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César Salas Pérez   

Esta elección del congreso va más allá de renovarse, significa medir el pulso político electoral entre la polarización de izquierda y de derecha.

Nunca antes, en el país había estado tan marcado ese lindero como en la actualidad.

La palabra polarización la inició el santismo en épocas del plebiscito donde prácticamente, sentenció a medio país como enemigos de su paz.

Siempre ha existido la polarización, sin embargo, recientemente se acrecentó cuando surgió el polo o la zona mayoritaria que derrotó a Santos en las urnas al decirle NO a su entuerto con las Farc.

Lo demás lo hemos visto en estos últimos años, especialmente, en el debate político, primando la descalificación, la carencia de argumentos de fondo de quienes han defendido el proceso de paz, y por supuesto, con un debate electoral, que a decir verdad, se ha tornado bastante pobre, que además ha desencadenado una fuerte y absurda intolerancia entre “pacíficos y guerreristas” como la prensa lo acordó.

Los supuestos “pacifistas” perdieron las elecciones en 2018. Se dedicaron en este período a sabotear al Presidente, no dejarlo gobernar, pasando de la protesta al vandalismo delincuencial en el paro criminal armado.

Estuvieron agazapados en el furor de la pandemia pero despertaron y casi acaban con medio país. Sus mayores patrocinadores, la justicia politizada y selectiva que cada vez que se pronuncia en sus fallos, no solo crea polémica, sino que le va quitando de a pedazos autoridad, orden y respeto a las mismas instituciones, abriéndole camino a lo pactado en la Habana, es decir, la destrucción del actual estado de derecho y la bienvenida al progresismo de izquierdas donde “el todo vale” es su premisa superior.

Hay otros garantes empeñados en seguir con la tarea destructiva como los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales que a diario lavan el cerebro de los colombianos en contra de valores supremos como la fé en Dios, el amor por la familia, la democracia y la libertad.

En buena hora existe la polarización como parte de la discusión y de la esencia democrática.

Ella muestra que un país está hablando y discutiendo sobre los temas que le interesan y le preocupan. Estar en desacuerdo o pensar distinto no es un error, el verdadero problema de la polarización es cuando nos enfrentamos con gente que piensa diferente y se cierran los espacios para el consenso. De la discusión se pasa al apasionamiento.

Sin duda, la polarización no solo es un asunto de líderes divididos acerca de temas puntuales de la agenda pública nacional. El fenómeno hace efervescencia cuando juega más la emoción que la razón, cuando se habla de populismo o cuando se debate conforme al realismo, emociones sublimes entre “paracos, narcoguerrilleros y castrochavistas”.

Pero nos hemos quedado en la emoción y se ha descuidado por completo el fondo del asunto, el de proponer ideas y salidas congruentes para solucionar los males que nos aquejan como sociedad.

Hoy en día está muy claro en los liderazgos que de nada sirve ser medianamente inteligente si no eres emocionalmente impactante agrediendo o intimando a tu contradictor. Mejor dicho, si no eres capaz de armar polémica y producir un efecto emocional en los votantes, no estás capacitado para ser un candidato fuerte y ganar la elección.

Es simple, cuando se apela a las emociones hay una movilización mucho más fuerte como estrategia de las élites para consolidar a sectores de la sociedad a que voten por sus ideas, pero sin mostrarles cuáles son los contenidos de esas políticas.

Ciertamente, la salida a esta mediocridad rampante de la mayoría de los políticos colombianos es volver a refinar el debate, hacerlo exquisito, realmente atractivo para todos y no para unos pocos, pero ¿cómo volver a refinar el debate en un país sensacionalista y excesivamente emocional?

La respuesta la siguen teniendo los filósofos griegos, a través de la reflexión, de la empatía, no por conducto del afecto sino por medio de la transmisión de información real, con análisis objetivo y con ejecutoria de programas de gobierno cumplibles.

Queda claro entonces que, mientras las élites políticas seduzcan al electorado por la ruta de tipo afectivo y no por medio del refinamiento del debate y la reflexión, todo continuará reducido a una movilización de emociones y los colombianos seguirán decidiendo en las urnas no por su razón sino por sus sentimientos. Después viene el reclamo ciudadano de por qué seguimos peor que antes.

El ahondamiento radical de las diferencias es una herida que tarda en sanar. El corazón de Colombia está herido.

No es fácil volver inmediatamente al camino de la reconciliación, pero sí podemos empezar a tender puentes de dialogo civilizado por medio del debate de las ideas. Debate al que muchos le temen porque francamente, no están lo suficientemente preparados. Tanto candidato que no piensa por sí mismo es una afrenta a la democracia.

El debate de los disensos es el que permite la construcción de los consensos y la polarización no es un punto en el que nos debemos quedar para siempre.

Estas elecciones parlamentarias son el primer encuentro entre polarizados. El que pegue primero, tendrá ventaja en la presidencial.

Los polarizadores están en un enfrentamiento extremo en el que las ideas brillan por su ausencia. Las pasiones y el furor desnudan el intelecto. El pueblo cae ante los pies de quien le diga lo que quiere escuchar.

Las emociones, en definitiva, son las que van a escoger el congreso y presidente de Colombia.

No se puede ocultar la realidad, en 2022 ganará la polarización. Pero es mejor aquella que apela a las libertades, a la democracia y a las instituciones como método legítimo de expresión, y no aquella que pregona el fin del estado en sí mismo y el surgimiento del abominable comunismo.

Publicado en Columnistas Regionales

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