Buena parte de los tecnócratas colombianos, tan preparados en la academia como desconectados de la realidad, han sido determinantes para dilatar las pocas medidas que puede adoptar la junta del Banco de la República contra la inflación.
Las alarmantes cifras de inflación confirman que estaban equivocados en la junta con sus tardíos incrementos de tasas, y que la necesaria independencia de la junta frente al Gobierno no puede seguir siendo un pretexto para que no se los cuestione, para que no se les exijan explicaciones y para que no se les señalen caminos de rectificación.
Obviamente, la junta debe ser cuidadosa para encontrar el punto adecuado entre la efectividad de la lucha contra la inflación y la no afectación del proceso de reactivación económica y está claro también que sería absurdo e injusto señalarlos como los únicos culpables de la expresión colombiana de un fenómeno global de encarecimiento de los alimentos, de incremento de costos de transporte y de materias primas, de efectos por causa de la guerra entre Rusia y Ucrania y del desfase entre la demanda acelerada de productos y una oferta menos dinámica, entre otros factores.
Dicho lo anterior, la situación de inflación se ha agravado en Colombia por cuenta de la junta del Banco de la República hasta el punto reflejado en el último reporte del Dane del dato del 1 por ciento en marzo, lo que lleva a más de 8,5 por ciento la cifra de los últimos doce meses.
Lo más grave, frente a lo cual muchos parecen taparse los ojos, es que la contribución mayor a esa cifra proviene de una escandalosa inflación de alimentos, sin antecedentes en los últimos tiempos, superior al 25 por ciento.
Sin rodeos. Eso se llama hambre. Hambre, señores. Hambre. Menos comida en los platos de los más pobres. Menos alimentos en la barriguita de los niños en los hogares de menores ingresos. El aumento de precio de los alimentos para los más pobres se traduce en que pueden comprar menos comida y tienen que comer menos, aún menos, por debajo de los requerimientos nutricionales mínimos por día.
Para no entrar en un paralizante proceso que se agote en reproches y repartición de culpas, es indispensable adoptar ya unos correctivos de mitigación de esta situación, máxime teniendo en cuenta que la pandemia, según el propio Dane, había hecho lo suyo empobreciendo hasta la miseria a los más pobres.
Para ello habría unos instrumentos excepcionales de mitigación del hambre a partir de la red que ha focalizado a la población más pobre. Me refiero al ingreso solidario que en buena hora creó el gobierno del presidente Duque beneficiando a más de 3 millones de hogares y al subsidio del adulto mayor, que debe estar llegando a más de un millón y medio de beneficiarios.
Ese instrumento –que no es otra cosa que la primera versión de la llamada renta básica que algunos proponen como si fuera una gran novedad, desconociendo que Duque ya la montó eficaz y masivamente– permitiría desde este mismo mes aumentar el valor de la transferencia en el mismo 25 por ciento de inflación para las poblaciones beneficiarias, de tal suerte que recuperen su poder adquisitivo de los alimentos y puedan contener esta nueva y letal arremetida del hambre en sus hogares. Esos serían bonos transitorios contra el hambre, mientras retrocede la inflación de alimentos. El aumento de los precios del petróleo y el retroceso circunstancial del dólar pueden dar un colchoncito presupuestal.
Obviamente, se deben activar otras herramientas, algunas ya en marcha, como reducción de aranceles sin afectar producción nacional, controles sectorizados de algunos precios específicos, campañas inteligentes de opinión pública en materia de expectativas inflacionarias y medidas de mitigación como la ampliación del suministro de soportes nutricionales tipo bienestarina para los hogares más pobres.
El hambre no da espera.
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 10 de abril de 2022.