia se puede multiplicar porque muchas personas no estarán dispuestas a que les arrebaten su propiedad y su país, a que les destruyan años de trabajo honrado, a que los despojen de lo que con mucho esfuerzo consiguieron.
Este, señores del Gobierno, dista mucho de ser el camino a la paz total. Puede, por el contrario, abrir nuevos capítulos de esta amarga guerra que ustedes dicen querer acabar invocando una teoría de 360 grados, mientras se quedan mirando para un solo lado.
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 25 de septiembre de 2022.