Nuevamente, el candidato Gustavo Petro aseguró que, de llegar a ser presidente, suspendería la exploración petrolera en Colombia. Y aun cuando algunos de sus seguidores han querido matizar dicha declaración, sus palabras son tajantes e inequívocas: “La primera decisión que voy a tomar es el cese de la exploración de petróleo en Colombia”. Sin matices, sin grados, sin tiempos ni transición.
Ya Petro había hecho una declaración similar en agosto. En ese entonces, analistas, entre la incredulidad y el pánico, explicaron por qué esa decisión sería una locura económica: el petróleo es un renglón central de la economía colombiana, es una actividad productiva clave en veinte departamentos, equivale a más del veinte por ciento de nuestras exportaciones y entrega a la Nación y a las entidades territoriales cuantiosos recursos. Decretar su terminación así no más, sin un plan claro de cómo se reemplazarían esos ingresos y cómo se haría la transición, suena, por decir lo menos, irresponsable.
Estas declaraciones son muy reveladoras de la manera de pensar del candidato, y muy seguramente de lo que sería su estilo de gobierno. Muestran, primero que todo, una visión autoritaria. No le corresponde al presidente de la República ir señalando, a dedo, qué actividades económicas pueden hacerse y cuáles no. Puede, claro está, usar su autoridad ejecutiva y regulatoria para entorpecerla y debilitarla. Y si eso es lo que tiene en mente el candidato, el panorama es mucho más preocupante y plantea una amenaza latente para todos los sectores económicos, no solo para el petrolero.
En ese escenario, tendríamos a un presidente que públicamente se declara enemigo de un sector productivo. Lo persigue por la vía administrativa. Como, por fortuna, el debido proceso es un derecho, los afectados reclamarían. Y terminaríamos en un escenario de confrontación, con un presidente que llama a las calles a defender su postura.
Nadie pone en duda que Colombia y el mundo requieren una transición energética, pero hacerla exige buena planeación. No basta con asomarse al balcón y decir que tal actividad se acaba, sin estrategias, sin calendarios y sin alternativas.
El cambio climático es, sin duda, una amenaza para la humanidad. Pero las declaraciones de Petro muestran un entendimiento muy superficial del problema. Creer que con decretar el fin de la exploración petrolera en Colombia se soluciona algo es ingenuo. Colombia produce menos del 1 % del petróleo del mundo. Y no todo el petróleo se vuelve combustible fósil: parte va a otras aplicaciones industriales. El gran problema actual no es el ínfimo petróleo de Colombia: es la generación eléctrica a carbón en India y China, es la deforestación acelerada, son las emisiones de metano. Una decisión así contribuiría en casi nada a la solución, mientras para Colombia crearía gigantescos problemas.
A Petro le ha faltado reconocer que el actual gobierno ha hecho avances importantes. Cuando empezó este gobierno, en 2018, el país solo contaba con una capacidad de menos de 45 megavatios de generación de energía con fuentes renovables y hoy ya se tienen 450 megavatios, en los próximos meses serán 1.500 y para el año entrante serán 2.500. Eso es más de lo que producirá Hidroituango (2.400 megavatios). Lo que Petro está planteando, en materia de energía solar y eólica, Duque ya está haciéndolo.
El candidato también podría admitir que el petróleo no tiene necesariamente que ver con que seamos productivos o no. A Colombia le falta mucho por avanzar, pero desconocer la contribución de sus sectores agropecuarios, de servicios, de innovación, de comercio y manufactura es, simplemente, contraevidente. Esa caricatura según la cual nuestra economía es puro petróleo y carbón es insostenible. Como lo es también vender a los incautos la propaganda de que se acaba con el petróleo y de inmediato nos volvemos tan productivos como Estados Unidos o Noruega. Que alguien le diga en el oído al candidato que el petróleo y la productividad no son incompatibles.
Ahora bien, sin duda Petro tiene un talento particular para construir discursos. Pero de la teoría idealista a ponerlo en práctica se le han complicado las cosas. Cuando fue alcalde de Bogotá, una de sus tareas más urgentes era cambiar la flota de buses de Transmilenio porque ya se habían convertido en verdaderas chimeneas ambulantes. No había tarea más crucial para el medio ambiente de la capital que esa. Pero, como dijo un secretario de movilidad del momento, “Petro en cuatro años no abrió la licitación para los buses de la fase 1 y prorrogó la operación de buses Euro II con más de 15 años de antigüedad y más de 1,3 millones de km”.
El país escuchará, y seguramente con mucho interés, toda propuesta seria, fundamentada, bien planificada, estudiada y que no sea solo retórica electoral para una buena transición energética.
https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 24 de noviembre de 2021.